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La comarca y el juglar

En los últimos tiempos ha recobrado actualidad en España un tema que también podría adjudicarse a América Latina. Con motivo de los exitosos recitales de Lluís Llach y Luis Eduardo Aute, de una entrevista a Ralmon o de un reciente debate en un programa de televisión, se ha reabierto la polémica sobre la actual validez de cantautores, que en el cercano pasado constituyeron, tanto por sus canciones como por sus actividades, un frente singular contra la dictadura. Cuando tantos modos de expresión estaban prohibidos, hubo cantantes que tuvieron un increíble poder de convocatoria para los jóvenes de entonces. Y no sólo en España.Es probable que Raimon lo haya olvidado, pero yo sí recuerdo que en un acto político-cultural, organizado en el Montevideo de diez u once años atrás, en el que participaban actores y cantantes, creí de pronto reconocer entre el público la figura de Raimon. Era un estadio cubierto y estaba repleto, pero así y todo pude acercarme a saludarlo y se me ocurrió sugerirle que también él cantara. Eran tiempos duros y de riesgo, y él lo sabía, y además se lo recordé, pero aceptó la idea con entusiasmo, de modo que fue Raimon quien clausuró aquel acto, uno de los últimos antes del golpe militar. También Serrat sabe por sí mismo de aquella lejana dictadura, ya que sus discos y recitales fueron prohibidos en Uruguay, y más aún: los libros de Antonio Machado fueron retirados de las librerías "por ser el letrista de SerraC. Pienso que don Antonio se habría sentido feliz con el calificativo.

Cuando lo entrevistaron en televisión, Raimon se quejó de que su pasado de cantor comprometido-impedía que hoy se conocieran sus otras facetas. Es posible que esa sensación sea compartida por varios de sus compañeros. Sabidas son las dificultades que muchos de ellos han tenido para acceder a la televisión, y es obvio que buena parte de la crítica los trata con reticencia o decide ignorar lo que ahora están creando. Convendría profundizar sobre este fenómeno a fin de desentrañar por qué algunos medios que en otras épocas se negaban a admitir a estos autores debido al sesgo político de sus canciones hoy, en cambio, se empeñan en sostener que su contribución mejor ha sido precisamente la de las canciones políticas, no su repertorio actual.

En tiempos de democracia, así sean de transición, las formas de lucha contra la dictadura pasan afortunadamente a ser recuerdos y, en consecuencia, pierden algo de la magia y la fuerza comunicativa que les brinda la arriesgada contradicción con el poder autoritario. Hoy en día, el sostener implícitamente que eso es lo único que vale de la producción de aquellos autores puede ser una forma sutil de desprestigiar a priori los aportes artísticos que siguieron a la etapa de denuncia. Digamos, las canciones de amor. ¿Será porque estas nuevas canciones se salen de los moldes ad-

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mitidos y promocionados por las todopoderosas multinacionales del disco? ¿Será por que no tratan a la mujer como un mero artículo del mercado de consumo y, en consecuencia, también transmiten una ideología de justicia e igualdad? Propugnar que lo valioso de las respectivas obras es precisamente la antigua etapa que, por razones obvias, ha perdido parte de su fuerza convocadora, significa distraer la atención de los jóvenes para que no adviertan que la nueva fuerza, la nueva denuncia y, en definitiva, la nueva convocatoria están en el original tratamiento del amor, de la mujer, del ámbito erótico.

El amor programado

Mallarmé consideraba a la Prensa como "el moderno poema popular". Quizá hoy exista otro elemento de la cultura de masas al que podría aplicarse, al menos tentativamente, esa misma caracterización: me refiero a cierto tipo de canciones que, gracias a un imponente aparato publicitario, llegan a un público muy amplio. El desarrollo multinacional de las empresas de discos; la aparición del casete como incentivo para la curiosidad y el disfrute del homo ludens; los grandes festivales de la canción comercial, con un despliegue publicitario que no sólo propaga, sino que aturde; los premios, las entrevistas, las confidencias, las seudobiografías, los chismes, los idilios y las rupturas que rodean como un halo iridiscente al vida y los milagros de cada cantante exitoso, si bien convierten al género en un rubro más del mercado de consumo, también lo hacen apto como instrumento ideológico, como sutil manera de influir en la comunidad.

