_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La economía española y el ejemplo francés / 1

¿Qué ha ocurrido en la próspera Francia para que, en poco más de un año, se haya visto obligada a aceptar ante las demás economías occidentales un empobrecimiento relativo que alcanza el 29% frente a Estados Unidos y supera el 15% respecto a la República Federal de Alemania, el Reino Unido y Holanda? Ha ocurrido, pura y simplemente, que el Gobiemo francés, al igual que otros gobiernos socialistas, se ha creído investido del divino poder de crear algo de la nada y se ha permitido ignorar las leyes de la economía, tan implacables como las propias leyes naturales: un loco o un ignorante puede afirmar que desprecia la ley de la gravedad, pero si se lanza de un quinto piso el batacazo es seguro. Del mismo modo, desde la oposición se puede propugnar irresponsablemente el crecimiento del déficit público, pero desde el poder hay que ser más riguroso porque, al final, alguien tendrá que pagarlo. En el caso francés, la factura no se ha hecho esperar.Siempre he creído que el único orden económico adecuado a una sociedad libre es el de la libertad económica, frente a la planificación imperativa y las expropiaciones generalizadas que, a la larga, resultan incompatibles con un régimen de libertades individuales. Pero no es el momento de profundizar en las contradicciones que genera un orden socialista en el campo de las libertades, sino de centrarnos en el análisis de sus resultados económicos.

El plan del presidente Mitterrand perseguía, en esencia, unos objetivos ambiciosos: aumentar el ritmo de crecimiento del PIB, por una parte, y terminar con el paro, por otra, reduciendo la jornada laboral y aumentando los días de vacaciones y los salarios.

Una herencia envidiable

La situación que heredaba del presidente Giscard era envidiable: una tasa de inflación moderada (8%), un crecimiento aceptable del PIB (3%), una tasa de paro reducida y una situación financiera saneada, tanto por lo que respecta al insignificante déficit público como a la existencia de la mayor reserva de divisas conocida jamás en Francia.

En otras palabras, la economía francesa aparecía como la más sófida de Europa: para afrontar el reto con éxito se trataba de mantener la inflación dentro de límites tolerables y no desequilibrar excesivamente el sector exterior. Pero, como buenos socialistas, acometieron la peor de las políticas posibles: la que parte de la utopía de que si los liechos no son satisfactorios, peor para los hechos.

De este modo se incrementaron los salarios al margen de la productividad y se redujo la jomada laboral persiguiendo una redistribución del trabajo disponible. Resultados: inflación de costes y la consiguiente destrucción de puestos de trabajo marginales.

Se incrementaron notablemente las plantillas de funcionarios (50.000 en 1981 y 70.000 en 1982) y se estimuló el crecimiento del gasto público improductivo, hasta llegar a unas cifras de déficit público desconocidas. Resultados: el número de parados aumentó un 18%, la tasa de inflación se duplicó (y se acerca al 15% anual), el déficit público supera los 180.000 millones de francos y el de la balanza de pagos los 26.000 millones. Por otra parte, el endeudamiento con el exterior ha crecido a un ritmo tan alarmante que se han elevado voces autorizadas anunciando la bancarrota de la economía francesa.

Consecuencias finales: una nueva devaluación del franco (que no será la última) y un duro programa de restricciones: reducción de los gastos de carácter social, congelación total de precios y salarios, endurecimiento de la política monetaria, reajuste de las cotizaciones para la Seguridad Social y el paro. Es decir, un programa mucho más duro que los de Thatcher y Reagan y seguramente menos eficaz porque, consecuente con su filosofía socialista, establece nuevos controles e intervenciones. Resulta un eufemismo hablar de bloqueo de precios y salarios, porque éstos sí resultan bloqueados; pero los precios, si los costes suben, siempre encuentran su camino al alza, aunque sea a través de la escasez de los artículos cuya producción no resulta rentable.

Abel Matutes Juan es senador. Presidente de la Comisión de Economía de AP.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_