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El abrazo más cínico del mundo

Poco tienen que ver los no alineados de ahora con aquellos históricos Nehru, Tito y Nasser, que, entre dos fuegos, supieron guardar un equilibrio en la cuerda floja sin excesivas contradicciones. Veintidós años han transcurrido desde la puesta en marcha del movimiento y, realmente, el mundo ha dado demasiadas vueltas desde entonces. Sus herederos ya no se andan con tanto alambique. Son más directos y más cínicos. Los no alineados actuales son gente tan peculiar y neutral como Fidel Castro, presidente del movimiento en su última etapa, o como Bignone, presidente argentino.La conferencia de Nueva Delhi ha sido escenario de uno de esos delirantes gestos simbólicos que, si se proyectara en un cine, habría que detener la imagen y mantener, la atención un rato sobre ella. Ante nuestros ojos estupefactos permanecerían en un rígido abrazo el general Reynaldo Bignone y el comandante Fídel Castro. ¿Qué ha sucedido en el planeta para que tal estampa sea posible? ¿Por casualidad Fidel ignora que Bignone está considerado corno el estratega de ¡a represión, el que trazó las líneas maestras de un plan que acabaría con 30.000 personas? ¿Será posible que, por su parte, Bignone ignore que el comandante Castro dio su apoyo a los montoneros y al ERP?

¿Qué significado puede tener entonces tan turbador abrazo?

Fidel Castro, en su discurso, se había referido a que "el conflicto de las Malvinas ha unido lo que José Martí llamaba nuestra América frente a lo que se denominó la otra América" y describió como el "turbulento y brutal' Norte que nos desprecia". Cuentan las crónicas que al llegar a este punto la delegación argentina -Bignone a la cabeza- se rompió las manos aplaudiendo. Ya en un discurso anterior, el presidente argentino había expresado su más cálido reconocimiento "a Cuba y a su presidente, Fidel Castro". Cualquiera que conozca Argentina sabe cómo está considerado allí el líder cubano. Bastará con decir que el pueblo argentino no pudo enterarse de la efusividad Fidel-Bignone, pues fue hecha desaparecer por la censura. Una vez más vuelve a reproducirse la vieja tradición del dictador censurado.

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Cada día, las noticias periodísticas nos hacen partícipes de numerosos casos de cinismo en el ámbito de la política: apóstoles de la paz y los derechos humanos cuyo primer negocio nacional es la venta de armas, propagandistas de la no injerencia invadiendo terceros países, panegiristas de la democracia apoyando en cuerpo y alma a los más s angrientos dictadores... Cinismos duros, crueles, directos. Pero el cinismo del abrazo Bignone-Castro tiene un,no sé qué amargo que se eleva por encima de cualquier tipo de consideración pragmática para proyectarse en la esfera del más descarnado histrionismo.

¿En nombre de qué se produce esta llamativa fraternidad entre dos hombres-símbolo destinados a despreciarse mutuamente? Nada más y nada menos que en nombre del recuerdo histórico del conflicto de las Malvinas, una macabra mascarada que costó la vida a cientos de inocentes. Ni por un lado ni por otro, la reivindicación,sobre esas islas es motivo justificante de tal abrazo y del consiguiente aquí no ha pasado nada. En nombre de la honestidad y de la coherencia ideológica, ese abrazo es una perversión. En nombre del pragmatismo político, es una impudicia.

Quizá hace falta ser chino para explicarse el inmediato reconocimiento del régimen de Pinochet por parte de aquella República popular. En estas latitudes, desde luego, resultó incomprensible incluso para los que entonces se proclamaban prochinos. Pues bien, mutatis mutandis, yo dudo que los argentinos puedan explicarse ese abrazo fatal entre dos seres tan diametralmente opuestos. Más de cien delegaciones de devotos del tercermundismo habrán quizá vibrado ante este abrazo contra natura en razón de un patrioterismo anticolonialista que, como todos los patrioterismos, confunde el culo con las témporas.

Fidel Castro no puede engañar a esas decenas y decenas de delegaciones, ni siquiera invocando a José Martí. No existe esa nuestra América frente a la otra América. Desgraciadamente, la otra América está infiltrada en nuestra América como si fuera un queso gruyère. Si los deseos de Castro coincidieran con la realidad, serían un bálsamo maravilloso para solucionar la incurable herida centroamericana. No hay engaño posible. No valía la pena ese abrazo espúreo. A Bignone sí le sirve, porque el general argentino se abrazaría a una farola con tal de recibir una frase de consuelo.

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