Dígaselo al preventivo, señor
¿Qué le puede usted decir, señor, al preventivo que espera juicio en unas condiciones que usted conoce perfectamente por la lectura de los periódicos y por otros diversos informes? Déle unas cuantas razones convincentes que aplaquen su ira, su impotencia, esa sensación de que el mundo -usted- se le viene encima. Inocúlele un poco de paciencia.Dígale que ya es cuestión de poco tiempo, que todo está en trance de arreglarse, sobre todo si se observa desde una perspectiva histórica.
Dígale que una concatenación de circunstancias adversas ha hecho que la legislatura se haya interrumpido antes de lo previsto. Y aunque en ningún caso hubiera entrado ahora la reforma del Código Penal y otras leyes procedimentales, se habrían despachado los estatutos pendientes, el IVA y otros cuantos tapones que habrían dejado el vientre legislativo más suelto para la evacuación de esas medidas que a él tanto le interesan.
Dígale que si las cosas de palacio van despacio, las de la judicatura no tienen premura. Son asuntos extremadamente delicados y, por otra parte, las altas comisiones correspondientes ya están en ello y hacen lo que pueden. Infórmele de que algunos códigos datan del siglo XIX. Eso le animará a la hora de apreciar la perennidad de las leyes y la dificultad de su modificación.
Dígale que determinadas circunstancias hacen que el tiempo de los altos comisionados sea escaso. A modo de ejemplo, y por si le sirve de consuelo, cítele el caso de don Antonio Pedrol Ríus, decano del Colegio de Abogados áe Madrid, presidente del Consejo General de la Abogacía, miembro de la Junta Electoral Central y de la Comisión General de Codificación, etcétera, además de regentar uno de los despachos más lucrativos del país. ¿Cuánto cree que este señor puede dedicar al tema que le afecta? ¿Dos horas al mes, tal vez tres? Pues eso.
Dígale que el país tiene una serie de prioridades que hay que analizar escrupulosamente. Puede usted citarle las autonomías, el paro, el déficit público, la Seguridad Social, la sequía, la visita del Papa, la OTAN, el terrorismo, la pera limonera, el Mercado Común, la televisión, las Fuerzas Armadas... ¿Para qué seguir? Dígale, si se atreve, que su desesperación se encuentra en el lugar 34 de la lista y que, por término medio, al ritmo actual, la solución de cada uno de los problemas que le anteceden requiere
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unos cuatro años. Saque la cuenta, sea consecuente, dígale que para dentro de 170 años su tema estará resuelto.
Dígale que han pasado por su Ministerio personajes de la más variada estirpe: finolis, como Lavilla; ojeadores, como Cavero; practicones, como Ordóñez; incombustibles, como Pío. Lavilla pidió un margen de confianza, se lo dieron, luego cesó y adiós. Cavero pidió otro margen de confianza, se lo dieron y adiós. Ordóñez suplicó un nuevo y serio margen; encantado, buenas noches. Cabanillas renovó la petición; que usted lo pase bien, don Pío. Dígale que, de verdad, el próximo será el definitivo.
Dígale, señor, que no haga huelga de hambre, que por primera vez el número de penados es mayor que el de preventivos. Que usted está perfectamente al tanto de sus problemas, de sus aspiraciones, de sus anhelos. Los conoce y los comparte. Y con la huelga no conseguirá sino perder unos cuantos kilos y demacrarse, con lo cual, cuando su novia venga a visitarle, pensará que se ha masturbado más de la cuenta.
Dígale, por favor, señor, en nombre de los principios cristianos o de los simples principios humanitarios, que no se suicide; que resista como un héroe. Cuéntele la historia de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Pero que no se suicide, que eso desluce la reforma penitenciaria y, además, ¿a qué conduce? Convénzale de que suicidándose no arreglará el problema del Código Penal, del hacinamiento, de los preventivos y demás vectores que usted, señor, ha leído en la rueda de los informes oficiales.
Dígale, señor, que no se deje apuñalar por la mafia de la prisión, que aguante, que ceda, que sea pragmático, que tenga mano izquierda, que gane tiempo: ese tiempo que usted necesita para límpiar las cárceles de tanta basura.
Dígale que se tome este interregno preventivo como una especie de limbo, de tiempo muerto, como si no existiera, como la bella durmiente cuando se comió la manzana. Que dentro de un tiempo, un esbelto ministro de Justicia le dará un beso y resucitará encontrándolo todo perfecto, idílico paisaje, abolición de lo injusto.
Dígale que en las condiciones actuales no se espera de él que se rehabilite de cara a una reinserción en la sociedad. Si no ha sido juzgado ni condenado, ¿cómo podrá rehabilitarse?
Dígale, señor, que si le juzgan y le declaran inocente, después de haber pasado varios años en prisión, siempre le queda el recurso de escribir una carta a EL PAIS. Se la publicarán, seguro.
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