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Reportaje:

En Medina Sidonia nadie quiere acordarse de Casas Viejas

Trece vecinos esperan juicio por un delito de atentado al cuartel de la Guardia Civil

Medina Sidonia (ciudad de Sidón) lleva escritos en su nombre sus orígenes fenicio y árabe. Está situada en lo alto de una colina desde la que en días claros se puede contemplar San Femando, Cádiz, la bahía, Algeciras y el Estrecho. Un simple vistazo a su enclave privilegiado permitiría suponer al visitante que los asidonenses lo tienen todo en la mano para ser gente feliz. Pero una detenida conversación con el alcalde, el socialista Agustín de la Flor, permite saber que no es oro todo lo que reluce.Vista desde dentro, Medina Sidonia es una ciudad con una población laboral de 1.200 personas, de las que sólo un centenar tiene trabajo fijo, en los astilleros de Puerto Real o de Cádiz, o en las fincas que extienden sus alambradas hasta las propias lindes del casco urbano. Unos quinientos disponen de cartilla agrícola, lo que les permite acogerse al empleo cornunitario, la marcha verde lo llaman aquí. Eso da 1.120 pesetas tres días por semana. Los demás hacen lo que pueden, y lo único que pueden hacer es cazar. Furtivamente, por supuesto.

Y es que Medina Sidonia tiene un término inuncipal de 53.353 hectáreas, de las que sólo unas 12.000 están cultivadas. No se trata de lo que se conoce como cultivos sociales, sino más bien de los que ocupan poca mano de obra. ¿Y el resto? El resto son 39.000 hectáreas de cotos de caza, terrenos reservados para que el propietario los bata de cacería con sus invitados cuando le venga en gana, y unos cuantos pastizales por los que pasean perezosos los espléndidos torrestrellas de Domecq, una de las atracciones de las ferias taurinas más destacadas de España, o los Manuel Camacho, también de frecuente presencia en las mejores plazas.

Así las cosas, la caza furtiva no es en Medina un deporte ni una gamberrada, sino una necesidad. Aquí la ley de Fincas Manifiestamente Mejorables es una entelequia tan lejana y difusa como la Sociedad de Amigos de la Capa. Aquí los jóvenes y algunos que no lo son tanto salen a las seis de la mañana a burlar la vigilancia de los guardias jurados y a buscar la liebre (cuatrocientas pesetas), el conejo (la mitad, más o menos), el zorzal (un pájaro de tamaño aproximado a la codorniz, cotizado a diez duros la pieza) o los pajaritos (treinta duros la docena). Hay un valor añadido: un duro más por pájaro si está desplumado. Aparte de eso, hay la recogida del espárrago, de la tagarnina (un cardo) y de los caracoles. Entre unas y otras cosas, se va tirando.

El campo da poco trabajo

"Hasta la crisis económica muchos trabajadores de Medina Sidonia estaban ocupados en la construcción, en San Fernando, Cádiz, Chiclana o donde fuera. Y en los astilleros trabajaban también más que ahora", explica el alcalde. "Tal como está repartido aquí el suelo, el campo da muy poco. Una finca de caza o de bravo emplea muy poca gente. Hasta ahora, gracias a Dios, la Guardia Civil era comprensiva y hacía la vista gorda con los furtivos".

Efectivamente, la Guardia Civil hacía aquí la vista gorda con los furtivos hasta que llegó el cabo primero José Priego Gómez, hace unos dos meses. Dicen que venía de Canarias, condecorado por un buen servicio en la persecución del tráfico de drogas. En Medina Sidonia no hay traficantes de drogas, sino muchachos que van en ciclornotor a buscar espárragos o tagarninas o a poner trampas para los pájaros, o a pillar algún conejo o alguna liebre con los perros. El cabo, muy estricto según algunos, arrogante y despótico según los más, exige todo tipo de requisitos para circular en la moto. El casco, las luces, los humos, la documentación, todo es escrupulosamente revisado desde que él llegó. Y la caza es perseguida a fondo.

El problema llega el 23 de octubre. Ese día, temprano, Antonio Macías Jiménez (24 años), Francisco Torrente Doblas (19) y Jesús Astorga Amador (18) se cuelan en La Cantora, finca propiedad de Paquirri, con los perros: "Habíamos cogido una liebre cuando nos topamos con un guarda jurado", explíca el primero de los jóvenes. "Nos dijo que le diéramos la liebre y contestamos que no. Entonces avisé a la Guardia Civil, y cuando llegamos al padrón (zona de paso público que separa las fincas privadas entre sí) nos encontramos a una pareja que había venido en coche a buscarnos. Nos pararon para interrogarnos. Yo, mientras los guardias hablaban con los otros, me senté en el suelo, y entonces uno de ellos me gritó que me levantara, yo le contesté que no tenía que gritarme, y él me dijo que era un chulo y me dio un guantazo. Ante el gesto que yo hice para protegerme del golpe se creyó que le atacaba y sacó una pistola. Luego se calmó la cosa y nos dijeron que les siguiéramos al cuartelillo con las motos". Antes de ir al cuartelillo, Antonio y sus dos amigos pasan por el juzgado para interponer denuncia por malos tratos. La juez, Rosa Núñez, no puede admitir la denuncía porque los chicos desconocen el nombre completo del guardia, y les aconseja que se presenten en el cuartelillo. Así lo hacen.

