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Nueva novela

En la década de los años sesenta se define el auge de un nuevo ciclo en la novelística de lo que el poeta uruguayo Mario Benedetti llamó con propiedad Letras del continente mestizo. Una de sus manifestaciones más notorias iba a ser, sin duda, el famoso boom que llevó a la literatura narrativa hispanoamericana a los más altos niveles de difusión y prestigio -nunca conocidos hasta entonces-. Sería conveniente precisar que esta nueva novela, que adquiría de pronto vigencia mundial, era solamente una parte de la novelística hispanoamericana actual. De todos modos, este impromptu editorial masino no lo era con relación a las obras y a los autores de importancia y calidad indiscutibles. Tal fue el aspecto positivo del boom. Lo que resultaba menos positivo y hasta peligroso, en la situación de conjunto de la producción literaria latinaomericana, era que el anómalo fenómeno del boom introducía también las modalidades de la práctica bestsellerista propia de los modelos europeos y estadounidenses. Lo que en las condiciones también anómalas del desarrollo cultural latinoamericano no contribuía, sino que entorpecía -como lo vamos a examinar en una de estas notas- la ya desequilibrada comunicación entre las literaturas nacionales, al quedar éstas bajo el creciente dominio de un nuevo poder: el de la industria cultural, manejada por los grupos todopoderosos del capital financiero internacional. Pero no disloquemos el orden de estas reflexiones.Este ciclo de la nueva novela suele ser presentado no como una etapa de culminación o de síntesis -que era lo que, evidentemente, estaba ocurriendo-, sino como un fenómeno atípico de negación de todo lo anterior; vale decir, de ruptura y hasta de rechazo con respecto al complejo y desarticulado proceso de formación de las llamadas (con significativa imprecisión correspondiente, sin embargo, a la balcanización real del continente mestizo) literaturas nacionales, a lo largo de más de un siglo. Según los teóricos de la nueva novela cuyo óvulo generador había sido el boom, ella representaba un- salto cualitativo, la irrupción de un fenómeno en cierto modo autónomo y voluntarista que inauguraba lo que debe entenderse como genuina expresión de la narrativa hispanoamericana actual. Este salto o cambio cualitativo -según dichos entusiastas teóricos- se producía a partir de una evidencia: la falta de un lenguaje. Lo que implica necesariamente la falta de obras, la inexistencia de una tradición literaria. Pero entonces lo de salto dialéctico implicaría también un contrasentido. Tales fenómenos de cambios de calidad, de transformación dialéctica comportan -como sabemos- un proceso. No surgen de la nada como creación ex nihilo. Y el cambio dialéctico que describen los teóricos de la nueva novela representaría un salto sobre el vacío, un comenzar a partir de cero de un magma congelado y sin expresión. Lo que en el caso de la literatura hispanoamericana (sin distinción de géneros) es por lo menos inexacto.

No sería ocioso recordar, sin embargo, que lo que hoy se entiende -por una suerte de deslizamiento metonímico- como nueva novela partió, pues, realmente, de la novela del boom, cuyos autores más valiosos e innovadores -Cortázar, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa- lograron con sus obras merecido prestigio y, vigencia internacional y mundial.

Pero convendría recordar también -para evitar los hiatos de "literatura muda" (Fuentes) o de "América, novela sin novelistas" (Luis Alberto Sánchez), que la nueva narrativa (novela, cuento), y, en un sentido más general, la nueva literatura latinoamericana en su conjunto, arranca en realidad de experiencias renovadoras que suceden o coexisten en el período de entre las dos guerras mundiales. En una perspectiva de un poco más de medio siglo, es el escritor Jorge Luis Borges, con sus cuentos, poemas y ensayos -clásicos y modernos a un tiempo-, quien, paradójicamente, se destaca como el exponente más alto -y aún insuperado- de este movimiento de revolución literaria. Paradójicamente, porque desde el punto de vista de su estética, del discurso ideológico que atraviesa el mundo de sus formas simbólicas en consonancia con su actitud personal escindida entre el escritor y el hombre de su tiempo, la obra entera de Borges corresponde, en rigor, a la etapa decimonónica en el ápice de la tradición liberal.

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Borges es, así, el ejemplo más significativo del narrador, es decir, del contador de mitos, latinoamericano, lleno de inteligencia y de mundo, desgarrado por sus contradicciones, que son las de su cultura e historia. Por gente como el viejo Borges, la nueva novela es novela nueva desde mucho antes del boom y sus adherencias epigonales. El cambio cualitativo se produce, por lo menos, desde 1930 a esta parte. Junto a Borges sólo bastaría mencionar, entre los más importantes, a Roberto Arlt, Macedonio Fernández (uno de los hacedores de Borges), Horacio Quiroga, Juan Rulfo, José María Arguedas, José Lezama Lima, Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier, Felisberto Hernández. La lista podría extenderse a una buena decena de autores y de títulos. Pero ninguno de ellos, entre los vivos, figuró en la constelación del boom. Lo que no invalida, al margen del restallante éxito de mercado de la industria cultural de las ediciones o cultura comercializada, la calidad de las obras que el boom lanzó al mercado mundial de la literatura.

¿Qué significa, empero, en términos, digamos de sismología cultural, esta emergencia, en el continente mestizo, de la nueva novela que se quiere fundacional y al mismo tiempo universal? ¿En qué sentido lo es? ¿Cuáles son sus motivaciones, planteamientos y proyecciones? ¿De qué modo y con qué alcances se inscribe este afán totalizador de una escritura culta en el cuadro de correlaciones y covariaciones entre historia e imaginación en las sociedades nacionales latinoamericanas? ¿Cómo funciona esta literatura culta -que parecería ser lo anómalo en un continente devorado por el atraso, el analfabetismo, los regímenes represivos, el colonialismo y la dependencia- en oposición a una literatura popular cuya inexistencia como sistema es otro fenómeno anómalo en la cultura hispanoamericana? Estas candentes cuestiones podrían resumirse en la más general de ¿cuáles son, en la novelística actual hispanoamericana, las relaciones entre el sujeto, la sociedad y la historia, entre la imaginación y la realidad a través de la irrealidad de la escritura? Las formas, la intensidad y la profundidad en que estas cuestiones cruciales del destino americano se incorporen a su literatura son los únicos elementos que pueden nutrir y hacer verdadera la palabra portadora de mitos: ya que el oficio del escritor no consiste en representar la realidad con palabras, sino en hacer que a través de la experiencia simbólica la palabra misma sea real.

Augusto Roa Bastos es novelista paraguayo. Autor de Yo, el supremo.

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