Golpismos en la tercera fase

El 15 de octubre, al pueblo demócrata español se le puso la cara colorada. Y siente vergüenza ajena, inmensa perplejidad. Ante sí tiene la imagen bochornosa del recuerdo, una imagen protagonizada principalmente por un individuo que quiso "salvar a la patria" nada menos. Ese individuo intenta ahora utilizar -con éxito, al parecer- puentes y caminos que un día trató de destruir para seguir mofándose del pueblo y del paisaje. Porque resulta que no es posible creer en su rápida conversión ahora mismo. No es posible. El hecho será jurídicamente todo lo defendible que se quiera. Puede ajustarse a nuestro ordenamiento legal vigente y ser hasta brillante y positivo por aquello de la independencia del poder judicial, clave en el funcionamiento democrático, Sin duda, las decisiones judiciales merecen respeto y acatamiento, lo merecen. Pero la multitud, los miles y millones de personas de todas las ideologías y clases sociales que un 27 de febrero coreamos por las calles españolas, bajo el frío y la lluvia, gritos de viva el Rey, la libertad, la democracia y la Constitución, pensamos sencillamente de esta forma: ver ahora en la televisión, en la cola de la mesa electoral, o imaginarse en un escaño del Congreso al lado de cualquier parlamentario aquella figura humana con pistola, resulta algo tan grotesco, tan extraño y de tan difícil digestión que llega a producir la náusea. /