Por supuesto, el amor es el tema, ya no prioritario, sino virtualmente único, pero también es único el modo de aproximarse a él. Una canción de un cantante comercial sólo se diferencia de la de otro cantante comercial en la coloratura de los jadeos, jipíos y semisollozos, pero poco o nada en las letras, que podrían ser intercanjeables. El amor sigue en ellas un esquema rígido, superficial y monótono, y, por añadidura, emplea un lenguaje que poco o nada tiene que ver con las contraseñas y las complicidades del coloquio amoroso o los juegos eróticos de las jóvenes parejas. Esa estructura también impone una monotonía de las reacciones, aun cuando éstas sean espectaculares. Hace algunos años fui testigo en Buenos Aires de cómo las fans alcanzaban sus pañuelitos a Tom Jones para que se secara el sudor. de la frente, del rostro, de la axila y de varios etcéteras, y luego se atropellaban para recuperar la húmeda reliquia. Forma parte del ritual programado.

El tema del amor ha estado presente en la canción de todos los tiempos, pero ¿a qué se debe, en el uso actual, el tratamiento repetido, superficial, monótono, de rima indigente y obvia y de un desarrollo temático que a veces linda con la estupidez? Está harto demostrado que el público no rechaza la canción sentimental de buen nivel, antes bien la recoge y la promueve espontáneamente (¿acaso no ocurre eso con Al alba, de Aute, o Porque la quería, de Serrat?). ¿No será que los hacedores de hits, antes que el éxito espontáneo, prefierail el éxito fabricado que cumple, una función mediatizadora, paralizante, anestesiante o fraudulenta? Por lo pronto, es bueno comprobar que el amor que propone la canción comercial es casi siempre un deseo o una pasión totalmente despegados de la vida real y cotidiana. Es un amor que transcurre sin horarios, sin trabajo, sin jornales, sin oficinas, sin fábricas; es un amor sin contorno social, sin jefes ni patrones, sin compañeros de labor, sin pobrezas ni injusticia, sin plagas ni invasiones, Sin dolencias (como no sean las del pobre corazón), sin rebeldías. El empalago que nivela esas canciones comerciales es perfectamente compatible con un trazado ideológico que dosifica y enajena al ser humano. No es improbable que en los planes de los expertos en penetración cultural y neutralización de los jóvenes, las anestesiantes canciones del amor abstracto y asocial estén destinadas a ir formando esa mayoría silenciosa (término acuñado por los asesores de Nixon), suerte de robot colectivo a quien no preocupará ni el napalín, ni la OTAN, ni las giras papales, ni la opción cero.

El juglar de la comarca siempre tiene relación con la comarca del juglar. Daniel Viglietti escribió alguna vez que "el canto es un pájaro inquieto, libre, a veces violento. Puede aprisionársele o herírsele, pero nadie puede detener el canto de todos ellos. Es que no se trata de canciones-protesta; vean ustedes, le trata de pájaros que vuelan, cercan, miran, comentan y anuncian la liberación". Cuando el mismo Viglietti y también Alfredo Zitarrosa, Numa Moraes, Los Olimareños y tantos otros cantaban en las plazas y calles de Uruguay desafiando la represión, en cierto modo se convertían en intérpre, tes de nuestra indignación y de nuestra esperanza. Y si cantábamos con ellos era porque tampoco nosotros apostábamos al mundo de ignominia y de crueldad que ya entonces era nuestro contorno, sino a otro de justicia y de alegría. Sus canciones eran ventanas abiertas, algunas veces, hacia el pasado aleccionante, y otras, a un futuro que queríamos ganar. Pero siempre que esas ventanas-canciones se abrían era como si circulara por el sórdido callejón en que la represión quería embretarnos una corriente, sana, un aire puro, algo que en cierta manera nos oxigenaba y nos ayudaba a cumplir con dignidad y con valor esa dura tarea que era vivir, simplemente vivir.

Quizá por ese antecedente también nosotros podamos saber cuánt6 valelo que en su momento hicieron Llach, o Rairnon, o Serrat, o Víctor Manuel y tantos más, pero también intuimos que su aporte esencial no concluye ahí, en una mera evocación de estados de ánimo. No hay contradicción entre su obra anterior y su quehacer actual, sencillamente porque su vocación cardinal es el amor (al prójimo y sobre todo a la prójima) y su actitud política también es parte integrante de esa vocación. Alguna vez escribí que la política es una forma del amor, pero no viceversa; por algo en el amor es mucho más fácil tener el corazón caliente que la cabeza fría. De eso se trata, aproximadamente.

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