El llamamiento a la austeridad provoca fuertes discrepancias en los partidos del Gobierno francés
Entre la abierta hostilidad y la forzada resignación, las fuerzas sociales y sindicales francesas aguardan el discurso del primer ministro, Pierre Mauroy, previsto para mañana en la Asamblea Nacional, antes de adoptar una posición definitiva sobre la anunciada "cura de austeridad" del Gobierno Mitterrand. A falta de los detalles concretos de esta política de austeridad, que se espera sean desvelados por Mauroy, el nuevo llamamiento a "apretarse los cinturones" ha provocado ya fuertes discrepancias internas en el seno de los partidos que forman el Gobierno y en las centrales sindicales mayoritarias.
Algunos sindicalistas no descartan posibles movilizaciones frontales contra las medidas del Gobierno socialista, pese a las afinidades ideológicas, en tanto que la derecha y la patronal se muestra mucho menos agresiva en sus críticas y observa interesada los graves problemas internos que se adivinan para la izquierda mayoritaria en el horizonte.La experiencia socialista en Francia triunfará o fracasará en 1983 con el plan de austeridad adoptado por el Gobierno. Por razones divergentes, ni las fuerzas políticas que integran la mayoría gobernante, ni las de la oposición, ni la opinión pública parecen dispuestas, en un primer tiempo al menos, a aceptar la consigna de movilización general solicitada por el presidente de la República, François Mitterrand, para conseguir superar la grave situación económica y financiera del país. Los expertos consideran necesaria la austeridad, conceden a esta última algunas posibilidades de éxito, pero los múltiples obstáculos a vencer incitan a la reserva.
En el momento en que, a principios de este mes de abril, el dispositivo de la austeridad comienza a ser operacional, las componentes del problema económico a superar son las siguientes: la izquierda, durante la primera etapa de su gestión a partir de 1981, distribuyó cerca de 200.000 millones de francos. De esta cantidad, los diversos presupuestos del Estado cotizaron 120.000 millones, y el resto lo pagaron las empresas por medio de las nuevas cargas sociales o fiscales impuestas por el Gobierno socialista.
Esta gestión de reparto, contraria a la practicada por el resto de los países industriales sometidos a la austeridad, ha sido el factor esencial del proceso que ha forzado a la izquierda a cambiar radicalmente de política económica y, hace dos semanas, a instrumentar un plan de austeridad destinado a tapar los agujeros abiertos en dos años dominados por el lema "La voluntad política debe primar sobre los hechos económicos".
Ese plan de austeridad prevé la recuperación de 65.000 millones de francos de los 120.000 millones que el Estado distribuyó en un primer tiempo. A las empresas que habían cotizado 70.000 millones, ni se les devuelve nada, tal como ellas lo piden, ni se las grava tampoco de nuevo. Esos 65.000 millones de la austeridad serán pagados en gran parte por los contribuyentes más afortunados o menos desfavoretidos. Así es como, apartir de la austeridad que conlleva la reducción del consumo, el Gobierno socialista entiende alcanzar los dos objetivos básicos para, acto seguido, iniciar un período de recuperación: rebajar el déficit comercial y la inflación.
El déficit del comercio exterior es de 93.000 millones de francos, y a finales de 1983 el ministro de Economía, Jacques Delors, se propone reducirlo a la mitad. La inflación fue del 9,8% el año pasado, y el objetivo oficial consiste en dejarla en el 8% para finales de año. En los dos primeros meses del año en curso el déficit comercial ya suma cerca de 19.000 millones de francos, cuando el tope oficial a no superar en diciembre de 1983 es de 45.000 millones. La inflación, en ese mismo perío do -de tiempo, se acerca al 9%. El propio ministro de Economía, Delors, ya ha rectificado sus previsiones sobre el alza de precios, al estimar que probablemente, a finales del año, se superaría el 8,5%.
No es fácil, pues, que los objetivos oficiales se conviertan en hechos. Pero, aunque así fuera, los países que cuentan financieramente, con los que Francia tiene que medirse (Reino Unido, República Federal de Alemania, Estados Unidos, Japón) cerrarán el ejercicio de 1983 con menos del 4% de inflación y sin déficit comercial, a salvo esto último de Estados Unidos, que, por otra parte juega con su propia divisa.
Situación delicada
Este desfase en el saneamiento de las cuentas respecto a los países con los que compite es el factor que coloca a Francia, en cualquier caso, en situación precaria. Añádase que los 65.000 millones de francos retirados ahora del consumo no favorecerán el desarrollo de los negocios en Francia, lo que ya hace prever un aumento sensible del desempleo. Y, en última instancia, el Gobierno, como el resto de los franceses, conviene en que el plan de austeridad no servirá para nada si, complementariarnente, no se.instrumenta la política industrial que ya les faltó a los últimos años del giscardismo y que los socialistas aún no han decidido.La baja del petróleo, la reactivación económica en Estados Unidos y, sobre todo, en Alemania Federal se contabilizan como factores esperanzadores. Sea como fuere, "no nos quedan más que seis meses: a finales de año habremos triunfado o fracasado", dice el responsable socialista Jean Poperen y, como él, lo dicen o lo piensan todos los dirigentes franceses actuales. La opinión pública, en efecto, les perdonaría difícilmente una cuarta devaluación del franco a los socialistas.
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