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Visita a Gibraltar

Se está poniendo el sol cuando llegamos ante la verja. A un lado, la imponente mole de Tarik; al otro, la nube negra de la refinería de petróleo de Algeciras, que apaga los verdes del campo. Tras cruzar la puerta peatonal, tomamos al otro lado un taxi. El taxista, oráculo del viajero en todas partes, nos da la primera impresión sobre la apertura en buen andaluz; los primeros días, con la curiosidad, todo iba bien, abundaba el trabajo, pero pronto disminuyeron las entradas y aumentaron las salidas, debido, según él, a la carestía de vida en el Peñón, donde todo se importa de lejanos lugares y los impuestos pesan mucho. Sobre todo, los domingos, los gibraltareños pasan en masa a la Costa del Sol o a la de Cádiz, en coches que tienen al otro lado, con matrícula española, comprados o alquilados. Y con ellos, el dinero. Aquí no hay pesetas, como lo comprobamos una y otra vez en sitios muy varios, aunque las acepten encantados. La vuelta es en moneda británica o billetes gibraltareños, que se distinguen de los británicos por su color rojo. Hay demasiados coches, sigue el taxista, aunque tiramos los viejos al mar cerca de Punta Europa. Todos los coches llevan el volante a la izquierda, pues se conduce por la derecha. El hotel está a media ladera, entre árboles subtropicales. Sobraba la reserva, pues está semivacío. Compro el periódico local Gibraltar Chronicle (fundado en 1801, por cierto), cuya noticia más destacada confirma la información del taxista; bastantes restaurantes están padeciendo una difícil situación por falta de clientela, que pasa a La Línea y su comarca, e incluso se habla de cerrar algunos si las autoridades no echan una mano.

A la mañana siguiente me recibe sir Joshua Hassan, primer ministro del Gobierno local, en su despacho de barrister o abogado británico. Es un hombre afable, locuaz, agudo, diplomático y gran conversador. Al cabo de un rato breve de hablar en inglés, por cortesía, él mismo salta al andaluz, que ya no abandonará en toda la jornada. Minutos después me dice: "Llámame Salvador". De acuerdo. No sé cómo me viene a la memoria instantáneamente el otro Salvador que conocí en la Universidad de Oxford, don Salvador Madariaga, hace muchos años. La conversación fluye cordialísima, pues además de buen conversador, o acaso por serlo, sabe escuchar con atención, y no responde con evasivas o eufemismos. Comienza por describirme el abanico político donde él, al frente del Partido Laborista -o socialdemocracia-, navega desahogadamente, pienso yo, con el viento del posibilismo pragmático, entre los integracionistas con el Reino Unido y los españolistas, ambos minoritarios, y algún otro, como los socialistas de Bassano, por el que muestra estimación. Tras otro recorrido a las Trade Unions y sus vinculaciones con los partidos, incluido el suyo, entra con la mayor naturalidad en la exposición de sus ideas básicas sobre lo que se podría llamar, y se ha llamado, el contencioso de Gibraltar. El Acuerdo de Lisboa le parece un marco acertado para tratarlo y confía que las negociaciones se reanuden esta primavera, aun cuando la cuestión de la soberanía no, se resuelva sobre la marcha a gusto de España -incidentalmente hace un elogio de Oreja y de Morán-, y cree que ello no impide, no debe impedir, que algún día se resuelva así, como nosotros queremos, pues, pese a estar satisfecho de su condición británica, piensa que no se debe excluir a las generaciones venideras de ninguna posibilidad de cambiar las cosas, si así lo desean.

El desarrollo del acuerdo le parece algo así como "hacer compatible lo incompatible", pese a lo cual hay que negociar sin descanso. He ahí lo que denominaba como su posibilismo, que luego confirmará al decir que la identidad gibraltareña debe tomar lo mejor de lo británico y de lo español, sin cerrarse a ninguno. Por eso ha tenido y sigue teniendo exquisito cuidado de no ofender en sus declaraciones ni a españoles, ni a gibraltareños ni a británicos. Ello requiere cierto esfuerzo, dice sonriente, pero se trata de la aventura de cada día, que le mantiene en pie sin cansancio y le rejuvenece, al igual que los hijos de corta edad habidos en su segundo matrimonio con Marcela, una tangerina atractiva e inteligente, bastante más joven que él, acaso la edad

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de las hijas mayores del primer matrimonio.

