Contra Enrique Miret Magdalena
He leído con todo detenimiento el artículo que titula usted "El aborto y el miedo a la excomunión" y que publica en el espacio Tribuna libre el diario EL PAÍS, tan profusamente difundido, con fecha 10 del actual. Y lo hice detenidamente, en atención a usted, persona que estimo ponderada y que además, según el mismo diario señala, es director del Patronato de Protección de Menores y comentarista de temas religiosos. Y, sinceramente, tras la detenida lectura no entiendo cómo puede una persona dedicarse a la defensa de los niños, de los derechos de los niños, y excluir a determinados niños del primordial de sus derechos, el derecho a vivir. Y entiendo menos aún que se confiese públicamente católico y a la par manifieste que puede libremente discutir y juzgar la corta visión de la Iglesia y la que mantiene el Papa actual, cuando pronuncia discursos de circunstancias o escribe una encíclica". Y afirma que todo eso se lo enseña la teología ... (?).El escrito de referencia merece, a mi entender, ser refutado punto por punto. Algo de esto pudiera hacer, pero espero lo hagan personas que puedan argumentar mejor que yo; no obstante, sí quiero manifestarle que hubiera usted hecho menor mal si hubiese dicho simplemente -si así es en verdad- que está en el número de los defensores de la moderada despenalización del aborto, sin hacerlo -¡qué terneridad!- en nombre del que usted llama catolicismo universal. Mezcla para ello conceptos discutibles y opinables con verdades definitivas e incuestionables. Allí encuentro a la religión junto a la política, a reyes y jefes de Estado junto a papas y otros prelados, a pensadores, a gobernantes, a historiadores, etcétera. Todos ellos, medidos con el mismo rasero, y todos -según usted- dignos de la misma credibilidad. Digo mal, de mayor credibilidad los que sintonizan con su particular modo de pensar; los otros deberíamos callar.Sin embargo, doy gracias a Dios por su solemne, pública y rotunda confesión: "Me inclino a seguir siendo católico universal". Esta afirmación suya me espolea a confesar a mi vez esa misma fe católica universal. Una fe que no disocia, que no puede disociar lo que enseña Cristo de lo que enseña la Iglesia; una fe que se fundamenta en el Evangelio y se ilustra, en cuanto no contradiga lo que en el Evangelio se contiene, con todos esos escritos que usted tan bien conoce y yo tanto ignoro./
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