El catalán, desde Alemania
A través de las páginas de EL PAIS que nos llegan diariamente a la biblioteca de nuestra Universidad de Frankfurt, sigo la discusión que este diario documenta sobre la recuperación lingüística de Cataluña. Detecto en la polémica que muchos castellanoparlantes parecen revelar una constante del comportamiento humano, que es haberse acostumbrado al status quo considerándolo normal y extrañarse delante de un cambio considerándolo anormal.La situación en Cataluña hay dos maneras fundamentales de verla: o se parte de la situación actual diciendo que a los que viven allí desde hace unas décadas hablando sólo en castellano no se les ha de incomodar, exigiéndoles acostumbrarse a la plena vigencia del catalán, o se parte de un análisis histórico diciendo que la situación actual responde a una injusticia inflingida a los catalanoparlantes por la dictadura de Franco, y se exige que estas injusticias desaparezcan en Cataluña (como, en otros aspectos, en todo el estado español).
Lógicamente esta segunda perspectiva es la única que puede conceder un valor moral y ético positivo a la actividad lingüística de la Generalitat. Creo que los catalanes estarían felices si la recuperación del catalán se pudiera hacer sin que ninguno tuviera molestias. Pero parece que son inevitables y, además, tampoco parece que sean tan graves. La gran mayoría de los pueblos de este planeta hablan varias lenguas, y no porque sean más inteligentes sino porque la situación de convivencia lo exige. Parece que son muy pocos pueblos los que piensan que se puede vivir con sólo una lengua. Pero como estos pocos pueblos son los poderosos -los que mandan-, no se dan cuenta de lo anormal de su situación. Si los holandeses o los belgas hablan más de una lengua, no hay nada extraño en que un castellanoparlante de Cataluña tenga que aprender el catalán, al menos a la larga.
Ahora bien: un adulto que. no trabaje en el sector agrario e industrial, si no se pone a aprender voluntariamente el catalán, nadie le forzará. Al contrario, será él quien obligará toda su vida a los catalanoparlantes a hablarle en castellano.
Otro problema, sin embargo, son las personas del sector terciario, cuya profesión es servir en oficinas, empresas o escuelas a una población que tanto puede ser catalana como castellana. En Alemania, un maquinista puede vivir hablando sólo en inglés, por ejemplo; la mayoría de los alemanes sabrían el inglés suficientemente para entenderse con él. Pero este señor no podría ser vendedor de billetes en una taquilla o empleado en un puesto de la Administración, porque aunque los alemanes le entenderíamos, nos parecería muy extraño que este empleado no comunicase con nosotros en nuestra lengua. Por suerte, en el caso del catalán se trata de una lengua extremadamente fácil de aprender para un castellano.
De todo esto se deduce que, personalmente, creo inconcebible que en Cataluña un maestro no sepa suficientemente el catalán. ¿Cómo se quiere llegar a una sociedad verdaderamente capaz de comunicar tanto en catalán como en castellano si las personas que han de servir como ejemplo para todos los alumnos, es decir los maestros, no dominan las dos lenguas y no las enseñan, cuando su obligación es formar ciudadanos que se interesen tanto por el castellano como por el catalán?./ catedrático de Filología Románica de la Universidad de Frankfurt .
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