La situación económica es mala, me dice, debido al desequilibrio de la balanza al favor de España desde que se ha abierto la verja, lo cual, si se prolonga, podría dar al traste con la esperanza inicial y con la intención que no dudo tuvo el Gobierno español de despenalizar a la población. El personalmente aún no ha cruzado la verja, ni de parte española parece lo haya hecho otra autoridad que el alcalde de La Línea, hasta ahora. El único vehículo que cree la ha cruzado ha sido el coche de sus bomberos, para ayudar a los colegas andaluces a apagar un fuego. Pero, en todo caso, subraya con calor, el reencuentro tras tantos años de alejamiento ha sido extraordinariarnente cordial, sin incidente ni resentimiento alguno. Ello le lleva a hablar de la especial psicología gibraltareña, moldeada en la tolerancia y la solidaridad por los asedios. Víctor de la Serna empezó a estudiarla agudamente cuando le sobrevino la muerte. Aquí hace un paréntesis para comentar la literatura española que sigue, pese a nuestra nula presencia cultural desde hace casi veinte años, y recuerda con nostalgia las tertulias de los cafés madrileños, a las que acudía en su juventud. Esa ausencia de la cultura española hace que él se considere como uno de los últimos políticos en dominar él idioma español, ya que los más jóvenes son otra cosa, como -dice malicioso- aquel que dijo en televisión haiga por haya, y cuando trató de enmendar el entuerto ya era tarde. A nivel de pueblo ocurre lo mismo, pues del impecable andaluz de su mecánico, ya canoso, al de los jóvenes, hay una notable diferencia.

Durante el almuerzo, con señoras y a hora española, al que, entre otros, asiste uno de mis compañeros de la dorada juventud en Pembroke College, se muestra buen conocedor de la política española y sus nombres. Los contactos personales, alguna revista semanal y nuestra televisión deben ser los vehículos de tal conocimiento, ya que nuestra Prensa diaria, o no llega, o lo hace con tal retraso que pierde garra. En este sentido, Televisión Española me parece que es, hoy por hoy, el único canal de comunicación en términos generales, que dicen es ampliamente escuchado. Y hablando de Televisión, me invita a aparecer en la gibraltareña, en cuya pantalla me han precedido Tierno, Rupérez, Morán, entre otros. Resulta una experiencia interesante, en la que el entrevistador me concede absoluta libertad de expresión mientras busca los motivos que me impulsaron a oponerme en solitario al asedio hace veinte años desde Cuadernos para el Diálogo, lo que aprovecho para reafirmar mi esperanza cara al futuro de que la fraternidad entre gibraltareños y andaluces crecerá de aquí en adelante,en el marco del Acuerdo de Lisboa, a poder ser, así como el común destino al que están llamados.

Tras el almuerzo seguimos la conversación en su despacho de la Casa del Gobierno, destejiendo con suavidad una madeja enredada por casi veinte años. Cuándo le digo que las instituciones de España se están consolidando con la pasada del socialismo por la Monarquía, etcétera, y refiriéndose a los motivos por los cuales los gibraltareflos prefieren seguir siendo británicos por ahora, dice algo que me parece revelador, cual es que los principales adversarios a entrar en la órbita española, a ir de un colonialismo a otro, son los propios españoles o españolas allí naturalizados que por su edad conocieron la larga posguerra civil y temen pudieran volver a producirse aquellos recuerdos nefastos. He ahí la desconfianza en marcha.

Pese a lo apretado del programa, hemos encontrado tiempo para recorrer la Roca, cruzándola por parte de las treinta millas de túneles que la perforan en todas direcciones. Y cuando cae la tarde de nuevo, sir Joshua mismo, en su coche, nos conduce a las cercanías de la verja, con lo que Salvador remata la gran cordialidad con que nos ha tratado. Tras el abrazo de despedida y el "hasta la vista", comiendo callos -que le encantan- en una tasca de Madrid, esperemos que en un futuro no lejano, me siguen resonando sus palabras: "Hacer compatible lo incompatible". Y me digo: ¿no es esa acaso la mejor definición de la Diplomacia e incluso de la Política con mayúsculas?

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