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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El debate electoral en Televisión

LA JUNTA Electoral Central, presidida por el Presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, ha resuelto ampliar los espacios reservados por Televisión Española para la campaña electoral con un debate, programado para el martes 26 de octubre, en el que intervendrían los líderes del PSOE, Alianza Popular, UCD, CDS y PCE. De esta forma quedan denegados los mutuos desafíos lanzados por los cinco partidos para celebrar debates mano a mano entre sus dirigentes, cuya realización hubieran requerido nada menos que diez programas especiales. La Junta Electoral señala razonablemente que la decisión adoptada es la única que permite garantizar "la igualdad de oportunidades, la equidad y la proporcionalidad" en un sistema multipartidista como el español. Aun así, no faltarán las protestas de otros tres partidos, -PNV, CiU y PSA- con grupo en el Congreso en la anterior legislatura y de otras opciones que lograron -como Herri Batasuna, Euskadiko Ezkerra y Fuerza Nueva- representación parlamentaria en 1979, excluídos todos ellos del debate del próximo 26 de octubre.A lo largo de las dos últimas semanas, Manuel Fraga ha reivindicado airadamente el privilegio, presentado como un derecho, de celebrar un mano a mano exclusivo con Felipe González, que hubiera relegado a Landelino Lavilla, Adolfo Suárez y Santiago Carrillo al papel de teloneros de la representación. La tendencia al alza de Alianza Popular registrada en los sondeos y la seria probabibilidad de que esa coalición ocupe el lugar de colocado en la competición ante las urnas han sido los argumentos esgrimidos para exigir, más que pedir, un debate con el presunto ganador socialista de los comiclos. Algunos medios de opinión que hacen campaña en favor de Manuel Fraga han llegado poco menos que a dudar de la legitimidad democrática de una eventual victoria del PSOE si ese coloquio no llegaba a celebrarse. Ahora bien, el caracter vinculante del reto lanzado por el líder de Alianza Popular y las bases sobre las que éste se apoya hacen agua por todos los. costados de su estrafalaria argumentación, destinada únicamente a forzar la aceptación por los socialistas de ese desafío.

Los abogados que defienden el supuesto derecho de Manuel Fraga a un debate solitario en la cumbre con Felipe González, marginando al resto de los líderes, aducen el ejemplo de las elecciones presidenciales norteamericanas y francesas. Ocurre, sin embargo, que esos comicios para la presidencia de la República -no para la designación de diputados y senadores- se disputan en ambos países entre dos candidatos que se presentan muy igualados ante las urnas. Incluso en las elecciones al parlamento alemán, democristanos y socialistas, los dos grandes partidos del sistema, arrancan de resultados anteriores altamente competitivos. Ninguno de esos rasgos se dan, al menos todavía, en el panorama político español. El desafío lanzado en 1979 por Felipe González a Adolfo Suárez, que no fue recogido por el entonces Presidente del Gobierno, tuvo al menos como trasfondo las reñidas votaciones de 1977 y las emparejadas expectativas de centristas y socialistas en los sondeos preelectorales del momento. Alianza Popular, componente de una coalición que sólo obtuvo nueve escaños en 1979, sólo puede esgrimir como argumentos compensatorios los resultados obtenidos en las elecciones gallegas y andaluzas y las predicciones de las encuestas de opinión de las últimas semanas.

Resulta, empero, que los sondeos preelectorales, tanto al comienzo de la campaña como en su tramo final, en ningún momento han suministrado base suficiente para conjeturar que Alianza Popular pudiera disputar al PSOE, ni de lejos, el puesto de ganador en los próximos comicios. Aunque las encuestas realizadas por empresas solventes e independientes discrepan parcialmente en sus conclusiones, la media de sus estimaciones es que la coalición de Manuel Fraga sólo podría aspirar a conseguir la mitad o el 60% de los votos populares logrados por los socialistas. Tanto en las elecciones de 1977 como en los comicios de 1979, la UCD de Suárez y el PSOE quedaron separados por un 5% de sufragios, mientras que las actuales encuestas señalan con cierta persistencia que la diferencia entre aliancistas y socialistas puede oscilar, dentro de cuatro días, entre un 15% y un 20% de los votos emitidos. Sucedería, así, que la distancia en número de sufragios populares entre el PSOE y Alianza Popular sería mayor que la existente entre este último partido y la agrupación de centro que le siguiera en el orden clasificatorio. De esta forma, el mano a mano entre Felipe González y Manuel Fraga no hubiera tenido en realidad como objetivo arrebatar votos al PSOE en provecho de Alianza Popular, pese a que los acalorados abogados del reto lo simulen, sino deslegitimar las posibilidades de Landelino Lavilla y Adolfo Suárez en provecho de Manuel Fraga. Dada la enorme distancia ideológica y política entre ambas opciones, y dada la alta improbabilidad de que un eventual votante socialista cambiara el sentido de su sufragio en beneficio de Alianza Popular tras un debate entre Felipe González y Manuel Fraga, no se tiene en pie el argumento según el cual el espíritu democrático hubiera obligado al dirigente socialista a dar la alternativa a Manuel Fraga en un mano a mano televisivo, que habría permitido a la coalición conservadora utilizar indirectamente la metáfora política del enfrentamiento entre Joselito y Belmonte para arrebatar papeletas a la UCD y al CDS.

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Queda, finalmente, la especulación en torno a los efectos que hubiera podido producir el mano a mano entre el secretario general del PSOE y el presidente de Alianza Popular. Las buenas razones que han impulsado a Felipe González a no aceptar un desafío que suministraba injustificadas ventajas a Manuel Fraga respecto a Landelino Lavilla y Adolfo Suárez son intencionadamente desfiguradas por sus adversarios, sin embargo, como un reflejo de temor o inseguridad ante la supuesta capacidad dialéctica superior de su frustrado adversario. Ni que decir tiene que cada quien es muy libre de formular pronósticos sobre acontecimientos que no van a producirse pero seguramente los apologistas de Don Manuel han olvidado demasiado rápidamente las actuaciones televisivas del líder de Alianza Popular en las elecciones de 1977 y sus gruesos errores -de hecho y de razonamiento- en los recientes coloquios con periodistas y en La Clave.

Manuel Fraga tiene, sin duda, un buen conocimiento del medio televisivo, ya que fue ministro de Información entre 1962 y 1969, época, por cierto, en que rechazó desdeñosamente la petición de algunos dirigentes de la oposición democrática -entre otros, Dionisio Ridruejo- para exponer desde la pequeña pantalla su discrepancia con el célebre referendum de 1966, aprobado posteriormente por más ciudadanos que los registrados en el censo. Pero no es nada seguro que el fogoso líder de Alianza Popular pudiera mejorar su imagen en un debate televisivo en directo que le pusiera contra las cuerdas y no le permitiera recurrir a las embellecedoras reconstrucciones de su biografía política, a las réplicas evasivas ante las preguntas comprometidas y a las falacias destinadas a disfrazar las contradicciones y grietas de su programa económico.

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