Muertes en el cortijo
A las cuatro y media de la tarde del día 22 de julio de 1975, con 49 grados al sol, el jornalero Antonio Fenet daba de mano su trabajo de ese día haciendo cuchillo (limpia de los pies de los olivos). Al ganar una loma distante unos ochocientos metros de la edificación del cortijo divisó una columna de humo que salía del cobertizo anexo. Los Galindos es una extensión de casi cuatrocientas hectáreas de trigo, girasol y olivos dentro del término municipal de Paradas, a 53 kilómetros de Sevilla, propiedad, como otras fincas de la zona, de la esposa del marqués de Grañina, Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, descendiente directo del Gran Capitán.Fenet aceleró la pequeña moto que conducía y llegó a tiempo de ver como las llamas adquirían grandes proporciones, por lo que desistió de intentar apagar el fuego y avisó a los bomberos y a la Guardia Civil del puesto de Paradas. Antonio Fenet, 42 años, abandonó el cortijo meses más tarde, según han manifestado varias personas allegadas a él ante su total negativa a hablar sobre cualquier cosa relacionada con el caso, a petición de la marquesa y tras recibir una indemnización. Ahora trabaja en el cercano cortijo de El Garabeo, propiedad del conde de Aguilar. En Paradas aseguran que sabe más de lo que ha declarado y que su testimonio podría ser fundamental.
Cuando el fuego fue dominado, aparecieron en lo alto del almiar, donde se apilaban cientos de pacas de paja hasta una altura de tres metros, dos cadáveres completamente carbonizados que fueron identificados como los de José González Jiménez, de veintisiete años, tractorista y peón de confianza del capataz, y de su esposa, Asunción Peralta Montero, de 33 años, probablemente embarazada de varias semanas, a quien José había ido a buscar a su casa de Paradas a las tres y cuarto de la tarde, lo que constituye uno de los grandes misterios del suceso, porque Asunción nunca fue al cortijo si se exceptúan dos veces en que participó en la selección de las aceitunas hacía ya algunos años.
Una inspección ocular del patio del cortijo permitió al comandante de puesto, el entonces cabo Raúl Fernández, descubrir un reguero de sangre que iba desde la sala de máquinas hasta la vivienda del capataz y desde allí, a través de la puerta principal de la edificación, hacía la carretera de salida del cortijo a lo largo de unos doscientos metros, para terminar bajo un árbol cercano a la cuneta de la carreterilla de albero. Allí, tapado con paja, se encontró el cuerpo sin vida de otro tractorista, Ramón Parrilla, de 39 años. Había recibido dos disparos con una escopeta del calibre 16, el segundo de ellos por la espalda.
Poco antes había aparecido en la habitación del fondo de la vivienda del capataz, tendida en el suelo entre las dos camas con los pies hacia la mesilla de noche, el cadáver de Juana Martín Macías, de 53 años, esposa de aquél. Tenía el cráneo hundido y la cara destrozada por los golpes recibidos con uno de los dientes de la empacadora. Un rastro de sangre recorría el pasillo desde el comedor hasta la habitación. La puerta de acceso desde el pequeño vestíbulo al comedor había sido cerrada con un candado que fue saltado de un disparo por el cabo de la Guardia Civil. Parrilla fue eliminado, según la tesis oficial de la investigación, por ser un testigo indiscreto. Cuando recibió el primer tiro corrió a buscar protección en casa del encargado, pero al encontrar cerrada la puerta que da acceso al comedor, habitaciones, cocina, cuarto de baño y despensa, intentó huir hacia la carretera. Un segundo disparo por la espalda le produjo la muerte.
El cadáver del capataz, Manuel Zapata Villanueva, de 58 años, fue descubierto casi tres días después, a primera hora de la mañana del día 25, debajo de un árbol y cubierto con paja, situado a cinco metros de la fachada oeste del cortijo, donde está la sala de máquinas. Al igual que su esposa, Zapata tenía el cráneo destrozado por la misma herramienta con que fue golpeada Juana. La no aparición del cuerpo de Zapata le convirtió en el principal sospechoso -se dictó orden de busca y captura contra él- hasta que la autopsia confirmó que fue el primero en morir asesinado.
Además, dio origen a una larga polémica, aún no resuelta, sobre si el cadáver fue depositado allí en la noche del 24 al 25, ya que resultaba difícilmente explicable que no fuera descubierto por alguno de los muchos investigadores y curiosos que estuvieron en el cortijo en esos días, especialmente por el olor que debiera haber desprendido considerando las altísimas temperaturas. La hipótesis más probable, en cualquier caso, es que Zapata no fue movido de ese sitio nunca, y que se trata de una treta para disculpar el error de la Guardia Civil, ya que, en realidad, se buscaba a Zapata vivo y no muerto. En Paradas hay aún personas que pretenden inculpar por esto al marqués, ya que durmió solo en el cortijo la noche del 24 al 25, con la discreta vigilancia de una pareja de la Guardia Civil, en el sentido de que pudo haber movido el cadáver de Zapata o al menos saber algo al respecto. Fernández de Córdoba, que charló durante cinco horas y media con un redactor de EL PAIS en Jerez de la Frontera, niega rotundamente esta cuestión.
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