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Los liberales inician sin dilación sus ataques contra el nuevo Gobierno laborista australiano

A menos de veinticuatro horas del cierre de los colegios electorales australianos, cuando todavía resonaban en el país las palabras de su nuevo líder, Bob Hawke, en favor de la reconciliación nacional y su promesa de un Gobierno para todos los australianos, la oposición puso sobre el tapete el primer tema polémico: la construcción de una presa sobre el río Franklin.Los laboristas prometieron formalmente paralizar las obras de la presa, iniciadas hace tres meses. Y el sábado por la noche Bob Hawke anunciaba a todo el país que la construcción no seguiría adelante. Ayer, el primer ministro de Tasmania, el liberal Robin Gray, dejó bien clara su intención de que, precisamente en base a los resultados electorales -Tasmania es el único lugar donde los laboristas no sólo no han ganado, sino que incluso han perdido votos-, su Gobierno está decidido a seguir adelante con los trabajos.

Es éste un tema extraordinariamente delicado en Australia y se arrastra desde hace ya cierto tiempo. El Gobierno del Estado de Tasmania, una isla situada al sureste del continente, planteó la construcción de una presa que creara energía barata a fin de promocionar su industrialización; el hecho de que su construcción supusiera la inundación de buena parte de un parque nacional y de restos arqueológicos no le parecían razones suficientes para frenar el proyecto.

El mismo primer ministro saliente, Malcolm Fraser, se opuso en un principio a semejante obra, pero al final contemporizó, ante el fervor de sus colegas liberales, en el poder en Tasmania, que argumentaron que la construcción de una presa es tema de su competencia, no de la competencia del Gobierno federal.

El tema no se limita únicamente a la ecología y conservación de la naturaleza -y, en cuanto tal, dentro de la competencia del Gobierno tederal-, sino que probablemente servirá a los liberales para sus primeros ataques al nuevo Gobierno, al que acusarán de intervencionista y centralista, dos acusaciones frecuentes en los últimos días de la campaña electoral.

En cuanto al resto de las promesas electorales, muy pocos creen que los laboristas puedan cumplir todo el programa presentado. A pesar de sus afirmaciones formales de que el dólar australiano no será devaluado, todos los expertos económicos opinan lo contrario. Esta probable devaluación fue, precisamente, una de las razones de que en las dos últimas semanas salieran del país no menos de 1.500 millones de dólares australianos (unos 185.000 millones de pesetas).

Y nadie podría posiblemente culpar a los laboristas de una devaluación que de hecho ya existe: en los últimos doce meses el valor del dólar australiano ha caído en un 17% con respecto al americano; esta caída ha sido especialmente sensible a lo largo del último mes, con una devaluación de hecho del 3%.

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Por el cambio

En cualquier caso, parece evidente que no debería ser el económico el primer tema de ataque elegido por la oposición. La mayoría de los observadores parecen estar de acuerdo en que la derrota liberal ha sido consecuencia de un error personal de Fraser y de la crisis económica -la peor desde la gran depresión del comienzo de los años treinta- que atraviesa el país.La pérdida de votos de la coalición liberal-nacional ha sido generalizada en todo el continente y sólo ha registrado la excepción de Tasmania, por causas muy específicas: la presa del río Franklin y el posible centralismo laborista. Hawke ha tenido el acierto de proponer un cambio en la dirección del país, sin especificar demasiado en qué consistiría este cambio.

Aún es hora, por ejemplo, de que concrete qué entiende por reconciliación nacional. Pero al menos esto y un programa de inversiones públicas para relanzar la economía del país, traumatizada por un índice de desempleo que ha superado el 10% por primera vez en cincuenta años, han creado la ilusión de que los laboristas harán algo distinto.

Pocos se atreven a pronosticar si la suya es la salida correcta a la crisis. Pero lo que la mayoría de los australianos tenía claro el sábado al depositar su voto es que las propuestas de Malcolm Fraser no llevaban a la solución: su programa no era más que un mantenimiento de la política de los últimos meses, política que ha coincidido con la acentuación de la crisis. Para un político ambicioso y consumado como Malcolín Fraser, el error era demasiado grave.

También parece claro que la era Fraser ha terminado para siempre. Su renuncia al liderazgo liberal podría ir acompañada, incluso, de su dimisión como parlamentario dentro de unos meses, para retirarse definitivamente de la vida pública. Ayer Fraser formalizaba su dimisión como primer ministro ante el gobernador general y se esperaba que éste recibiera a Bob Hawke a primeras horas de la noche para encargarle la formación de nuevo Gobierno.

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