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Los cuerpos espleciales o un enemigo de repuesto

Para el pueblo, los funcionarios fueron las órganos visibles del Estado, y el Estado era el franquismo. Esta idea arraigó y los cuerpos especiales se convirtieron en los chivos expiatorios de los males que aquejan al país. Los malos son los médicos y los funcionarios. El autor expone sus razones para evitar este maniqueísmo de la opinión pública, que se ha puesto de manifiesto con la reciente huelga de los altos cuerpos de la Administración.

Si no hubiera sido por mis relaciones en los ambientes periodísticos, quizá no me hubiera enterado nunca del creciente deterioro de la imagen popular del funcionario. La Prensa es el idóneo medio para recibir los ecos de esta opinión pública; esto por descontado. Pero lo que ya no está tan claro es si se limita a ser mero ordenador y notario de esta opinión o a su vez la alimenta con el conocido proceso del feed-back, tan caro a los estudiosos de la cibernética. En este caso, la Prensa sabrá lo que hace y si la mejor vía de sacar al país del atolladero en el que se encuentra es la de fomentar divisiones, enfrentar a las clases sociales y colgar sambenitos.Mi humilde opinión esque, para el buen pueblo, los funcionarios fueron los órganos visibles del Estado, y el Estado era el franquismo. Se cumple ahora lo que con su gracia habitual dijera hace muchos años Agustín de Foxá -que, además de escritor, era, precisamente, diplomático-: "Lo que siento es la patada que le van a dar a Franco en mi culo". Efectivamente, ahora se nos presenta a los funcionarios, y con más razón a los de los cuerpos especiales -que las dos abominaciones concurren en el que esto escribe-, un grave problema de conciencia. Puesto que se ve claramente que somos los escogidos chivos expiatorios de los males que aquejan al país, quizá deberíamos ofrecer resignadamente nuestros traseros a las patadas del buen pueblo. Cumpliríamos un triple objetivo: hacer un ejercicio de humildad, ofrecer una inofensiva catarsis a nuestra sufrida sociedad y colaborar notablemente con la política socialista actualmente en el Gobierno. Porque antes la culpa de todo la tenían los judíos y los masones, vagas y esotéricas sustancias que por su lejanía e inconcreción eran diricilmente aprehendibles; pero ahora, afortunadamente, los malos están aquí y se les puede meter en cintura. Son los médicos y los funcionarios. Pero, como inesperada contribución a una soñada sociedad sin clases, he aquí que de los funcionarios -clase nacida con pecado original- se desglosa otra más: la de los cuerpos de elite. Para ellos, su maldad primigenia no puede lavarse ni con las bautismales aguas de la democracia.

Lejos de mi ánimo emprender una defensa global de tan perverso estamento; ello sería hacer el juego a la reacción. Por otra parte, aunque el personalizar no es muy correcto, no podré hablar más que de los inspectores de Hacienda. De esta conflictiva nave de los cuerpos especiales no conozco másque la vela que mi palo aguanta. Los titulares de los demás mástiles que hablen de la suya.

El elitismo de los cuerpos

Me asombra y congratula encontrarme metido, sin comerlo ni beberlo, en un cuerpo de elite, aunque me extraña que el tal apelativo se utilice con fuerta carga . peyorativa. No parece sino que mi pertenencia a un grupo "considerado como el más preparado para las tareas de dirección política o económica" -esta es la definición del diccionario- fuese recibida por herencia o a través de alguna praginática medieval. Fueron cuatro años de estudio, pasando por tres oposiciones y con más de diez horas de trabajo al día. Y ello para ganar en 1962, primer año profesional, 478.890 pesetas. Todo el elitismo de inspectores, abogados del Estado, interventores y demás compañeros mártires es alcanzar dos millones y medio de ingresos al cumplir cuarenta o cincuenta años de servicios, jubilarse con 80.000 pesetas o dejar a su viuda, si fallecen antes, 28.000 mensuales. En definitiva, ingresos muy por debajo de cualquier otra elite profesional, como la de la banca, la Prensa o la abogacía, y con poder de presión infinitamente menor. Magro resultado después de paseamos por el Presupuesto del Estado como señoritos por su cortijo, como dice nuestro buen amigo Gustavo Matías en EL PAIS del 14 del actual, y de formar parte de esa Junta Central de Retribuciones, que, según sus propias palabras, "se repartían cada año parte de la masa salarial de los funcionarios con incentivos o dotaciones para mutualidades que les aseguran mayores pensiones".

Tal aseveración merecería, a mi juicio, la intervención de la justicia, pues o se trata de una apropiación indebida o de una injuriosa calumnia. Pero no es esto todo; otro inteligente y documentado periodista, Javier Martínez Reverte, en Pueblo del 16 del corriente, ha descubierto dónde van los dineros de dicha Junta. Los cuerpos especiales "mandan a sus hijos a estudiar a Oxford o a Harvard, coleccionan cerámica de la Compañía de Indias alfombras: orientales y antigüedades; se visten en París y, hasta hace bien poco, viajaban en primera clase en los aviones". Esto último, lujo insólito; sólo los que no tienen avión propio, naturalmente. He aquí que nos hemos convertido talmente en personajes del serial inglés Arriba y abajo.

Se nos achaca también el pecado del corporativismo. Es cierto, aunque es enfermedad en vías de curación, pero no lo es menos que los inspectores de Hacienda son, ante todo, unos buenos profesionales. No son vivero de socialistas, por supuesto, pero creo que están en un escalafón para hacer actas. y no política. Si en el último año, por ejemplo, han recuperado para el Tesoro público más de cien millones por cabeza, no creo que para hacerse perdonar de su pasado político deben abjurar del impuesto sobre la renta y dedicarse a la lectura de El capital, pongo por caso. No me parece correcto por tal causa ni beneficioso desde el punto de vista práctico traer tan a menudo a colación las supuestas simpatías franquistas de los integrantes de cuerpos especiales -también en ellos se votó a los socialistas-, sobre todo cuando reposa en sus manos el porvenir de nuestra reforma fiscal.

La bondad de la huelga

Y para terminar, no quiero entrar en el tema de la huelga, ya extinguida afortunadamente. La verdad es que su bondad me pareció un tanto dudosa desde el momento en que vi que le gustaba a El Alcázar. Baste decir que, a mi juicio, fue más el estallído de un malestar difuso que la persecución de una reivindicación concreta. Fue la desilusión de ver que la pretendida reorganización científica de la Administración se redujo a regar sobre los ministerios un alud de horas extras de labor; que la endémica pobreza de medios materiales, que tanto entorpece la eficacia inspectora, era sustituida por una firma de entrada y salida, cuando no por una jornada laboral de más de 47 horas semanales, y que todas estas medidas, como la de regulación de las vacaciones de Navidad, se imponían de un día para otro, con una falta de consideracion hacia los funcionarios que nos retrotraían a las más puras formas dictatoriales del ancien régime. Y como guinda, esta orquestada campafía de difamación de los cuerpos especiales, que en algunos diarios reviste la forma de la más baja y delirante literatura periodística, y que no ha tenido el menor desmentido ni defensa alguna desde las esferas informativas de los ministerios o de las altas instancias políticas de la nación.

Hasta la plebe romana era respetuosa con los que iban a ser sacrificados en el circo: no los ensuciaban antes. Por lo menos, que nos dejen, limpios y adecentados, decir: "Ave, Moscoso; morituri te salutant".

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