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La vuelta de la 'sopa de letras'

Mejor no darle vueltas. Pero tampoco disfrazarlo: la sopa de letras ataca de nuevo. El final (?) de la crisis de UCD ha sembrado el país de siglas. Por orden de aparición son éstas: PAD, PDP, PDL y CDS. Para los entendidos: socialdemócratas, neodemocristianos, liberales y populistas. Para el gran público: Fernández Ordóñez, Alzaga, Garriguez y Suárez. Junto a la UCD, inclasificable como siempre, de Lavilla, un parto de quintillizos. Todos reformistas, con vocación de bisagra y moderados. La única sorpresa, grande, por cierto, en los manifiestos de intenciones es lo del personalismo humanista del CDS. No es para menos eso de que Suárez se supone que en sus años mozos haya leído a Maritain y Mounier. Claro que como diferenciación no le va a servir de mucho. Me consta que Alzaga y Fernández Ordóñez también los han leído. Y no me consta, pero lo supongo, que Lavilla ha hecho otro tanto. Por su parte, Garrigues, que es un hombre culto, conocerá muy bien su pensamiento. De modo que por ahí, y aparte el dudoso enganche ideológico que ambos intelectuales cristianos puedan ofrecer a un programa político a la España de 1982, no parece que puedan aclararse las dudas de un electorado a quien ya le cuesta discernir qué cosa es esa del centro político entre la derecha y la izquierda.Y es que no nos engañemos: tal y como ha quedado, la crisis del centro no tiene justificación posible. Ni presentación política válida. Ni espacio político, dado su fraccionamieryto. Ya es significativo que Oscar Alzaga, por un lado, y Fernández Ordóñez, por el otro, tengan que buscar su posibilidad apoyados en AP y en el PSOE. Y que apenas se haya consumado la escisión ya se esté hablando de alianzas y coaliciones. ¿Para ese, merecía la pena poner a todo el país al borde de la catástrofe, dado que UCD estaba en el Gobierno? Y es que además todo ese trasiego de parlamentarios que no tiene precedentes en cuanto a su intensidad y frecuencia se ha efectuado por motivos estrictamente personales, sin que los electores hayan estado informados ni tampoco las bases de UCD.

Radical personalismo

El caso del duque de Suárez es especialmente significativo: una comida con los periodistas, un manifiesto ideológico que se mueve en la más absoluta abstracción, y aquí paz y después gloria. Con casi siete millones de votos, la obligación de Suárez era hablar claro y con contundencia. De modo que si no lo ha hecho es porque no tenía nada más que decir. Y otro tanto Calvo Sotelo, que recibe un partido, luego lo suelta, y en ningún momento se plantea dar más explicaciones que las estrictamente indispensables para salir con pena del paso. Lamentable espectáculo, fiasco a un electorado que seguro sabrá recordar a quién había votado y un total sin sentido de cuatro partidos, cuatro, que nacen restando y no sumando, sin tradición histórica, sin responder a una previa demanda social y sin que se sepa exactamente cuál es su programa concreto ante los problemas reales que el país tiene planteados. Por supuesto que existen matices que hacen más coherente la salida de unos que de otros. Una escisión hacia la izquierda y otra hacia la derecha está dentro de lo que el país puede abarcar. Pero el desmembramiento final del voto de la derecha moderada, que es lo que siempre ha sido UCD aunque por lo visto los únicos que no se habían enterado es algunos de los que estaban dentro, es un dislate político y, posiblemente, el suicidio público de sus protagonistas, condenados de antemano a ser cabezas de un enjambre de ratones cuyas ambiciones parecen limitarse a conseguir, como mucho, una docena de escaños para coaligarse después no se sabe con quién ni con qué objetivos. Para ese viaje no hacían falta tales alforjas.En fin, cerrada la crisis es cuando mejor se ve su sentido y su radical personalismo. La clase política de la transición instalada en el poder ha demostrado su escasa entidad ideológica y sus desconocimientos -de los usos y costumbres democráticos, que exigen una fidelidad al electorado y claridad en sus comportamientos. Crear partidos políticos es un derecho constitucional que nadie discute. Sí hay que discutir, sin embargo, la frivolidad y el talante con que se ha dilapidado el mandato electoral. España, como cualquier otro país, necesita de ofertas políticas claras y programas de gobierno precisos. El país, en 1977 y en 1979, dejó muy claro que no le interesaban por sí mismas, algunas de las opciones que, con tozudez digna de mejor causa, se le vuelven a presentar ahora aprovechando la puerta falsa de una plataforma de lanzamiento para la que fueron votados y ahora abandonan. Porque, de verdad, ¿alguien puede decir seriamente que esta pléyade de partidos aporta novedades no ya sustanciales, sino ni tan siquiera importantes a la problemática real de España y los españoles? ¿La crisis ha servido para que la ciudadanía se reencuentre con la política, o más bien al país se le ha servido en bandeja el escepticismo? ¿Qué franja social o qué estrato de la población que no votase anteriormente, y la abstención es uno de los mayores peligros de esta democracia, va a reencontrar el camino del voto de la mano del PAD, el PDP, el PDL y el CDS? Pero sé trata, al parecer, de disputarse los votos ya existentes, no de ofrecer alternativas nuevas no cubiertas.

Las elecciones están a la vuelta de la esquina. Por suerte. Vamos a salir de dudas si la malhadada crisis ha servido para algo más que para que haya más posters con efigies diversificadas. Es curioso que a estas alturas del siglo la política se mueva al margen de la sociología. La racionalidad y el sentido común exigían reforzar los partidos democráticos existentes y concretar las, ofertas políticas. Se ha elegido el camino de la dispersión y el de la confusión. Es de prever que algunos van a llevar en su pecado la penitencia impuesta por un pueblo que ha sabido hasta el momento votar casi con cartesiana utilidad. Crear partidos no es una apuesta personal. Es ofrecer alternativas y tener raíces en el cuerpo social. Hace falta algo más que efigie y financiación. Volvemos, pues, a la sopa de letras en las vísperas electorales.

Está claro que el hombre, especialmente si es político, es el único animal dispuesto a tropezar varias veces en la misma piedra.

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