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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Los intelectuales, los políticos y el Ejército /1

Se tiene por intelectual a quien utiliza la mente como medio fundamental de actividad en contraposición con los que usan del esfuerzo físico u operan mentalmente de manera mecánica, o escasamente discursiva. En criterio de J. L. L. Aranguren, el intelectual es el inductor del futuro anticipándose a la acción del político, marcando las líneas maestras del plan que debe seguirse. El líder, atento a estas señales o marcas, debe conducir al pueblo, a la masa, por el sendero intuido por el intelectual. Hasta aquí, sucintamente expuesto, el pensamiento de L. Aranguren.De tan amplio sector humano escogemos un grupo limitado aunque activo que propende a manifestarse críticamente ante la sociedad, alcanzando influencia sobre la opinión pública, y dentro de él, a los que se mantienen de alguna manera reticentes con el estamento militar, especialmente sensibilizados por su idiosincrasia.

Esto no fue siempre así. En la antigüedad se consideraban de consuno las armas y las letras que se complementaban y asistían, y se -han venido asistiendo en muchos aspectos. En el terreno técnico e industrial, ingenio y guerra son el motor del progreso, y en un sentido más amplio, ingenio, guerra y literatura son la base cultural de los pueblos. En la mitología y las grandes obras literarias, comenzando por la Biblia, son constantes las citas bélicas; la literatura clásica de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, se alimenta de la épica; Shakespeare y Schiller no se conciben sin ella. ¿Y qué sería de Don Quijote despojado del espíritu militar y de aventura?.

Algo de especial trascendencia ha tenido que suceder para que con tanta frecuencia y en todas latitudes se hayan enfrentado dialécticamente determinados grupos intelectuales con el estamento militar rompiendo la tradición. Para traer al caso algún ejemplo, recordemos nuestros característicos -de tan característicos irrepetibles- Baroja y Unamuno, que, desde campos y puntos de vista bien distintos, coincidieron en su acerba crítica al Ejército. Les sacaba de quicio la ciega e irreflexiva disciplina castrense. Bareja consideraba que el código o texto que rige la vida militar genera un sentimiento de superioridad de los mili tares sobre los civiles o paisanos. Para el rector de Salamanca, los males atribuibles al Ejército cabían en un amplísimo cajón de sastre, como resumen y acopio de la estrechez mental y la irreflexión bajo la genérica denominación de militarismo, opuesto al progreso y la cultura. Y eso que, paradójico y contradictorio una vez más, Unamuno admitió en cierta ocasión que "la guerra ha sido siempre un factor de progreso". En Baroja, dado su peculiar carácter, predominó el sarcasmo y el menosprecio hacia la institución militar.

