El éxodo de Nigeria
UNO DE los mayores dramas humanos de nuestro tiempo está sucediendo dentro de una relativa impunidad: la expulsión por la fuerza de los traba adores extranjeros de Nigeria. Por una parte, aún tenemos la herencia cultural impresa por la que sucesos en el Africa negra nos parecen de una lejanísima incumbencia, como si fuesen subhumanos. Por otra, la tragedia se nos ha convertido en espectáculo doméstico, con un consiguiente embotamiento de la conciencia en cuanto supone la diferenciación entre la ficción y la más atroz realidad.Un número todavía no bien determinado de personas, pero de una magnitud que oscila entre uno y dos millones, han recibido la orden de partir en dos semanas, dejando todo atrás o arrastrando consigo los pobres bienes transportables. No es una orden que se negocie o se discuta: la alternativa es peor que el éxodo. Los relatos de los periodistas, las imágenes de la televisión muestran la dimensión de la tragedia: ahogados en el río Lagos, partos al borde de la carretera, pillajes, linchamientos, atropellos de ancianos y de niños...
El suceso procede, una vez más, de los precios del petróleo. Quizá los historiadores futuros -si los hay- puedan medir la inmensa importancia que ha tomado en nuestra era la decisión tomada un día de subir los precios de la energía, probablemente con un sentido realista y justo -revaluar la parte de esfuerzo no pagado para la construcción de una civilización no compartida-, pero que ha arrojado una confusión total sobre la economía y la sociedad del mundo entero, y que ahora se está volviendo contra quienes la tomaron. Nigeria, como tantos otros países productores, se enriqueció repentinamente con su petróleo: comenzó a vivir por encima de sus medios y ahora se arruina. En el momento óptimo, Nigeria comenzó a hacer lo que otros países ricos habían hecho anteriormente -Europa, Estados Unidos-: dejar los peores trabajos a los inmigrantes de países vecinos y enormemente pobres. Llegó un pequeño flujo legal y otro, inmenso, ilegal. Ilegal, pero admitido o tolerado; siempre detrás de esa permisividad y de una fachada de leyes, contratos y vigilancia hay la tolerancia de un trabajo mal pagado, desprotegido, explotado. Al descender simultáneamente los precios y la demanda, la situación económica y social se ha agravado de tal modo que la respuesta ha sido esta orden feroz del Gobierno de expulsar a los trabajadores extranjeros: con tal brevedad de plazo y con tales amenazas que se ha producido la tragedia humana. Alcanza a otros países. Los limítrofes Ghana, Togo o Benin ven saltar por encima de sus fronteras a estos cientos de miles de personas para las que no tienen refugio: se abren otra vez campos de concentración o de refugiados, donde se carece de todo; y la fragilísima estabilidad de esos países absolutamente pobres se ve amenazada. Toda la zona puede verse convertida en' revolucionaria; incluyendo, naturalmente, Nigeria, país enormemente proclive al desastre. Tiene cerca de sesenta millones de habitantes desunidos, formando grupos antagónicos, como consecuencia también del juego colonización-descolonización. Es un país que se le ocurrió a un caballero comerciante inglés, lord Lugard, para su explotación por la United Africa Company, metiendo dentro de unas mismas fronteras grupos islámicos, animistas, cristianizados, de lenguas y costumbres diferentes, con rivalidades tradicionales: el sistema de federación que se organizó con la independencia no logró nunca un equilibrio, y desde entonces -1960- es escenario de matanzas, golpes de Estado, enfrentamientos armados, cárceles llenas, desigualdades flagrantes, corrupciones, elecciones falsificadas y acusaciones mutuas. La nueva riqueza no resolvió la situación (más bien acentuó las diferencias entre las zonas petroleras y las que no lo son); la nueva ruina puede ocasionar situaciones salvajes.
El éxodo forzado es numéricamente mucho mayor de lo que supuso en España la expulsión de judíos y de moriscos. Los casi cinco siglos transcurridos no solamente no han dejado de reprochárnoslo, sino que probablemente han creado el fondo más profundo de la crisis económica y social, permanentes en España. Siendo las situaciones incomparables, la de Nigeria puede ocasionar, a quienes la han desencadenado, perjuicios mucho más graves aún. Pero sin necesidad de pronunciarse sobre el futuro, el inmenso drama humano de esta inmensidad de personas huyendo de una orden bárbara y sin moderación es ya suficiente para que hagamos un esfuerzo y, por lo menos, movilicemos nuestra conciencia, que se embota.
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