En el estanque dorado
Leo unas declaraciones del alcalde Tierno a este periódico y en ellas -aparte de asuntos municipales y espesos- dice: "Lo que ocurre es que se está produciendo un proceso de sustitución". Se refiere el profesor -aquí, en la entrevista, viejo- al ascenso de la juventud en la política española: "Tenemos ahora unos políticos extremadamente jóvenes. Jóvenes en edad política, se entiende".Así es. Cuando en julio de 1977 entré por vez primera en el hemiciclo del palacio de la Carrera de San Jerónimo, para ver desde la tribuna de Prensa la sesión inaugural de las Cortes democráticas, todo me llamaba la atención: desde los mármoles a las alfombras, desde los viejos cuadros a las jóvenes taquígrafas, desde las tribunas a los escaños, desde las calvas venerables y católicas a las barbas hirsutas y contestarias... No voy a describir (y menos a descubrir) nada del ambiente parlamentario, hoy soterrado tras el sotelazo agosteño. Pero sí a recordar que más que todos esos mármoles del frescor (negros de Aragón, blancos de Macael, morados y amarillos de Cuenca, encarnados de Alicante) y otras cosas del calor, llamaba la atención la mucha juventud reinante. Entre diputados y senadores, tan poco senatoriales casi todos ellos, era mucha la gente que entonces todavía no había llegado a los cuarenta años, esa frontera de la edad en que se mira atrás porque delante va quedando menos.
Había allí casi una paideia parlamentaria y parecía, sobre todo el PSOE, una constelación de efebos, pues en política un treintañero es un adolescente. Hice la lista total de esa paideia y llenaba más de cuatro folios.
"Vamos a asistir, casi con seguridad, al espectáculo anormal de tener un presidente de Gobierno con unos cuarenta años y un jefe de la oposición un poco menos joven", sigue Tierno. Y usted que lo vea, señor alcalde; pero, cuidado, que a veces las encuestas las carga el diablo. Y eso ocurre (el espectáculo, no la carga diabólica) porque en la política suelen dominar los padres, menos en situaciones de transición y cambio, en que toman el mando los hijos y en ocasiones los abuelos (como Adenauer, De Gaulle o Tarradellas). Cuando adviene el cambio los padres resultan más o menos freudianamente eliminados. En no pocos casos mueren con la situación que muere, al estar comprometidos con ella, y en otros están ausentes, pues fueron muertos por sus hermanos en el anterior cambio que originó la situación ahora cambiada. El cambio supone la rotura de un eslabón y la. muerte de sus componentes (cuando el cambio es a lo bruto, la muerte, además de política, puede ser incluso física). Cuando Tierno, en sus Cabos sueltos, recuerda la primera de las varias posguerras nota "el vacío que dejaron aquellos que debían haber sido un puente".
Generaciones perdidas
Y es que, de todas las generaciones perdidas, ninguna se pierde tanto como la que desaparece en el espacio (exilio) o en el tiempo (muerte). Y esa antigua pérdida de generaciones produce hoy en el viejo profesor un sentimiento de fauna ibérica en peligro y, por ello, protegida: "Quedamos pocos... quizá por eso nos tratan con comprensión y con simpatía"... No otra cosa dirían los alimoches si pudieran hablar (cosa que no les hace ninguna falta). Sino que Tierno y sus ahora escasos compañeros progresistas de generación no tuvieron en su día un doctor Rodríguez de la Fuente que les defendiera, como los buitres leonados o el lirón careto. Nuestro entrañable don Enrique no es ni buitre ni lirón.
Ese proceso de sustitución es independiente de la izquierda o de la derecha, pues tiene más que ver con la biología que con la ideología. Es un cambio generacional, y lo vemos en la Revolución Francesa y en la Revolución de Octubre, pero también en la Alemania nazi o en la España del Dieciocho de Julio. Camilo Desmoulins murió con 33 años y Saint Just apenas con 27. Stalin y Trotsky tenían tan sólo 38 años cuando triunfa la revolución. Y tan jóvenes como ellos eran buena parte de sus compañeros. Trotsky formularía así esa paideia bolchevique: "La revolución, como la guerra, carga la mayor parte de su tarea sobre los hombros de la juventud". Mas también los jóvenes jonsistas de la II República, inspirados por el muy joven intelectual ex orteguiano Ramiro Ledesma, decían en su punto número 16: "El Estado nacionalsindicalista confiará los mandos políticos de más responsabilidad a la juventud de la patria, es decir, a los españoles menores de cuarenta años". No fue luego así, pero algún caso hubo. Porque Pedro Gamero del Castillo y José Antonio Girón llegaron a ministros con menos de treinta años, y el felizmente perdurable don Joaquín no tenía los cuarenta cuando Franco le confió la educación nacional. Y con menos de cuarenta fueron ministros, o su equivalente, Serrano Súñer, Larraz, Pemán, Sairiz Rodríguez, Primo de Rivera (Miguel) o Arrese... Salvo algún caso suelto (López Bravo, Fraga) habremos de esperar al cambio ucedeo para encontrarnos con otra multitudinaria paideia de treintañeros: casi dos decenas en los gobiernos, cuatro folios en el Parlamento, cinco de los siete ponentes constitucionales... Claro que entre éstos ninguno es tan joven como el catalán Roca Junyent, convertido, por mor de la prosodia informativa castellana, en mocito de los guardias rojos maoístas, porque en los boletines informativos hablados le decían Roca Chun-chén.
Dice el maestro Cueto que los héroes actuales son cuarentones. Dice bien: ahí están Mick Jagger, Woody Allen, Francisco Umbral y el tiro-liro. Pero los políticos, en cambio, son subcuarentones y treintañeros. Reacción a un tiempo donde tendía a confundirse por unos la juventud con el jovenado y el discipulado con el sacristaneo (otros, por otra parte, confundieron el orteguismo con el ortegódromo, por ejemplo). De ahí vamos a devenir acaso a este estanque dorado donde los hijos sustituyan a los padres y enlacen con los abuelos, con el Abuelo por antonomasia.
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