Un desastre laborista
ENTRE JUNIO y octubre -quizá antes- puede haber elecciones generales en el Reino Unido. El resultado de una votación parcial en una circunscripción de Londres -Bermondsey- indica que los laboristas pueden sufrir una seria derrota, hasta el punto de que puede preverse la dimisión de su actual jefe, Michael Foot, en un intento por reconstruir el partido antes de esa catástrofe que, simultáneamente, supondría un triunfo inmenso para Margaret Thatcher.La elección de Bermondsey se ha producido porque el diputado laborista de la circunscripción dimitió. El partido presentó en su lugar a un candidato del ala izquierda (había otro que se presentaba como laborista independiente), que sólo ha obtenido el 26% de los votos; ha ganado un liberal (aliado con los socialdemócratas). De esta forma, una circunscripción que pertenecía a los laboristas desde hace sesenta años se ha perdido para ellos, lo cual no quiere decir que se produzca así un pronóstico favorable para la coalición de liberales (David Steel) y socialdemócratas (Roy Jeñkins) en unas elecciones generales, sino, concretamente, que el laborismo está hundido en estos momentos.
El Partido Laborista está profundamente dividido: hay por lo menos un ala izquierda y un ala derecha, y desde la derecha su presidente, Michael Foot, denuncia continuamente a sus oponentes por trotskistas o comunistas. Esa ala izquierda pretende que ante un paro que abarca a tres millones de habitantes, una disminución real del valor de los salarios y una disminución del papel sindical sólo cabe una respuesta de radicalización hacia la izquierda y que, en cambio, todo intento de moderación o de derechización del partido estará superado por la auténtica derecha conservadora o por la derecha centrista de liberales y socialdemócratas. La elección parcial quizá ayude a desmontar esa teoría -un izquierdista del partido derrotado por un centrista de la alianza en una circunscripción tradicionalmente izquierdista-, pero eso no ayuda nada a Michael Foot, un hombre pintoresco, demasiado colorista para la imagen que desean sus electores. Se le culpa de toda calamidad, y concretamente de ésta. Parte de los ministros en la sombra de la oposición han dimitido ya o están a punto de hacerlo. En los próximos días, los sindicatos darán su importante veredicto acerca de si siguen apoyando o no a Foot. Las predicciones más aceptables (como la de The Times) son las de que Foot sería sustituido por Dennis Healey (ala derecha), con Neil Kinnock (del sector razonable del ala izquierda) como segundo. Pero hay unas predicciones más dramáticas: las de un reciente sondeo de opinión pública que muestra que los británicos votarían en este momento por Thatcher por una mayoría importante.
La aventura de las Malvinas ha contribuido a reforzar a la actual primera ministra de forma impresionante. Un examen simple de la situación acusaría a Thatcher de haber lanzado una arriesgada y costosísima operación para conquistar apenas nada, pero parece que hay unas cuantas observaciones psicológicas que modifican la política en estos momentos. Un patriotismo -muy sensible en el Reino Unido- que ha obtenido la primera victoria militar después de décadas de derrotas (a partir del momento en que el Reino Unido ganó su parte alícuota de la guerra mundial se han perdido todos los jirones del imperio), el hecho de que Estados Unidos y la mayor parte de Europa occidental hayan respaldado la operación, incluso la sensación de que se ha ganado una batalla sobre la Unión Soviética -deducción bastante curiosa- juegan en ese sentido. Pero sobre todo importa la decisión y la firmeza en el Gobierno. Muchas veces los pueblos se suman a las acciones enérgicas y audaces de sus dirigentes sin necesidad de reflexionar mucho sobre sus riesgos por el simple hecho de que se sienten gobemados, y la de las Malvinas ha sido, en el Reino Unido, una de esas acciones. Lección esta a aprender en estas tierras cuando se elogia que el gobierno gobierna.
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