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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Carta al Príncipe

Alteza: ahora que ha cumplido usted quince años de edad (fue el domingo y yo andaba de week-end hortera, Alteza) me gustaría, Alteza, ser un poco, por dos folios, el Maquiavelo republicano y mesetario que se alegra de ver a Su Alteza tan crecido. Lo que me gusta de Su Alteza es ese pelo largo, barroquizándole el cuello impúber, ese estofado rubio y rizado de tantos niños españoles, contra la leyenda negra de la España morena y remorena. Porque un príncipe, Alteza, que se deja así el pelo, renacentista y passota, Fra Angélico y Lichtenstein, es un príncipe troquelado por el pueblo y la cultura, que no a la inversa. Hay una voluntad de libre albedrío humano, Alteza, en el pelo largo o la barba que Vos aún no tenéis, pero pronto. Parece cosa de modos o maneras, esto del pelo, pero es toda la diferencia entre un sentido abierto de la vida, entre un libre fluir de la cabellera y las ideas, o un sentido restrictivo y équite, volitivo y conminatorio, que ha tenido a nuestras juventudes, cortos años, con la nuca rapada y paramilitar (como si ser militar fuera tan fácil: Líster reconocía la otra noche, por la tele, que él luchó por desorganizar el Ejército español, pero luego él mismo nuclearía un Ejército para defender la República: sólo odiamos lo que nos fascina). Jesús Picatoste, Alteza, ha escrito un libro sobre el general Gutiérrez-Mellado, y me dice:-Cómo te quiere el general, qué bien habla de ti.

Alteza, perdón por esta carta retrasada, pero ha habido monarquías absolutistas (no os voy a explicar Historia, Alteza, en vuestra senectud de quince años), que son las que imponen al pueblo sus gustos y sus gastos, o reprimen melenas mientras ellos la llevan, como si uno, Alteza, no tuviera derecho al propio pelo. Las dictaduras, que no son sino monarquías añorantes, horteras y sin juridicidad, suelen rapar ciudadanos, que no es sino una manera vicaria de castración. Hay, Alteza, monarquías democráticas, parlamentarias, que dejan crecer por su tronco genealógico, como yedra o parra virgen, las influencias del pueblo, de la gente, y hasta los pequeños príncipes confunden su melena de oro con el oro popular de su generación. El sabio Einstein, Alteza, a quien ya, sin duda, estudiáis en Ciencias, estaba archivado en Televisión Española, cuando entonces, en el apartado Gamberros, por la melena, Alteza. Y ministro hubo que puso peluquería en Prado del Rey por rapar a los rockeros del momento antes de que salieran a tocar. Cronista como es uno de los signos, de los significantes mínimos (vicio semiológico de mi generación, Alteza), el que un príncipe se deje el pelo largo supone todo un Renacimiento dentro del renacimiento con minúscula que ahora intenta España, una vez más. A los niños de derecha/izquierda, Alteza, en la posguerra de una guerra que hubo, cuando un general quería quedarse con la silla del Abuelo, y se quedó, o sea del Bisabuelo, a aquellos niños, príncipe Felipe (y no os voy a contar mi batallita) nos rapaban al cero por el piojo verde, que así salimos en las fotos y las crónicas de Vizcaíno Casas. Vuestra incipiente melena, Alteza, no es para mí, niño de la posguerra, nacido en la República (lo cuento en reciente libro que este periódico ignora, salvo Teresa Pämies, catalana y roja), sino metáfora de todas las melenas populares.

Por eso, por metafórica de lo general, por emblemática de lo popular, dibujo en prosa, hoy, vuestra melena, cuando llegáis, Alteza, a los años quince del milagro. Le tengo yo muy dicho al jardinero de mi pequeño huerto volteriano que nada de geometrías franco/niponas, que es un jardín salvaje lo que quiero, la libertad en acto, las colgaduras de la parra virgen. Una monarquía funciona, Alteza Felipe, y olvidad, si queréis, esta carta de un Maquiavelo que no ha hecho carrera, cuando la yedra popular y toda prende ya por la rama en pubertad del cuello de los príncipes. Perdón, Alteza: soy republicano.

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