La huelga fina
Uno diría ahora, o sea, que uno tiene ojo (con conjuntivitis reticente) para verlos venir, o sea, la huelga fina de las elites administrativas, pero luego sale Maruja Torres, coge, agarra, va y dice que uno lo que tiene es demasiado ego.No. Si no lo digo por nada. Es que hace como, una semana o quince días escribió uno aquí una columna sobre los notarios, cuya presencia obligatoria (y gratificante) en las transacciones ha dejado de ser necesaria mientras no se llegue a los cien millones de púas. Y encima la incompatibilidad. Maruja Torres es el último y más brillante fichaje: de este periódico (no hay queja, salvo que se la hemos robado a Barcelona: otro alarde de centralismo). La columna, de uno sobre los notarios, más o me nos notorios, era respetuosa y bien, pero en seguida se han coaligado, por razones sindicales (ya es un triunfo del presidente González meter a los notarios en la movida sindical), contra el Estado del que dan fe, con otros distinguidos funcionarios de la cúpula administrativa. Ha habido al mismo tiempo una manifestación de los siderúrgicos, convocada por Marcelino Camacho, que sigue muy puesto. Pero las manifestaciones o las huelgas de siderúrgicos nunca se esmerilan un régimen, de derechas o de izquierdas: si el régimen es de derechas a los metalúrgicos se les da vara, y si es de izquierdas, se les aplica un nuevo tanto por ciento y el metalúrgico se va a casa a enseñarle a su señora la banda salarial. Lo malo, ay, son las huelgas tinas, las huelgas de notarios y registradores de la propiedad y abogados del Estado, o sea, la que tenemos ahora.
Alejandro Rossi, el fino escritor mexicano, autor de un prodigioso Manual del distraído, que aquí en España pasó inadvertidamente (aquí sólo funcionan los best-sellers cruentos y dudosos sobre Paracuellos), me envía desde allá sus Sueños de Oecam. Rossi escribe como un alto funcionario que tuviera la literatura por violín de Leda (no sólo Ingres iba a tocar el violín). Y esto no es peyorativo, pues que la Administración y la diplomacia, en sus inmensos espacios de ocio, han dado, un suponer, a Mallarmé, Valéry y Saint John-Perse. Aquí sólo dieron a don Agustín de Foxá, conde, de lo mismo, I am sorry. Cuando las elites administrativas no tiran de pluma, enseguida dan en hacer huelgas finas, como aquella, prodigiosa, que propició mi entrañable y muerto Alvaro de Laiglesia, con millonarios de chistera:
Más champán para nuestros hijos.
Aquella portada de La Codorniz es lo que más me ha recordado la actual huelga fina de altos funcionarios. Pero ojo con las huelgas de burguesía media o alta -cacerolas o champán-, que son las que lapidaron a Allende y dejaron a Mitterrand en casi nada (yo asistía a ello en París, desde una pensión de argelinos y corredores de comercio. alemanes, que se afeitaban a pilas: o sea, que yo no me afeitaba, porque la máquina de pilas no me la ha enviado Philips hasta ayer: mi santa ya la ha fundido). Nada tan peligroso para una democracia socialista como las huelgas finas. Lo tengo dicho por la caja, a Propósito del Greco:
-La gran burguesía. ha llevado espada hasta el XIX. Ahora la llevan otros por ellos.
No hay color con una huelga de metalúrgicos, ya digo. Entre otras cosas, porque, en estas últimas, los cuerpos de contención disparan al aire, y como en el aire siempre hay algún metalúrgico paseándose, púes le dan.
Rock/Ola, catedral del rock/pop madrileño, amplía locales. Ramoncín toca en el Retiro, bajo la carpa helada. Hay una juventud que ha cambiado las oposiciones por el tocata. Las oposiciones fueron el tocata triste de nuestra juventud cuarentañista, siempre cantando bajo la lluvia. Ojo con la huelga fina.
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