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Iconoima, iconofobia

Cuando es posible examinar lo que posee un niño actual, comúnmente, como elementos de educación y de solaz, cuando puede uno fisgar en la biblioteca infantil que tenga más cercana, se queda asombrado del lugar que ocupan las imágenes de todas clases en libros escolares, libros de diversión y revistas. Pueden ser estas imágenes desde magníficas fotografías en colores, que le ponen ante las maravillas y secretos de la naturaleza, a mapas de sorprendente plasticidad, diagramas en colores o historietas en series abundantes, que a veces procuran instruir, aunque otras más parecen hechas para embrutecer y provocar los instintos violentos. Antes los recursos gráficos eran más modestos. También las publicaciones resultaban más baratas, y los textos, más nutridos. A semejante abundancia de la imagen impresa se añade la de la imagen televisada, acerca de la que tanto se habla y se escribe. En suma, ve uno que la sociedad moderna queda bajo el imperio de la imagen; aún más, va a una especie de iconolatría. Y esto para un amante de las artes plásticas puede ser motivo de reflexión larga y más o menos profunda. Se ha llegado a profetizar que pronto la letra escrita dejará de tener significado en la vida cultural del hombre y que la imagen sustituirá a la letra, como las máquinas calculadoras suplen los esfuerzos que antes había que hacer para realizar operaciones matemáticas pesadas, ya que no difíciles. Profecía semejante me parece como otras: engañosa. Pero no cabe duda de que cada vez va a haber más, gentes dominadas por la imagen, más iconólatras, sobre todo en el mundo popular. Porque hay personas de pueblo, o que viven aisladas en el campo, que creen que hay que ver todo lo que brinda la televisión y están sometidas a una especie de borrachera de imágenes. Saben las canciones de los anuncios, conocen a todos los que dirigen los programas. A algunos que salen, o salimos, con cierta frecuencia también nos conocen por la imagen, aunque no precisamente por nuestras obras o frutos. Porque hace unos días, por ejemplo, en cierto aeropuerto del Norte me saludó muy alborozada una señora que me deseó buen viaje y que después al que le acompañaba le dijo: "Es don fulano, el que nos da esas recetas de cocina tan estupendas". La imagen tiene que ir acompañada de algo más... Pero a veces no va. Además, hoy resulta que, pese a la iconolatría, hay una clase de gentes importantes en la vida de todo pueblo civilizado que son iconoclastas o iconófobos: los artistas plásticos. Desde hace años se hace distinción entre ellos, poniendo a un lado a los representantes del arte figurativo y al otro a los del arte abstracto. Los primeros, también desde más tiempo del que creen o fingen creer algunos jóvenes, son considerados como gente retrógrada y sin interés. Equivalen a los que a finales de siglo fueron llamados pompier. Antes se habló de un arte perruque, considerándolo tan arcaico como podía ser llevar peluca en 1830.Los abstractos, en cambio, desde hace más de sesenta años son los avanzados. Algunos que también tenemos más de sesenta años pensamos a veces que en ninguna otra actividad, salvo la política, se puede estar sesenta años en la avanzada, en la vanguardia, como se decía ya hacia 1925. En política sí: hay revoluciones de carácter hereditario, aunque la cosa parezca contradictoria. En arte también. Porque conozco hombres jóvenes, nacidos hacia 1960, que miran con aire fosco, de ser incomprendido por la sociedad, porque pintan como podría haberlo hecho su abuelito, antes de la guerra de 1914. El caso es que el eikon, la imagen, el retrato semejante o similar a lo retratado, el reflejo artístico de la figura real es despreciado entre muchos artistas. También en un mundo de filisteos, con miedo a no estar al día, y que dicen que la fotografia ya suple con creces lo que antes salía de talleres de pintores, grabadores, dibujantes, escultores, etcétera. A esto algunas personas insolentes y cínicas solemos responder de modo poco académico: "Nanay", o "Que se cree usted eso". Pero esta no es la cuestión que se plantea ahora. La cuestión es que, de un lado, hay multitudes de iconófilos, iconógrafos e iconólatras de todas edades, desde los niños y luego los adolescentes y jóvenes que compran las revistas de moda y se extasían ante la foto en color de la bella actriz que cuida amorosámente a su último retoño mientras que su marido sonríe tiernamente, hasta los que meditan al contemplar el tupé de algún jefe de Estado con cierta desconfianza. Pero hay también iconófobos, ya que no iconoclastas. Hombres capaces y sensibles que odian las imágenes del mundo exterior, las representaciones de lo que ven y que se dedican a trazar rayas y puntos y a idear combinaciones de colores, etcétera. Por fin queda una última clase de seres humanos a los que ese mundo exterior les gusta y que, a la vez, abominan un poco de la fotografía. Los que piensan que el lema de Brueghel el Viejo era: "De la vida". ¿Hay algún fotógrafo que sustituya a Brueghel o a Durero? ¿Hay algún abstracto que los supla con ventaja? Pensando en esto el que escribe, que es un bruegheliano convencido, llega a la conclusión de que mucha gente moderna tiene una idea bastante amazacotada e imbécil de la realidad.

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