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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El cuerdo de la colina

De lunes a viernes, a partir de las doce y media y hasta no se sabe qué hora de la madrugada, Jesús Quintero se apodera del micrófono de Radio 1 en Sevilla, y con su hábil y casi jesuítica voz suelta un sermón al noctámbulo, se calla, tose, carraspea, suspira y finalmente la emprende cara a cara o de emisora a emisora, con un personaje vivo.El sermón inicial lo es en toda la regia. El loco de la colina hace proclamas -"comenzamos una ronda para iniciar el sueño de la España que ronca"-, esperpentos -"esto es un aquelarre de locos"-, admoniciones -"el loco os avisa de que el diablo entra por la ventana"-, terrorismo -"soy el bombero de las pesadillas"-, psicoanálisis -"ésta es una radio que sabe apagarse sola y os podéis dormir y seguir oyendo en las tinieblas del subconsciente"-, metafísica -"soy un vendedor de utopías"-, quejas

-"oid a este cansado natifrago"-, profecías -"he aquí un san Juan Bautista del Betis"- y retóricas -" soy un loco que clarna en el Sur y llama al mundo, al amor y a la locura"-.

El sermón, entre la oración y el libelo, más que pronunciado es susurrado, y por él pasan ecos de Buda, de Cristo, de Bakunin, de Nietzche, de Tagore, y de Emilio Carrere. Se rompe de cuando en cuando con músicas que sugieren formas sonoras de silencio. Tiene este loco un sagaz sentido de la pausa y, con él, un endiablado don de la puesta en escena y el tiempo lento auditivo. Habla de excesos con un raro sentido del comedimiento; si se pone tonante se autoapacigua con un jarro de sorna sureña; y si se solemniza corta expeditivamente el soliloquio, y se dirige, sin presentárselo al oyente, al otro.

Si tenernos en cuenta que este otro es Rodolfo Martín Villa, descubriremos que, bajo la tonalidad dulce y engolada del sermón, el loco no ha hecho otra cosa que prepararse, prepararnos y preparar a su entrevistado para entrar en materia con auténtico vitriolo sevillano.

"¿Señor Martín Villa, hace tiempo que no lee usted poesía?". Y peor aún, preguntarle a Martín Villa sí le gusta la miel -dijo que sí, pues se encontraba fuera de todo autodominio- la noche siguiente a la caída del imperio de la abeja, es un acto de cordura demasiado ladino para que los aquelarres verbales del loco nosean otra cosa que admirables fintas de un sujeto que ha convertido en la radio a la complicidad y la suavidad en una daga de doble filo: "¿En qué se apoya usted para vivir?"; ¿Usted tiene principios, señor Martín Villa?; "¿Su refrán es acaso nadar y ,guardar la ropa?"; ¿Vive y deja vivir?; ¿A quién habría votado don Quijote"? Sin cambio de -voz, del dulce predicador surge el dinamitero:

Martín Villa.- ¡Tenga usted en cuenta que por España pasó Franco!

Loco.- ¡Ah! ¿Sí? ¡No lo sabía! ¿Y qué tal era Franco?

Martín Villa.- Le conocí poco, en audiencias, de cinco minutos.

Loco.- ¡Ah!

Poco antes, Quintero había adornado una de las pausas del ex ministro sobre su condición de servidor público con el -tuturu-turu- de la famosa letanía de Lou Reed. Y el zurrado Martín Villa hasta se fue contentísimo a su casa, tal vez agradecido porque podía meterse en su cama sin desnudarse. El loco lo había dejado en cueros y ni siquiera se había dado cuenta.

Como en cueros quedó anteanoche Fernando Arrabal, que quiso inútilmente ser cómplice del loco, después de la primera andanada que siguió al preceptivo sermón inicial: "¿Usted se autolevantaria un monumento?". Arrabal, por supuesto, dijo que no, pero ni uno solo de los oyentes del loco de la colina le creyó.

Otros días simpatiza demasiado con el otro, se le nota y la cosa se pone peor, como en su cortedad ante el descocado Carlos Edmundo de Ory, como en su compadreo con un Alfonso Guerra que pareció casi medíocre.

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