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¿Malestar ante la verdad?

Han pasado unos días desde que se presentó en la televisión un documental sobre los supervivientes del Ejército republicano en la guerra civil. En él pudimos ver impresionantes fragmentos de desfiles, combates, exaltación y delirio, destrucción y horror. Faltaba después lo que no se pudo nunca filmar: fusilamientos, trabajos forzados, días y meses y años de reclusión. Pero como resumen e imagen de tantas vidas aniquiladas y destruidas, en la emisión se pudo oír el relato de recuerdos, sin prescindir de alguna impresionante muestra de crueldades y horrores.Es cierto que han pasado muchos, muchos años. Los que vivieron la guerra de jóvenes ya son gente de edad avanzada. Pero es cosa de preocupar que ni el paso del tiempo, que ha hecho posible la liquidación de la dictadura y el paso a la Monarquía y a la libertad sin venganzas ni castigos, ha enseñado a todos que la guerra tuvo dos frentes y dos ejércitos, además de dos o doce ideologías enfrentadas.

Forma parte de la superación del odio y del logro de una paz interior firme que todos comprendamos que la culpa de la guerra civil la tuvieron los dos bandos.

Dejemos que cada uno de los sobrevivientes atribuya más responsabilidad en el estallido a los unos o a los otros. Pero es verdadera la frase, que ya corría en el mismo Burgos de 1938, de que lo más parecido a la zona roja era la zona nacional.

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Con músicas distintas, y ahí cada uno tendrá derecho a resistirse a la crítica, había de un lado y de otro conductas malas y a veces buenas, venganzas y crímenes atroces y algún acto de nobleza y desinterés. Eramos la misma gente, seguramente conducida de modo descarriado en uno y otro bando.

Algunos ecos que ha producido aquella información televisiva nos hacen insistir en cuanto vamos diciendo, que es cosa obvia y que ninguno que no sea un demente se atreverá a discutir. Pues es el hecho que en la amplia campaña que orquestan sesudos órganos de la Prensa madrileña se ha podido ver que estas verdades que formulamos no son tan fáciles de reconocer. Articulista hubo que, con sutil distingo, llegó a escribir que "no se puede decir que ya no hay vencedores y vencidos militarmente. Hubo vencedores y vencidos". Y después de esta formulación, donde el sofisma está en el juego del presente "ya no hay" con el pretérito "hubo vencedores y vencidos" (del pretérito al presente van 43 años), no tiene el articulista, más remedio que atenuar su partidismo con estas prudentes palabras, que pone en condicional, por si acaso: "Donde sería bueno que no hubiera vencedores y vencidos es políticamente".

¡Ahí está el juego embaucador! Hubo vencedores y vencidos, y parece se quiere defender que en lo militar los hay aún. Pero si se reconoce que la solución política a que hemos llegado, la única posible, es que enterremos el hacha de guerra y no haya "vencedores y vencidos Políticamente", no se puede exceptuar a los militares.

Los que respetamos a los militares, pero no los adulamos, ni menos nos permitimos, como el comentarista que leemos, distinguir de intenciones y contraponer unos señores de la "cúpula militar" actual a otros que han colaborado lealmente en la transición a la democracia, defendemos que las Fuerzas Armadas han dado hace tiempo por terminadas, como los demás españoles, incluso los que tomamos parte activa en ella, la contienda y sus largas e interesadas secuelas.

¿Que la emisión de televisión en la que aparecieron militares de la Fraternidad del Ejército de la República provocó malestar en ciertas esferas? Horror debe provocar la verdad, al reaparecer y ser evocada, en todos, los de un bando y los de otro, pues el tiempo se ha llevado la épica y la exaltación, y queda sólo la destrucción y la lucha fratricida que no debe volverse a repetir.

La ley de Amnistía de 1976 fue expresión de un deseo, amplio y profundo, de paz. La reconciliación entre los españoles, que se viene buscando desde entonces, y en la que se ha avanzado muchísimo, necesita todavía de algunos gestos. No se han borrado aún nombres de la guerra civil en instalaciones militares y no ha terminado la discusión sobre quiénes eran rebeldes en aquella atroz contienda. No se ha extendido a la conciencia de todos que no hay derecho a sentirse continuadores de uno solo de los bandos.

Para que las nuevas generaciones asuman la guerra civil como un episodio histórico lejano -como lo es- es preciso que los actores completen la reconciliación.

Y ahí están representantes de uno de los dos ejércitos, los de la Fraternidad, que conservan el orgullo de haber combatido por su bandera y piden no seguir sufriendo, al cabo de medio siglo, la discriminación de ser los únicos excluidos de los efectos de leyes que noblemente quieren borrar, en lo posible, los rastros del daño que unos españoles hicieron a otros.

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