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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los caminos de UCD

Viene de la primera página

LA REUNION que hoy celebra el Comité Ejecutivo centrista sentará las directrices electorales que UCD deberá seguir. Los dirigentes escogerán una de tres soluciones posibles para la estrategia de su partido ante los comicios: pactar con Alianza Popular, buscar fórmulas de concertación con el partido de Suárez o concurrir en solitario ante las urnas.Estas tres opciones son demasiado diferentes como para que la elección no produzca desgarros en el seno de la organización. Es tal el grado de enfrentamiento entre las fracciones de Unión de Centro, Democrático y tan distantes las posiciones defendidas, que no cabe excluir la posibilidad de que el debate haga saltar en pedazos la inestable unidad del partido.

La futura incorporación o no a las listas centristas de candidatos adscritos al grupo liberal de Antonio Garrigues es una cuestión en muchos aspectos casi anecdótica. El PDL de Garrigues, al igual que el PDP de Alzaga y el PAD de Fernández Ordófiez carecen de la capacidad necesaria para concurrir a los comicios en solitario. Fraga, Lavilla y Suárez son ahora los protagonistas reales del baile de alianzas en la derecha y en tomo a quienes gira el peso máximo de las decisiones.

La primera de las salidas que se le presentan a UCD es concurrir en solitario a los comicios, compitiendo con AP y con el CDS de Suárez. Hasta hace pocos días, esta era la única línea oficialmente admitida por los centristas, que habían erigido en dogma -desde las elecciones gallegas y andaluzas hasta la conferencia de Lavilla en Santander- la oposición a la gran derecha presidida por Fraga. Es probable que los sondeos electorales hayan contribuido más que otra cosa a la rectificación en favor de la mayoría natural de hombres como Martín Villa, Cavero o Lamo de Espinosa.

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Los caminos de, UCD

En pocas ocasiones han durado tan poco unas tablas de la ley y rara vez los fervores revisionistas han sacudido en el plazo de una semana los cimientos de un edificio doctrinal recién creado. No es de extrañar que Lavilla prefiera irse a su casa antes que sufrir la humillación de tragarse sus palabras. Por desgracia para UCD, el poco edificante espectáculo de la semana pasada aumentará las resistencias de los electores a concederle su voto, con lo que los profetas de la catástrofe habrán contribuido a agravarla con sus malos augurios. Una UCD carente dé convicción interna y desmoralizada, desafiada a la vez por AP y por el CDS, se arriesga a obtener unos decepcionantes resultados ante las urnas.La segunda posibilidad -aún remota en su realización concreta- es alcanzar algún tipo de acuerdo,con Suárez, cuya decisión de fundar el CDS, tomada despues de que Lavilla aceptara la presidencia de centrismo en liquidación, le ha dado la iniciativa estratégica en este juego. UCD se encuentra ante el dilema de aguantar dentro de su espacio electoral, y repartirse los votos centristas con el CDS, o de incorporare a la gran derecha liderada por Fraga, lo que entregaría el terreno situado entre AP y el PSOE al partido del duque. Hasta ahora, las iniciativas orientadas a buscar un acuerdo entre UCD y el CDS han estado lastradas por el empeño de transformar ese, pacto bilateral en una alianza triangular con el grupo de Garrigues, lo que ha reforzado las resistencias de Suárez a unas conversaciones que lo colocaban, desde el comienzo, en minoría. Resultaría difícil, en cualquier caso, que Suárez o Lavilla renunciaran, en el hipotético supuesto de un acuerdo entre ellos, a encabezar la lista conjunta por Madrid, símbolo para establecer el liderazgo. Un acuerdo entre la UCD y el CDS, más aún si la cabeza visible de lo que ahí resultara fuera Suárez, no sería, por lo demás, otra cosa que un intento de reconstrucción del centro, y de evitar el abandono de la derecha española en manos. de un autoritarismo de dudosa fiabilidad democrática. Claro que todo el mundo se preguntaría. por qué ahora sí y hace unos meses no se han podido acordar entre ellos estos dos barones centristas. Las responsabilidades del presidente del Gobierno en este terreno parecen evidentes. Queda, finalmente, la fórmula preconizada desde hacedos años por Manuel Fraga y a la que hoy se muestran receptivos dirigentes de UCD que, hasta hace pocas semanas, se mostraban beligerantemente contrarios a la gran derecha. Ese pacto garantizaría quizá su escaño a quienes han perdido el sueño ante la idea de quedar relegados a la condición de simples ciudadanos, pero aumentaría los peligros de polarización política, dejando curiosamente otra vez en poder de Suárez, y solo de él, la bandera del centro. Lo que es indiscutible, sin embargo, es el derecho que tiene el partido del Gobierno a aprobar esta coalición si con ella piensa que obtendrá más escaños en las elecciones. Y también es verdad que las declaraciones de Fraga en los últimos tiempos - preocupan por su moderación y templanza, más frecuente en él cuando es opositor que cuando ocupa el poder. Pero sería injusto e inconvincente suponer que sólo es la fuerte y admirable personalidad política de este incombustible luchador lo que confiere perfiles preocupantes a una agrupación general de la derecha en tomo suyo. Al socaire de la operación de la gran derecha no es difícil detectar personas y sectores -algunos influyentes- de muy poca o ninguna credibilidad en cuanto a su interés en mantener las instituciones democráticas si éstas no les dan precisamente el triunfo a ellos. Los sondeos electorales dan fundamento, en cualquier caso, para pensar que algo pescará Alianza Popular en las aguas revueltas de la crisis centrista. Ahora bien, si la mayoría de UCD resolviera incorporarse a la gran derecha, resulta razonable suponer que parte de los dirigentes y cuadros centristas se marcharían a sus casas o tratarían de fichar por el CDS. Y a la inversa, si UCD rechazara esa fórmula, no faltarán líderes y militantes dispuestos a acudir junto a Fraga, quien para facilitarles una entrada más digna ha hecho incluso el gesto de renunciar por el momento a la revisión de la Constitución como elemento de la plataforma electoral de Alianza Popular.

El balance para el partido del Gobierno es, se mire como se mire, dramático. UCD ha pasado de la suspensión de pagos a la quiebra. Hasta el más pesimista hubiera vacilado, en marzo de 1979, a la hora de vaticinar que un partido que había superado los seis millones de votos populares, disponía del control del Senado y rozaba la mayoría absoluta en el Congreso pudiera llegar, tres años y medio después, a una situación tal de deterioro y conflicto interno que le condenara al dilema de ser devorado por Fraga, el gran derrotado en las segundas elecciones generales, o de resignarse a conseguir unas pocas decenas de escaños en los siguientes comicios. Es pronto todavía para encontrar las causas reales capaces de explicar un fenómeno de degradación cuyas dimensiones resultan sobrecogoderas. Y no es procedente tratar de interferir en las decisiones de un partido, o lo que queda de él, que tiene su plena capacidad y autonomía para optar por el mejor de los caminos en el servicio a sus electores -de los que nos tememos se han olvidado un tanto estos correveidiles de la conspiración centrista-. Quizá tan sólo quepa decir que UCD tiene, al menos, el deber de que su drama no termine en sainete y que sus responsables no pueden olvidar que sus decisiones no afectan sólo a los destinos de un partido sino al sistema entero de la Monarquía constitucional.

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