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El defensor del pueblo

El mayor obstáculo que va a tener el defensor del pueblo es, paradójicamente, la expectación que ha creado. El mesianismo característico de nuestro país, y no lo decimos como alabanza, porque es uno de nuestros grandes defectos nacionales, ha depositado en la institución una cantidad tal de esperanzas que va a descargar sobre ella -podemos vaticinarlo- auténticas montañas de papel en las que puede quedar enterrada la eficacia de la institución, por mucha capacidad que atribuyamos a quienes la sirven y muchos medios materiales con que se les doten. La ignorancia de los medios legales para hacer valer el propio derecho y el recelo ante dichos medios, que lleva a reiteraciones viciosas o a la simultaneidad de las vías utilizadas, tal como se ha experimentado en el derecho de petición, que cuenta con más de veinte años de experiencia, podría, repetimos, hacer ineficaz una institución tan simpática como la que motiva este comentario. ( ... )El defensor del pueblo no se puede reducir a ser un buzón de quejas ni un consultor; con ser eso en parte, su techo debe estar mucho más alto. Pero sin salir del campo jurídico que le compete. Lo que pasa es que ese campo esta lindando con el político y habrá que correr el riesgo de que se confunda a veces con él.

Pero sólo aparentemente. Ahí es donde les hará falta al defensor y a sus colaboradores la máxima independencia de juicio. También la comprensión de los políticos, tanto del Gobierno como de la oposición. Escribimos esto pensando en la suspicacia que ya han mostrado algunos con motivo del nombre de uno de los futuros adjuntos del defensor del pueblo. Nosotros creemos que el sentido de responsabilidad va a prevalecer, naturalmente, sobre cualquier otra consideración, y que defensor y colaboradores sabrán dejar a la puerta sus anteriores adscripciones o simpatías políticas. Pero por esto mismo no es con recelos como se les debe acoger, sino con la plena confianza que merece la gravedad de su misión.

Por lo que toca a las cualidades personales del señor Ruiz-Giménez, no queremos más que subrayar aquello en que es notoria la unanimidad: su competencia de jurista, su arraigado sentido cristiano y humano, su sensibilidad para la justicia y su honestidad personal. El cargo va a requerir cualidades excepcionales de dedicación y de firmeza. Nosotros manifestamos a su titular nuestra simpatía y le deseamos el máximo acierto en su difícil gestión.

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29 de diciembre

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