José Limon, un clásico de la danza moderna

José Limón ocupa un lugar muy singular dentro de la ya larga historia de la danza moderna americana. Discípulo y colaborador de la gran Doris Humphrey, extraordinario bailarín, cuya fuerza expresiva suele asociarse con su origen mexicano -para él creó la Humphrey su célebre versión del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, sobre los versos de García Lorca-, como coreógrafo siguió, durante los casi treinta años en que tuvo compañía propia (1946-1972), una trayectoria personal que le fue poco a poco alejando de las corrientes más fértiles y más actuales de la danza americana, cada vez más abstracta y centrada en el puro desarrollo del movimiento por el movimiento.Limón fue siempre fiel al concepto originario de los primeros rebeldes antiformalistas de subordinar el movimiento al relato de una historia, a la ilustración de un tema o a la expresión de un sentimiento, con cierta inclinación a los grandes personajes bíblicos (Judas Iscariote) y literarios (Otelo) y a los temas históricos o religiosos vistos a través de una tragedia personal (El emperador Jones, Carlota, etcétera). De ahí que, en la actualidad, la valoración de la obra coreográfica de Limón, en Estados Unidos, sea poco entusiástica y que, excepto su Pavana del moro, que tiene un papel de lucimiento masculino que muchos bailarines quieren intentar, se baile poco.

Para el público español, sin embargo, que tan escasas ocasiones tiene de ver danza moderna auténtica, el interés de esta compañía, que ha conseguido sobrevivir a su creador, es extraordinario.

Actualmente, bajo la dirección de Carla Maxwell, que ha sucedido a Daniel Louis y a Ruth Currier, la José Limón Dance Company posee una preparación técnica en lo que es ya a estas alturas danza moderna clásica, por encima de toda discusión, ilustrando admirablemente la técnica Humphrey-Limón con su énfasis en la utilización del plano horizontal y en la dinámica de pérdida y recuperación del equilibrio.

El programa presentado en Madrid incluyó dos obras clásicas de Limón, Exiles (1950) y There is a time (1956), más una de sus últimas creaciones, Dances for Isadora (1971), y una coreografía de Murray Louis, de escuela bien distinta y hoy ligado a Alwin Nikolais, que tenía cierto interés.

Excepto las Dancesfor Isadora, que rechinan un poco -es difícil evocar a Isadora Duncan partiendo de una técnica tan elaboraday caen en tópicos difíciles de digerir, las coreografías de Limón resultan sorprendentemente vivas e interesantes.

Exiles es un paso a dos sobre el tema de la pérdida de la inocencia, o quizá mejor, de la lucha por la supervivencia, que Colin Connor y Ninna Watt bailaron el miércoles magistralmente, consiguiendo algunos momentos de gran belleza, mostrando esa intensidad de movimientos que caracteriza a los buenos bailarines formados con Limón.

There is a time, al parecer sobre un tema del Eclesiastés, que cerró la noche, fue sin duda lo mejor, aunque resultara algo largo. Revela la fuerte capacidad de transmisión de la emoción cinética del coreógrafo en sus mejores momentos. La obra está formada por una serie de danzas de grupo, dúos y solos, en que se juega un poco entre la vida y la muerte, utilizando con maestría recursos como el corro primitivo, el ritmo elemental como expresión de vida contrapuesto al silencio de la muerte y casando perfectamente la gradación del esfuerzo con las líneas expresivas. El público, en el que abundaban los profesionales, mostró un entusiasmo totalmente justificado.