_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Persona, derecho, libertad

1. Se dice en el proemio de La Celestina que "todas las cosas están hechas a manera de conflicto".Cierto que nada se nos da hecho y que nada se nos regala. La historia del hombre es una guerra de conquista, pero la más hermosa conquista es la de haber conseguido, bien que todavía a medias, ser persona, ser ciudadano.

Ser persona no es definirse metafísicamente como un ente. Ser personales ver en los otros la persona que nosotros queremos ser. Ser persona es respetarse a sí mismo en los otros. Así de sencillo, de humilde, de elemental. Es como la patria. La patria no es una entidad metafísica, abstracta. La patria somos todos los que vivimos más próximos, trabajando, orando, gozando, sufriendo, tolerándonos. La patria es un recinto físico y moral donde caben todos, menos los que matan o mandan matar.

2. El estado liberal de derecho, propio del siglo XIX, intentó proteger al individuo, y a tal efecto inscribió en sus códigos una tabla de derechos y libertades: las llamadas libertades formales. En ella figuraban las garantías penales y procesales. El derecho penal de la época supuso un extraordinario avance en ese sentido, desde Beccaria hasta el momento, y sus luchas y esfuerzos no fueron baldíos.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Algo ganó el hombre cuando se estableció que no podía ser condenado penalmente sin ser oído y sin que antes una ley hubiera definido su delito. Algo ganó el hombre cuando terminó la Inquisición, cáando la esclavitud fue abolida; cuando se fijó humanamente la jornada laboral y se crearon los seguros sociales; cuando la mujer alcanzó el voto; cuando los Gobiernos, mal que bien, fueron elegidos mediante sufragio; cuando se pudo escribir y publicar...

Sin embargo, las realidades y necesidades sociales y económicas, las luchas por el poder del dinero, fueron poco a poco superando aquellas conquistas, muchas veces ya papel mojado, flatus vocis, cuando no auténtico escarnio y paradoja, porque una cosa era proclamar y reconocer el derecho, y otra facilitar y hacer posible su ejercicio.

El camino de la libertad formal a la libertad real venía marcado por una concepción justa y real, más humana, de la sociedad y del Estado. No sólo la economía, la política, incluso la literatura, se impregnaron de sentido social -léase aspiración a la justicia-, sino, también el derecho.

3. Pero, en el mundo jurídico social, el derecho penal tiene una s características especiales, incluso unas connotaciones metafísicas, filosóficas, puesto que nada menos es en su ámbito donde la discusión sobre el libre albedrío rinde famosas batallas. Ahí está en juego la libertad responsable, porque no hay responsabilidad sin libertad. ¿Es culpable la sociedad? ¿Es culpable el individuo?

Si la vida es sueño, no soy responsable, diría Calderón. Si me

Pasa a la página 10 Viene de la página 9

sueñan, no soy libre, diría Unamuno. Mi voluntad no es mía, sino hecha por los demás. ¿Es así?

Hay quien cree y sostiene que no hay más libertad que la de ser bueno. Pero la libertad es para el bien y para el mal. La libertad no se puede prohibir: no es un sujeto de derecho; el sujeto es el hombre y el hombre no es un medio, sino fin (Kant).

Y, sin embargo, se prohíbe. Se prohíbe en el hombre, en la persona, que es el soporte de la libertad. Ante el juez penal comparece un hombre que se supone libre.

¿Libre? Debemos afirmarlo así: si el hombre no es libre, debemos hacerlo libre, y cómo libre hay que tratarlo, mejor dicho, debemos tratarnos, unos a otros sin jerarquías, como tales hombres, dotados de los medios, -no ya jurídicos, sino sociales y económicos que la sociedad, es decir-, la organización social debe proporcionar.

4. Si es imprescindible, lamentablemente necesario, que haya instituciones, autoridades y gobiernos hay que compensarlos con una utilización humana, con un uso racional de sus normas, con un reparto justo de los medios e instrumentos sociales y económicos.

Hay que establecer un equilibrio, ese equilibrio. que ha sido roto por el propio hombre, no por nadie más. La restauración del equilibrio ha de ser también obra suya, no sólo de las burocráticas; deshumanizadas y de sustanciadas instituciones y poderes.

Lo que ocurre es que el hombre, verdadero creador de la desarmonía, es el que debe autocensurarse y autoequilibrarse.

No es justo que el hombre. que presume de libre, y que ha originado con su libertad el conflicto, se recluya en el cómodo recinto del pasotismo y del nihilismo improductivo, reseco erial, tierra inhóspita e infecunda.

La culpa de lo que pasa a los hombres la tenemos los hombres. Hambres, guerras, pleitos, burocracias, despachos, papeles, pólizas, multas, ruidos, explotaciones y asesinatos... son obra del hombre. Son nuestra obra, nuestra carga, nuestra servidumbre.

5. Dice un viejo chiste que la diferencia entre un boxeador que masca chicle y una vaca que pasta está en la mirada profundamente inteligente de la vaca. Pues bien, en la estúpida guerra de las Malvinas, los únicos personajes inteligentes del drama son las ovejas de las islas. Lo que está pasando ya no es un cuento narrado por un loco, según decía Shakespeare, sino una historia, hecha por tres locos, o por cuatro o por cinco. ¿Dónde está la persona en las guerras? ¿Dónde el derecho? ¿Dónde la libertad?

6. Protestar contra el pago de los impuestos y otras servidumbres y después utilizar gratuitamente los servicios públicos no es justo ni congruente. Todo eso supone una estructura, unas reglas y una organización. Y la organización conlleva, ciertamente, como un veneno interno y escondido, el poder, el temido poder.

Hoy, para seguir siendo humanos, no veo otro remedio que el de limitar el poder, puesto que no lo puedo suprimir. La paradoja es que, para limitar el poder, hay que establecer otro poder. Una especie de cuento de nunca acabar. Creo que el invento, no hay otro, es la Constitución, el derecho en definitiva, el control que los órganos constitucionales han de ejercer para vigilar y procurar que todas las instituciones y organismos cumplan el fin normal de toda convivencia humana: que los hombres traten bien a los hombres, es decir, como personas. Un viejo, pero siempre incumplido deseo.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_