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Tribuna
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La paz es posible

En muchos ciudadanos del Estado español había cuajado la imagen de que la violencia era el hecho diferencial de Euskadi. En la penumbra habían quedado su lengua, su cultura, su historia, su lucha contra la dictadura, su potente movimiento obrero, su voluntad política de autogobierno y de identidad.La capacidad que los hechos violentos tienen para impactar la sensibilidad normal del ciudadano -y el sensacionalismo informativo al que los mismos se prestan- los había colocado en el centro de atención y de preocupación.

La reacción espontánea -y la alimentada por determinadas campañas en medios de comunicación social- provocaba muchas veces una ciega pasión de exterminio: "Hay que acabar con ETA", se decía. Fácilmente se justificaba, consciente o inconscientemente, la dinámica de violencia contra violencia, y se olvidaba que ETA es un fenómeno sociológico no circunscribible al episodio violento.

Se despreciaba su arraigo social. Se quería ignorar sus orígenes y evolución, en la confluencia de una corriente ideológica presente profundamente en las capas populares, la del nacionalismo intransigente, con la represión más encarnizada a todo lo vasco.

Durante la transición, la persistencia de la política de resistencia en el ámbito de todas las fuerzas políticas nacionales vascas, y los errores, tardanzas y reticencias de los partidos de estrategia estatal -y muy especialmente de UCD- ante el contencioso histórico del autogobierno vasco, producirían el aislamiento, la incomunicación y la incomprensión recíproca. Ello contribuyó a que en los sectores vascos más radicalizados se restase credibilidad a las vías políticas abiertas con el Estatuto de Autonomía.

Paralelamente, con un desconocimiento absoluto de las leyes que la sociología ha puesto de relieve sobre la evolución de los grupos humanos y sobre las modificaciones de carácter macrosocial, se intentaba "aislar a ETA" desde planteamientos idealistas y voluntaristas -los fracasados frentes por la paz-, o maniqueos -guerras entre buenos y malos-, con empates, triunfos o derrotas medidos por el número de víctimas en cada campo, y que descalificaban por sí mismos cualquier justificación desde la ética.

El pueblo vasco, a pesar de la progresiva insensibilización que la repetición de acontecimientos trágicos va produciendo en todo cuerpo social, no ha caído globalmente en el dilema con el que le enfrentaban unos u otros: o apoyar incondicionalmente a ETA o a la policía. La paz tenía que venir por otro camino: la profundización real de la democracia y el autogobierno, el diálogo, la negociación.

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Las instituciones son eficaces

La demostración práctica, visible y palpable de que los problemas hoy se resuelven de otra manera, de que las instItuciones son eficaces, de que los cauces de participación de los movimientos sociales canalizan seriamente las justas reivindicaciones, ha ido clarificando lentamente el debate ideológico sobre la justificación o no, sobre la eficacia o no de la lucha armada en un país desarrollado del ámbito geopolítico europeo.

Hoy ha avanzado la conciencia colectiva de que la paz es necesaria para instaurar y proteger unos valores de convivencia respetuosos con los derechos y libertades de todos los ciudadanos. Una sociedad traumatizada por el zarandeo de la violencia, de orígenes contrapuestos, tras ensayar sin éxito la movilización activa, sólo encuentra como catarsis la insensibilidad o la resignación impotente. Pero bajo la apariencia de esa pasividad externa sigue latente el deseo y la esperanza de la paz, que emerge, sobre todo, cuando reaparecen signos de un riesgo de enfrentamiento civil.

Hoy ha avanzado en Euskadi la conciencia de que es preciso normalizar la vida política, es decir, aceptar unos cauces de cooperación y de confrontación de todas las opciones, de acuerdo a unas normas, a un as reglas de juego negociadas y aceptadas por todos. Que no se pueden imponer las ideas de cuatro iluminados ni las de un sector amplio de la población sin contar con los demás, sin aceptar la relación de fuerzas real, expresada en las urnas. Que no se puede jugar con dos barajas, con las urnas y con las pistolas.

Hoy, en Euskadi, se pide la paz desde el convencimiento de que es necesaria para profundizar en el autogobierno, o para reactivar la economía, o para fortalecer y ampliar la democracia en el conjunto del Estado, o, simplemente, porque desde los sectores más próximos a ETA no se quiere asumir la responsabilidad de alentar nuevas muertes, nuevas torturas, más años de cárcel, como balance cruento e insoportable de una guerra sin sentido.

Cuando el 15 de febrero de 1981, curiosamente ocho días antes del 23-F, Euskadiko Ezkerra, en asamblea extraordinaria, hizo un llamamiento público a las organizaciones armadas para que cesaran en su actividad violenta con el fin de facilitar una salida negociada, muy pocos en este país pensaron que podía haber empezado la cuenta atrás hacia un día y una hora en que sonase definitivamente el gong de la paz.

Un mes después, tras los atentados de ETAm, Euskadiko Ezkerra regaba las calles con un manifiesto encabezado por el verso de Lennon: "Dad una oportunidad a la paz".

Desde entonces, diecinueve meses cargados de acontecimientos, de conversaciones, de flujos y reflujos, en una dinámica zigzagueante, han posibilitado la reflexión colectiva y la maduración de una vía de salida digna. Hoy, en Euskadi, la mayoría de la población y la casi totalidad de las fuerzas políticas han aplaudido y apoyan el inicio de este camino, marcado por la renuncia definitiva a las armas anunciada por ETApm (VII Asamblea), la posibilidad de reinserción social de sus miembros, hasta ahora. en la cárcel o en el exilio. Algo en el cuerpo social se ha transformado.

Consenso para la paz

La mayor garantía de que el camino de la paz es irreversible radica, precisamente, en este consenso social y político, logrado no por decreto, no por voluntad de unos pocos en torno a una mesa, sino por la dialéctica de los acontecimientos y de la conciencia colectiva. Captar ésta y servirla, canalizarla mancornunadamente, es la responsabilidad histórica que tienen ante sí hoy los partidos políticos vascos. El camino está abierto. Si sobre el afán de monopolizar la representación de todos los vascos triunfa la voluntad política de acuerdo y colaboración para construir solidariamente un proyecto común, la paz es posible. Si los vascos somos capaces de superar la vieja historia de marginaciones, discriminaciones y enfrentamientos exclusivistas en el seno mismo de nuestra sociedad y hacemos ante la causa de la paz un esfuerzo de íntegración, inteligente y generoso, habremos echado los cimientos de la reconciliación, habremos prestado un gran servicio a la causa de la construcción de la nación vasca y a la causa de la profuridización de las libertades en todo el Estado.

Quien piense que se puede crear o aniquilar la realidad, va contra la naturaleza. Quien apuesta por la transformación de una realidad tan compleja como es el fenómeno ETA, desde sus justas reivindicaciones y desde sus flagrantes errores, ganará la paz. Hoy la paz es posible desde Euskadi.

Xabier Mukiegi Candina es portavoz de Euskadiko Ezkerra en el Parlamento vasco y candidato al Senado por Vizcaya.

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