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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Empresa y socialismo en la década de los 80

Los socialistas han sido eficaces en la explicitación de la idea de cambio y ahí están los resultados. La mayoría no pudo sustraerse a la seductora simplificación de un futuro que tiene de todo menos de simple.No es menos simple la respuesta que pueden dar los empresarios ante ese futuro. Admitimos que hemos entrado en la era posindustrial, que nuestras herramientas para operar dentro y fuera de la empresa son casi obsoletas y que el cambio tecnológico es irreversible. Esto hace diez años era poco más que un presentimiento, hoy es un cruento desafío que ha acabado con la vida de miles de empresas.

Los empresarios -o bastantes empresarios- también están preocupados por el cambio. Les preocupa como ciudadanos que entienden que su empresa es tan sensible como cualquier otra organización a las transformaciones económicas, sociales o políticas.

François Mitterrand afirmaba en 1975 que "el poder patronal constituye, dentro del sistema actual, un obstáculo insalvable para la democratización de la vida en el trabajo". Frases dogmáticas como esta, con escaso análisis prospectivo, estamos acostumbrados a escuchar desde las más variadas posiciones. En primer lugar, el poder patronal organizado como beligerante oposición al cambio no representa más que una parte del empresariado. En segundo lugar, hay patronos ejemplares que han dado muestras prácticas de espíritu progresista y de eficaces motores de todo un sector productivo.

La llamada voluntad del empresario no tiene hoy el carácter que históricamente se le ha atorgado. En la empresa se presenta un espectro de fuerzas y corrientes muy semejantes al de la sociedad. La calificación o descalificación de una empresa en razón de la titularidad de sus acciones es un anacronismo y una simplificación inadmisible. El comportamiento de la empresa -de la mediana y gran empresa- es básicamente independiente de las actitudes del o los titulares del capital. Por ello, hablar de patronal cuando se refiere a la empresa muestra una falta de perspectiva que puede conducir a conclusiones erróneas.

El juego de las turbulencias

En la empresa, conformada por colectivos diversos, el dirigente no es el estereotipo del trasnochado y reaccionario. Recientemente ha estado en Madrid Igor Ansoff, economista sueco y universal, padre de la planificación estratégica En un seminario organizado con el expreso deseo de escucharle, un buen número de altos directivos españoles conocieron por Ansoff la posición del empresariado del mundo en el juego de las turbulencias, que el profesor Ansoff ha creado. La mayor parte pronostican un entorno cuyo valor de turbulencia está alrededor de cuatro, en una escala de uno a cinco siendo estos valores el mínimoy el máximo de inestabilidad

El valor cuatro implicaría un comportamiento discontinuo y difícilmente predecible de las variables macroeconómicas. Afrontar ese entorno exigiría técnicas de planificación estratégica concebidas con mucha flexibilidad. Ansoff aprovechó para hacer una encuesta a los asistentes a su seminario (alrededor de cien altos directivos). Los ejecutivos españoles se pronunciaron por la probabilidad de un escenario cuyo nivel de turbulencia rebasaba el cuatro, que estan como vaticinar un entorno caracterizado por cambios impredecibles. En el ambiente se percibía la gran dificultad de la gestión empresarial bajo esas condiciones, aunque se era consciente de que tal diagnóstico significaba adoptar en sus empresas un nuevo espíritu de creatividad, de flexibilidad, de nuevas tecnologías y un profundo conocimiento y relación con las áreas del entorno que se identifiquen como estratégicas.

La España de los ochenta va a obligar a una profunda transformación de la empresa, que en última instancia supone un sustantivo cambio de la mentalidad empresarial. La vertiginosa velocidad del cambio histórico que estamos viviendo, y la muy probable aceleración que pueda adquirir en el futuro, va a someter a revisión muchos conceptos instalados. Las estrategias del éxito que sirvieron antaño para la toma de decisiones carecen de validez en un futuro que nos ha de ser poco familiar.

El caso de España es particularmente complejo, pues la contradicción entre pasado y futuro es mucho más aguda que en otros países occidentales. Si el compromiso con el futuro nos exige tecnologías, organizaciones empresariales y mentalidad acorde con la sociedad posindustrial, no debemos olvidar que en algunas áreas convivimos con un subdesarrollo preindustrial, que tiene su correlato en la inadecuación de la infraestructura, de la capacitación técnica y de la propia cultura. El cambio, por ello, no puede ser sino convulso, o turbulento, como diría Ansoff.

Pese al optimismo que nos ha infundido el mensaje socialista, no estaría de más recapacitar cuerdamente y admitir que a su Gobierno le corresponde administrar la escasez y la inestabilidad. En nada difiere este escenario del, de la empresa. En ambos casos se requieren nuevas mentalidades y aptitudes.

Al Gobierno socialista le concierne una intensa cooperación con la nueva mentalidad (¿emergente?) de la empresa. La identificación de las áreas generadoras de cambio en la empresa, el apoyo a las mismas, es una tarea urgente a la que el nuevo Gobierno tendrá que destinar imaginación y habilidad.

Transformar la empresa exclusivamente por la vía sindical es, desde un punto de vista social y económico, muy costoso. La empresa debe afrontar entornos nuevos para su transformación, sin perjuicio del avance en el terreno sindical. Si puede ser importante el cambio inducido en la empresa a través de la acción sindical, mucho más eficaz y barato es el espontáneo.

El compromiso de las organizaciones patronales no es identificable con el comportamiento de la empresa, considerada como organización con entidad propia.

Ese comportamiento responde más al modelo autoritario historico, que al modelo socialmente eficiente y democrático al que debe conducir la propia evolución de la empresa; una empresa cada día más presionada por el cambio tecnológico agudo y por el entorno político y social.

He aquí, pues, cómo la empresa tiene una oportunidad histórica para perfeccionarse como organización, como unidad productiva y como sistema socialmente eficiente. Para que tal se confirme es preciso el apoyo del nuevo Gobierno a la empresa, allí donde el cambio en sus estructuras es más urgente y posible. El Gobierno socialista debe dar el primer paso con el espíritu del buen estratega.

Eduardo Mateos Villegas es economista, politólogo y directivo de un grupo de empresas.

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