"Allí, el cabo nos pasó a un cuarto, y nos dio bofetadas, patadas y tirones de pelo. Me gritaba: 'Ven aquí, chulo, que te voy a leer el libro del criminal. Ahora vota a Felipe, a ver cómo te saca de ésta'". Las familias de los tres muchachos detenidos van al cuartelillo, a pedir que les suelten, o al me-

En Medina Sidonia nadie quiere acordarse de Casas Viejas

nos que les dejen entrar a visitarles. Se les niega. En los alrededores del cuartelillo, vecino a la barriada de la Paz (casas modestas de construcción oficial, mucho joven parado, mucho ciclomotor y mucho perro para la caza), empieza a despertarse cierta agitación. Los familiares están nerviosos, no entienden por qué están retenidos los chicos (nadie les ha dicho todavía que se les acusa de desacato), temen que estén sufriendo malos tratos. Hay gritos, empieza a nacer cierta histeria, se corre la voz.Mediación de un diputado

Mientras, en el cine, Ramón Vargas-Machuca, natural de Medina, diputado socialista por Cádiz en las legislaturas pasada y futura, está dando un mitin (estábamos en plena campaña electoral). La voz se corre hasta allí, y Vargas-Machuca, y el alcalde deciden ir al cuartelillo a mediar en la situación. A la puerta del cuartelillo se acumula más y más gente y el nerviosismo sigue creciendo. Dentro, el cabo se muestra inasequible a los ruegos del diputado y el alcalde de que suelte a los chicos para que se calme la tensión. Se telefonea al gobernador civil, González Palacios, que envía hacia allí al capitán, comandante de puesto de la Guardia Civil de Vejer, con treinta números, que refuerzan a los quince de la guarnición local. Con eso, decide que el caso no precisa más de su intervención y se marcha a cenar a Chipiona. Para el resto de la noche estará ilocalizable.

El diputado Ramón Vargas-Machuca, dentro del cuartel, pasa uno de los momentos más angustiosos de su vida: "Me acordé de Casas Viejas, de los relatos que escuché de niño de aquel horror, y del asalto al Congreso. El cabo estaba fuera de sí, daba puñetazos en la pared y gritaba '¡Los mato, los mato a todos!' El capitán estaba nervioso y no hacía más que repetir 'No hagan fuego real, no hagan fuego real'. Si el alcalde y yo salíamos a tratar de calmar a la gente no nos hacían caso. Cada vez había más presión, la gente quería entrar para tomar aquello por la fuerza y empezaron a llover piedras. La guarnición empezó a contestar con balas de goma, botes de humo y ráfagas de metralleta. No sé si eran de fogueo o no, pero en caso de ser fuego real todos los disparos iban al aire, porque no se ha visto ningún impacto en ningún lado". Las trescientas personas se dispersan, se alejan de la puerta, pero se concentran bajo un terraplén que hay a unos treinta metros del cuartel. Desde allí sigue el lanzamiento de piedras. Así siguió la cosa hllsta muy entrada la noche. En esas difíciles circunstancias, el abogado Francisco Fernández Portillo asiste a la declaración de los jóvenes. El cabo no justificó convincentemente por qué no se les había prestado asistencia letrada hasta ese momento.

Esta cara del relato no puede ser completada por la que podrían proporcionar las autoridades relacionadas con eI caso. En el cuartelillo remiten al informador al teniente coronel comandante de Cádiz, y éste, a su vez, al gobernador civil, que por su parte rechaza atender la llamada de EL PAIS. Una secretaria eficiente dice que ha dicho que no tiene nada que decir.

Así que vuelve a tomar la palabra Ramón Vargas-Machuca: "Va a parecer duro, pero yo tengo la certeza moral de que existieron malos tratos. Y de que el cabo es un sujeto negativo para el orden en el pueblo. Yo soy de Medina, he vivido mucho tiempo allí y ahora voy como poco cada quince días para ver a mi madre. Para explicarse la crispación que se creó por la detención de esos tres muchachos no hay más remedio que recurrir a la conducta del cabo. Tengo muchos testimonios escritos que hablan de una actitud desafiante, casi de chulería". Vargas-Machuca ha hablado con el gobernador civil y con el teniente coronel para solicitar el traslado del cabo, pero no parece optimista respecto al resultado de sus gestiones. El pleno del Ayuntamiento votó una moción de censura contra el cabo, con los votos favorables de los ocho concejales socialistas, los tres de UCD y el único comunista. Faltaron los cuatro independientes (derecha), que hace tiempo que no asisten a los plenos.

