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Sondeos electorales y comportamiento político

Emilio Lamo de Espinosa

Durante las próximas semanas los españoles vamos a ser bombardeados, diariamente, con los vaticinios casi taumatúrgicos de los expertos en sondeos electorales. La vieja y antiquísima práctica social del augurio y la profecía se reviste ahora con la bata blanca de los científicos sociales y, armada de la panoplia tecnológica de las computadoras, las técnicas de muestreo y el cálculo estadístico, nos asegura conocer el futuro, garantía ante cuya fascinación son pocos los que pueden sustraerse. Políticos y electores por igual comentarán los resultados de ésta u otra encuesta para orientar sus campañas o decidir su voto.Ahora bien, ¿qué validez tienen estos análisis? Obviamente, y como se ha repetido hasta la saciedad, un sondeo no es más que una fotografía o un corte estático de un proceso dinámico de toma de decisión individual, y en este sentido el sondeo no predice nada, limitándose a describir las intenciones de voto en un instante determinado. Pero esto, que es conocido por los técnicos, difiere de la lectura que el público hace del sondeo; para él se trata, ni más ni menos que de una predicción de la conducta futura del electorado, y como tal valorará a posteriori el sondeo por su capacidad predictiva. Y, por ello, como ha escrito I. Crespi, experto en estos temas y vicepresidente que fue de la Mathematica Policy Research, "la mayoría de los prácticos de la investigación de elecciones han concluido que un ingrediente esencial de su metodología debe ser la predicción de la dirección de voto". Un sondeo es bueno, en definitiva, si es capaz de decirnos lo que ocurrirá. De no ser así, ¿para qué nos sirve?

Sin embargo, ocurre que los sondeos no son un espejo que refleja la sociedad fuera de ella misma, sino parte de la sociedad, un factor interno que, tan pronto como aparece, comienza a producir efectos.

Esta es la primera consecuencia, rara vez enfatizada, de los sondeos: que presentándose como análisis de la previsible conducta política se transforman, tan pronto son conocidos, en factores que alteran la propia conducta que tratan de predecir, generando así una problemática de dificil análisis. Trataré de esbozar algunas ideas sobre ella.

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Efectivamente, los primeros (y masivos) consumidores de sondeos son los propios políticos y las organizaciones que los avalan.

Pero, ciertamente, también los electores consumen sondeos (la prueba: los encargan los periódicos para ofrecerlos a sus lectores) aunque, desde luego, no todos en igual medida.

Pero tales sondeos son comentados, discutidos y analizados en tertulias, charlas y conversaciones informales, creándose así, poco a poco, un clima de opinión favorable a este o aquel partido, clima que circula por toda la trama social, colándose por las rendijas hasta penetrar en nuestros hogares y trabajos. Es, sin duda, más fácil votar al candidato o partido X cuando todo el mundo a nuestro alrededor manifiesta la intención de votarlo, y es muy difícil hacerlo si amigos, familiares o compañeros de trabajo rechazan esa alternativa. Es un lugar común en las ciencias sociales que la presión de grupo -y, especialmente, de grupo primario- es la vía más eficaz para el conformismo. Y, por supuesto, cuanto más afianzado está el clima de opinión a favor de un partido, con más confianza se expresan sus partidarios y mayor es su presencia pública y la presión informal, ganándole más partidarios, en un procese, autoalimentado. Así se genera una espiral de confianza creciente para algún partido y de desconfianza creciente para otro u otros (lo que se ha llamado "la espiral del silencio"). Por supuesto, esta dinámica difícilmente consigue que un militante del PC vote a AP, por ejemplo (aunque casos como éstos se dan con mucha mayor frecuencia de lo que se cree), pero sí puede mover votos entre partidos afines o movilizar los porcentajes, frecuentemente altos (alrededor de un 20% o 30%) de votantes indecisos, que, a la postre, son quienes dan el triunfo a los presuntos ganadores.

Dos efectos

De este modo, el sondeo produce, al menos, dos efectos. En primer lugar, informa a cada elector de cómo van a votar los demás, lo que le permite racionalizar su comportamiento político haciendo transparente el mercado. Esto es algo muy importante, pues quiere decir que el voto altera su sentido. Puesto que prevemos el resultado (al menos en cierta medida) podemos apoyar la opción más probable en lugar de la que más nos gusta. Pero esto, a su vez, produce una segunda consecuencia, que puede ser paradójica. Supongamos que un votante pensaba votar a UCD inicialmente, pero descubre más tarde -debido a los sondeos y su penetración en la opinión pública- que UCD va a obtener un resultado muy pobre, de modo que su voto es inútil. Puede entonces decidir apoyar la opción ganadora más próxima a su orientación inicial -digamos AP o CDS-, con el fin de contribuir a una opción probable más que a una improbable. Esta alteración es, desde luego, muy razonable, pues el elector, normalmente poco amigo de aventuras, prefiere minimizar riesgos probables a maximizar beneficios improbables. En este caso, el voto inicial se ve alterado por elpropio sondeo que, al darle al elector una información nueva, cambia los parámetros de su toma de decisión y, eventualmente, ésta. Claro está que el proceso podía ser el inverso: puesto que AP va a ganar excesivos escaños ("excesivo" es, por supuesto, su opinión), conviene fortalecer a UCD, opción más moderada, de modo que en este caso, la reflexividad del sondeo se vuelve- ¿oritra el presunto ganador.

