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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Crímenes y mentiras

LOS GRAVES incidentes ocurridos el pasado domingo en Rentería, cuando una turba energuménica embistió contra una manifestación pacífica convocada por las fuerzas vascas democráticas para rechazar la violencia terrorista y reivindicar la dignidad de los tres trabajadores ametrallados por ETA militar, constituyen un meridiano ejemplo de los inverosímiles extremos de irracionalidad, brutalidad y desprecio hacia los derechos humanos -desde el derecho a la vida a la libertad de expresión, pasando por la defensa del honor y la propia imagen- alcanzados por el nacionalismo radical.El pretexto de que los agresores no constituían una contramanifestación sino una manifestación paralela, casualmente convocada el mismo día y a la misma hora para pedir la paralización de Lemóniz, la amnistía y el fomento del eusquera, indica que estos profesionales de la provocación ni se molestan ya en dar una mínima verosimilitud a sus montajes. El espectáculo de unos adultos fanfarrones agrediendo a unos niños por defender "el buen nombre" de sus padres bate, sin duda, una siniestra marca en la historia de la cobardía humana.

Los nacionalistas radicales ya nos habían acostumbrado a sus infames prácticas de exigir la libertad de expresión para ellos mismos e impedírsela, a renglón seguido, a quienes discrepen de su credo. La reivindicación de la libertad de prensa para sus órganos de opinión han marchado en paralelo con el asesinato de Jose María Portell, el atentado contra José Javier Uranga y las amenazas contra otros periodistas y medios de comunicación.

Para desautorizar el veredicto de las urnas el pasado 28 de octubre, un ideólogo de Herri Batasuna ha escrito que "las elecciones burguesas están hoy destinadas no a conocer la voluntad popular sino a igualar el peso político de los ciudadanos que dan su vida -o media vida- por la colectividad con el peso de los que no dan por ella ni una uña". Goebbels no lo hubiera dicho mejor ni Hitler hubiera preparado con tanto cuidado propagandístico la solución final para los discrepantes, esta vez todos los vascos que votan en favor de las opciones democráticas (empezando por el PNV y el PSOE) y que no admiten el führerprinzip colectivo de ETA militar. Porque la existencia de 210.000 guipuzcoanos, vizcaínos, alaveses y navarros que votan a Herri Batasuna es tan cierta como el dato de que el 86% restante de los electores apoyan la paz y la democracia.

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Los esfuerzos realizados en los últimos años para dar una salida política al conflicto vasco han acelerado la crisis endémica de las diversas ramas de ETA y han alejado progresivamente de la violencia política a quienes creyeron alguna vez que los medios sangrientos podían justificarse mediante fines ideológicos. Pero los indudables éxitos de esa estrategia, entre los que se inscribe la autodisolución de ETA VII Asamblea y el positivo papel desempeñado por Euskadiko Ezkerra desde la aprobación del Estatuto de Guernica, ofrecen como contrapartida no sólo la continuidad criminal de la actividad terrorista sino también la persistencia social de corrientes inerciales de opinión que exculpan a los asesinos y depositan sus votos en favor de la coalición electoral hermanada política y ideológicamente con ETA militar.

Los sucesos del pasado domingo invitan ciertamente a la naúsea pero también arrojan la impresionante lección de que Rentería, antaño un feudo de Herri Batasuna, no sólo situó a los socialistas en el primer lugar de sus preferencias electorales el pasado 28 de octubre sino que, además, ha salido a la calle para desafiar a los asesinos. De esta forma, Rentería ha dejado de ser un bastión del nacionalismo radical para convertirse en el símbolo de la resistencia cívica a un desafio terrorista que no sólo amenaza nuestras vidas con sus crímenes y pone en peligro a las instituciones democráticas con sus provocaciones sino que, de añadidura, tiende a socavar las reservas morales de la sociedad vasca en su conjunto.

Digamos, a este respecto, que, una vez probado mediante testimonios irrefutables la imposibilidad de que los tres trabajadores ametrallados en Rentería prestaran servicios de información a los cuerpos de seguridad, es preciso que la opinión pública reflexione sobre la monstruosa falacia subyacente al planteamiento del problema por parte de ETA. La inversión ideológica se halla hasta tal punto generalizada en el País Vasco que el debate sobre las acusaciones contra el malogrado Carlos Manuel Patiño y sus dos compañeros ocupa el primer lugar del escenenario público, en vez del hecho mismo del crimen. Parece obvio recordar que la nota definitoria de ETA militar no es que mienta bellacamente sino que asesina impunemente, además de profanar luego los sepulcros de sus víctimas. No es probable que los terroristas califiquen como chivatos o delatores a los informantes que les suministran los datos necesarios para perpetrar sus atentados. La llegada al poder del Gobierno socialista y la entrada en funcionamiento de la policía autónoma vasca aumentará, con toda probabilidad, la buena disposíción de los ciudadanos para respaldar a las fuerzas democráticas instaladas en el poder en Madrid y en Vitoria. Hoy día serían pocos los demócratas que dudas en en hacer todo lo que estuviera en sus manos para abortar una intentona golpista o impedir las acciones de grupos violentos de la ultraderecha. ¿Qué extraño privilegio, acogido a los beneficios del doble lenguaje, podrían esgrímir los matarifes de ETA militar para santificar a sus informantes como héroes y para descalificar, en cambio, como chivatos a los informadores de los cuerpos de seguridad de un Estado democrático? ¿Y en qué se diferencia no sólo objetiva sino también subjetivamente un asesino de ultraderecha de un asesino de ETA militar?.

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