Los tres cazadores furtivos son trasladados en la madrugada del domingo 24 a San Femando, y el lunes quedan en libertad provisional, pendientes de juicio por un presunto delito de desacato. Hay motivos para pensar que la calma vuelve al pueblo, pero el miércoles 3, a las siete de la mañana, la Guardia Civil detiene en sus casas a Manuel Peralta Mota (casado, seis hijos), Aurora Macías Gómez (soltera, un hijo), Antonio Estudillo Romero (soltero, con su madre, viuda, a su cargo), Luis Macías Gómez (soltero), Diego Cote Sánchez (soltero), Juan Astorga Amador (casado, seis hijos, enfermo del corazón) y Juan Macías Peralta (soltero). Se les acusa de haberse distinguido en el asalto. El golpe hace que cunda el miedo y la desesperación en el pueblo. El miércoles siguiente, día 10, otra vez con las primeras luces del día, detienen a Rafael Astorga Amador (casado, cuatro hijos), Luis Gálvez Guerrero (casado, tres hijos), Agustín Macías Jiménez (casado, tres hijos), Blas Alejandro Pan Román (casado, un hijo) y Luis Flor Roldán (soltero). Ahora el miedo es mayor, se teme que las detenciones prosigan, se abre un período de sospechas, de especulaciones sobre los posibles delatores, comienza la desconfianza, las miradas cruzadas, las acusaciones a media voz. Basta leer la lista para ver que las detenciones están concentradas en grupos familiares y que varios de los detenidos tienen personas a su cargo.

Pintada contra el cabo

Aparece una pintada en el pueblo: Cabo pistolero, vago y maleante. Y esta otra: La Guardia Civil asaltó la Moncloa y también al pueblo de Medina. Pueblo ¿qué esperamos? Manuel Collantes es detenido como presunto autor, pero pronto queda en libertad.

El alcalde, mientras, pone 50.000 pesetas de la caja municipal, sin tiempo siquiera de consultar al pleno, para subvenir a las necesidades inmediatas de los familiares de esos detenidos que no pueden ir a ganarse las 1.120 pesetas de la marcha verde ni a cazar unos pájaros que la mujer desplume por la tarde, a duro la unidad. Y gestiona y arranca de la Diputación la promesa de que este organismo entregará más dinero.

Al magistrado juez de San Fernando, Manuel Zambrano, le ha caído en las manos la patata caliente de juzgar a estos trece detenidos, acusados, según el testimonio del cabo, de distinguirse en los sucesos. Un presunto delito de atentado, en suma, por el que les pudieran caer hasta seis años a cada uno. El abogado José Manuel Jareño, junto a Rodríguez Portillo, el que tomó declaración a los furtivos, se encuentra ante la difícil tarea de defenderlos, de evitar que aquella algarada tenga consecuencias trágicas para esas familias. Su preocupación inmediata es conseguir la libertad provisional, lo que solucionaría el problema inmediato de las familias y calmaría los ánimos en el pueblo.

Y todo por tres chicos que cazaron una liebre. Tres chicos ahora en libertad, acusados de presunta desobediencia a la autoridad.

Por su parte, el cabo sigue a lo suyo. El viernes se corrió la voz por la barriada de la Paz, el de los velomotores, los perros de caza y las mujeres que pasan la tarde pelando pajarillos: "¡Han cogido a El Cura!" El Cura no es el párroco de Medina, sino otro joven, Francisco Montero, hijo del más afamado constructor de perchas (cepos para pájaros) de la comarca. Pronto vuelve la calma. No le han llevado al cuartelillo, sólo le han quitado veintiocho pajaritos, veinticuatro zorzales y noventa trampas. Como éstas se valoran en cincuenta pesetas cada una, las pérdidas de El Cura se ponen en 5.900 pesetas. Más la multa, que está por venir. Toda una quiebra para la economía de su familia.

Ahora, en Medina Sidonia hay buen tiempo y una hermosa vista los días claros, que alcanza hasta San Fernando, Cádiz, la bahía, Algeciras, el Estrecho. Pero también hay miedo a las nuevas detenciones y rumores sobre quiénes serán los chivatos. Y antipatía al cabo. Y necesidad, la necesidad de siempre.

Y hay, a quince kilómetros, una pedanía llamada Benalup de Sidonia, conocida como Casas Viejas hace ahora casi cincuenta años, cuando dieciséis vecinos y tres guardias civiles murieron en una matanza absurda a cambio de nada. Cuando una acción desproporcionada de la Guardia de Asalto comprometió la autoridad de la República y aportó su cuota de veneno a la convivencia española.

En Medina Sidonia nadie quiere acordarse de que Benalup se llamaba antes Casas Viejas.

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