Que los sondeos alteran o al menos pueden alterar el comportamiento del elector, es algo bien conocido. En sociología política, tales cambios se conocen con los nombres de efecto "adhesión" (bandwagon effect) cuando los electores cambian su voto para irse con la mayoría o efecto "rechazo" (underdog effect) cuando se van con la minoría. Durante mucho tiempo, se creyó que los efectos eran irrelevantes y/o que se anulaban el uno al otro. Diversos estudios efectuados en Estados Unidos parecían avalar esta hipótesis y ya en 1948, Gallup afirmaba que el efecto adhesión era "una de las mayores falsedades políticas". A los españoles, acostumbrados a jugar con la idea del "voto útil", una afirmación semejante nos debe dejar bastante fríos. Estudios más recientes (experimentales y de campo) han mostrado lo contrario. Robert Navazio, en Estados Unidos, apuntó la hipótesis de que los trabajadores manuales serían más sensibles al efecto rechazo, mientras que los no manuales lo serían al efecto adhesión. De ser esto cierto, habría que esperar entonces que, en sistemas de partidos en que éstos son interclasistas, los efectos adhesión y rechazo se anularían y serían insignificantes, como ocurre en Estados Unidos. Pero, a sensu contrario, si los partidos en liza tienen una base mayoritariamente clasista -como ocurre en Europa-, los efectos no se anularían, y los sondeos tendrían un apreciable efecto reflexivo. Elisabeth Noelle-Neumann, directora del Institut für Demoskopie Allensbach, que durante bastantes años ha efectuado sondeos para la CDU, verificó esta

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hipótesis en diversas elecciones alemanas ( 1965, 1972 y 1976), mostrando cómo el clima de opinión, generado por los sondeos conseguía movilizar, a favor del ganador, porcentajes apreciables de votos indiferentes. Y es de presuponer que en países como España, con bajísimo nivel de militancia política, una corta tradición de elecciones y un sistema de partidos en plena recomposición, los efectos de los sondeos serán mayores, pues todo ello acentúa la movilidad del voto (muy alta, según el panel publicado en EL PAÍS, recientemente). Lo que esto quiere decir es, sencillamente, que cuando decidimos nuestro voto no miramos sólo la soledad de nuestras conciencias, sino que tomamos en cuenta, además, el voto previsible de los otros y actuamos en consecuencia. Pero ello puede introducir alteraciones en los resultados. Efectivamente, si los sondeos dan como ganador al PSOE, podemos suponer que nuestro voto ya no le es necesario, y apoyar otra formación política próxima al PSOE, para moderar a la oposición o en previsión de pactos poselectorales. Por supuesto, este argumento no es un ejemplo: es un sentimiento que se oye, aquí y allí, entre votantes potenciales del PSOE. Esto es muy peligroso, pues la predicción puede autonegarse si esa actitud se generaliza, y lo grave es que será tanto más general cuanto mayor sea el apoyo que los sondeos le dan. La excesiva confianza es perjudicial, además, porque desmoviliza a los partidarios ("no es necesario que acuda a votar, ganará de todos modos") y moviliza a los contrarios. Hacer sentir a cadavotante que su voto es necesario y que, por tanto, nada está ganado de antemano es, pues, una estrategia imprescindible, hasta el punto de que es útil presentarse como perdedor y presentar al enemigo como posible -pero no seguro- ganador (aunque, éticamente, no sea muy recomendable).

Si los sondeos pueden o no tomar en consideración el cambio que el propio sondeo introduce, es un tema muy debatido y enormemente complejo. En mí opinión, quien tal pretende se ve conducido a una regresión infinita y sin solución (pues el nuevo sondeo también produce efectos). Sólo hay un modo de evitar la reflexividad del sondeo: no haciéndolo público, algo que los partidos saben de sobra, por lo que en lugar de solicitar la supresión de los sondeos electorales sería más bien partidario de publicarlos todos, evitando así información secreta que algún partido puede utilizar para manipular a los otros y a la opinión pública. A salvo de tal secreto, el sondeo es, efectivamente, una fotografía de un instante; pero que, al contribuir a formar la opinión pública, tanto o más que predecir la conducta, la produce.

Emilio Lamo de Espinosa es profesor agregado de Sociología (Universidad Complutense).

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