Las cualidades del Ejército

Es evidente que no todos los llamados intelectuales comparten tales prejuicios. Entre los numerosos testimonios que podemos citar, los de Gracián, Cajal, Laín ... y, resumiéndolos, nuestro pensador por excelencia, Ortega, que, con su natural perspicacia, advirtió las calidades que distinguen a un ejército bien constituido, insistiendo, paralelamente a Cunningham, y refiriéndose ambos a las Legiones Romanas, que los ejércitos garantizan la paz. Y respecto al código castrense, tan excesivo o mortificante para alguno de nuestros pensadores, advierte Ortega que: "...Raza que no se sienta a sí misma deshonrada por la incompetencia y desmoralización de su organismo guerrero es que se halla profundamente enferma e incapaz de agarrarse al planeta". De lo que se infiere que el sentimiento antimilitarista es excepción en nuestros intelectuales. Y no sólo eso, sino que los que lo fueron, en su mayoría, no lo son universalmente, sino en aspectos concretos, creyendo erróneamente que los oficiales eran adversos al progreso, aun admitiendo que hay algunos distintos o atipicos con los que podían entenderse. Oficiales cultos, universitarios y académicos que han tomado por un anticipo de los que, según ellos, debieran componer el Ejército bien constituido que reconocía. Ortega. Para otros intelectuales, los ejércitos son los responsables de las guerras: "Hay guerras porque existen ejércitos", simplifican, y si bien es este un sector aún más minoritario, alientan -inducen, diríamos según L. Aranguren- a ciertos grupos a adoptar una actitud antimilitar y, como consecuencia, antisocial, hurtando su concurso a la indispensable colaboración para la defensa de la comunidad, y aunque a veces manifiesten su pacifismo nada pacíficamente. En resumen, los intelectuales a que nos venimos refiriendo, especialmente cuando en nombre de la cultura se invade la esfera política, consideran lo castrense atrasado, violento e inmovilista, deduciendo que los ejércitos, al menos algún ejército, o parte de él, constituyen el último refugio del integrismo intransigente. Su antimilitarismo, salvo casos difíciles de catalogar en que se torna visceral y patológico, se basa en la extendida opinión de que el cuerpo de oficiales representa una rémora para el avance social, alineándose con los estratos más arcaicos de la sociedad. ¿Es esto fundamentalmente así? ¿Se trata de una apariencia? ¿Debemos negarlo terminantemente? Para intentar aproximarnos a tan compleja e inacabable polémica, hemos de referirnos al ascendiente de que procede: la controversia entre el conservadurismo de las clases instaladas en el poder y el criticismo progresista. Puede decirse que hasta el siglo XVIII el neoclasicismo cultural y político que surge con inusitado empuje en el Renacimiento mantiene sus constantes, afirmándose sin graves fisuras -las nacionalidades europeas excepto en cuestiones de religión-. La revolución burguesa del XVIII y sus precedentes críticos se caracterizan por una contraposición de sus propias actitudes, pues de una parte fomentan el nacionalismo, y de otra, con su extendido criticismo, ponen en cuestión los valores clásicos en que se apoyaban los Estados, dando lugar a un enfrentamiento político-social, que hasta entonces no se había manifestado con tanta nitidez y puede resumirse en estos principios: Principio culkoprogresista. La sociedad- y el sistema que la sustenta están prostituidos y caducos. Es necesario un cambio radical en la sociedad y en el Estado. Principio consevador clásico. Los valores que mantienen a nuestro sistema siguen siendo válidos para cualquier tiempo y lugar. No deben correrse riesgos inútiles que alteren la estabilidad social. Mediante la utopía y marginando en algún caso aparentemente la cuestión del nacionalismo, que en principio no se discute, sino afirma, la progresía intentará constituir una sociedad nueva que daría lugar a un individuo político-social genéticamente diferente, y las minorías más radicales se proponen la extinción de todo lo existente. Ante estos proyectos reacciona la tendencia conservadora. El término reacción ha sido acuñado como expresión que globaliza notables peyoraciones; pero en la risica y en el cosmos, reacción es simplemente la respuesta a la acción y, por tanto, necesaria para que subsista el sistema. La característica fundamental de la reacción para que sea efectiva es que alcance valores similares a los de la acción, y, en consecuencia, la reacción de la tendencia o sector conservador fue más acusada en la medida que los reformistas se produjeron con mayor violencia. Desde el punto de vista del observador imparcial, el fin de estos enfrentamientos podía haberse previsto: la reposición o restablecimiento del equilibrio más o menos estable del sistema. ¡Aunque se llegase a los últimos extremos! Supongamos que la tendencia conservadora concluye aparentemente con la tendencia progresista mediante la represión. Tarde o temprano, la necesidad del cambio y transformación de la sociedad se manifestará con tanto mayor vigor cuanto más lejos haya ido la represión. Por el contrario, en el supuesto que la tendencia progresista aniquile hasta los últimos vestigios del establecimiento conservador, de tal modo que el nuevo sistema implantado se denomine per se, progresista, se tiene comprobado que a poco resurge inevitablemente en su seno la tendencia conservadora, con tanta mayor intensidad, igualmente, cuanto más efectivo haya sido el aniquilamiento de los siectores de este signo.

De donde se concluye que la sociedad humana, en cuanto organización político- social, y por su propia idiosincrasia, es bisistémica o, por mejor decir, polísistémica, manteniendo una evolución más rápida que las restantes colonias animales o especies sociales monosistémicas que evolucionan fundamentalmente mediatizadas por el entorno ambiental. Para la sociedad humana, aunque el ambiente siga siendo un factor condicionante y estimulante, son mucho más operativas y polifacéticas las presiones minoritarias con sus diversas y encontradas tendencias. La evolución biológica ha sido mucho más acelerada que la cósmica, y la evolución humana, fundamentalmente cultural, es vertiginosa y está impulsada por las minorías.

Rafael Hitos Amaro es general interventor de la IV Región Militar.

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