Réplica a Aina Moll y a sus valedores alemanes
Es mi opinión que ni Aina Moll ni sus valedores alemanes han comprendido el sentido de la carta que envié a EL PAÍS recientemente. El problema lingüístico del país no empieza con la dictadura del general Franco, sino con la traumática política de unificación iniciada por los Reyes Católicos. Cierto es que nacientes planteamientos nacionalistas fueron radicalmente truncados, tras el triunfo del Eje en España, y creo que no es hora de recordar la grave responsabilidad de Alemania y de la inhibición de las democracias europeas, que, en su día, condicionaron en gran parte la pérdida de la libertad en nuestro país.Algunos estuvimos integrados en organizaciones nacionalistas, salimos a las calles en manifestaciones duramente reprimidas por el aparato policial del antiguo régimen y seguimos luchando contra las dictaduras políticas o culturales. Amamos profundamente la libertad y no creemos que sea una pétrea estatua a la entrada de Nueva York, sino tal vez el único mito por el que aún vale la pena vivir o morir. Soy gallego, estudié en Santiago de Compostela, después en Pamplona, en la Universidad de Navarra; ejercí mi profesión en Pontevedra, Madrid, Nueva York y Guadalajara y, por tanto, le ruego a Magi Trepart que admita que soy capaz de comprender que no es lo mismo vivir en Gerona que en Cáceres. Nací en el País Gallego, y de persecuciones, discriminaciones, expoliaciones y abandonos sé tanto o más que cualquier ciudadano de este país. Opino que, como gallego con idioma propio, tengo los siguientes derechos: 1. Derecho a expresarme oficialmente en gallego o en castellano, alternativamente, en Galicia. 2. Derecho a ser comprendido oficialmente en gallego o castellano, alternativamente. 3. Derecho a que mi idioma sea promocionado por todos los medios posibles. No me considero con el derecho a obligar a nadie a expresarse en gallego en,Galicia, si así no lo desea de forma clara y expresa. Creo que sólo así respeto su libertad, en un país en el que el desarrollo constitucional tiende a garantizar el empleo de más de una lengua oficial. Parece ser que, últimamente, convocatorias para distintos puestos de trabajo en Cataluña o en el País Vasco obligan, no a un conocimiento alternativo de los idiomas oficiales, sino al conocimiento del idioma autóctono. Recuerdo a los alemanes que en España, aparte del castellano, hay tres idiomas autóctonos bien diferenciados: el gallego, el euskera y el catalán. Creo que exigirle a un ciudadano de Cáceres el dominio hablado de esos tres idiomas, para que pueda conservar su capacidad de movimiento en este país es restringir su libertad hasta niveles crueles. Es mi opinión que el bilingüismo alternativo enriquece la libertad y la cultura de un país y que el bilingüismo obligado (que hay que multiplicar por tres en nuestro país) es una gravísima ofensa a los ciudadanos de un país sin fronteras interiores.
Los hombres libres de este país no deseamos que se nos aplique la doctrina de Monroe disfrazada con barretina. Espero que, en nombre de la libertad, nuestros amigos alemanes sepan comprender las propias palabras de Aina Moll: "Nuestros derechos acaban donde empiezan los de los demás". /
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