Deben cambiar muchas cosas
Si puede extraerse una conclusión de este Mundial 1982 es que el fútbol se encuentra ya muy igualado en todos los países y la sorpresa puede saltar en cualquier encuentro. No he advertido variaciones sustanciales en la forma de juego respecto al que se viene practicando en los últimos seis u ocho años, pero sí se ha podido ver que los conjuntos grandes han evolucionado menos que los pequeños. Por otra parte, también parece claro que los equipos capaces de poner en práctica un sistema muy definido en el que se conjugue la calidad técnica con la peculiar idiosincrasia de los jugadores llegarán siempre más lejos.Para mí las dos selecciones más llamativas de este campeonato han sido Brasil y Francia. El brasilero es sin duda el mejor equipo del mundo y exhibe un juego espectacular, de cara al espectador, a cargo de jugadores extraordinarios. En cuanto a Francia, pienso yo que ha alterado el modelo convencional del fútbol europeo y se ha acercado a Brasil en la manera de concebir las evoluciones sobre el campo. Francia, además, tiene jugadores como Giresse, Rocheteau o Platini, de una categoría muy alta. No siento en cambio ningún entusiasmo por el juego que caracteriza a la selección alemana. Para mí más importante que la fuerza es el espectáculo y la calidad y por ello digo que, moralmente, Brasil ha sido el verdadero campeón del mundo.
El caso de Italia es singular. En Italia, como en España, los equipos juegan para ganar. Hay gran cantidad de intereses creados y se sacrifica el buen juego al objetivo de los resultados. Que Italia haya sido campeón del mundo, y a la vez practicando un fútbol atractivo, disciplinado y eficaz, se debe, en mi opinión, a la conjunción de una serie de factores entre los cuales no es el menor la gran unión que ha reinado en el equipo tras las duras críticas a que le sometió la afición y la prensa de su país antes de inaugurarse el campeonato. De esa unión y solidaridad con el entrenador da prueba el mantenimiento de un sistema táctico muy definido pese a los cambios realizados en el conjunto. Y también, aunque anecdótico, es muestra de esa unión la actitud de un jugador estrella como Causio, que aun siendo relegado al banquillo aplaudía desaforadamente las buenas jugadas de sus compañeros. Este asunto de la unión, el diálogo entre los jugadores y el entrenador y la inteligente aceptación de sus orientaciones es fundamental para comprender el buen funcionamiento de la selección italiana. Italia ha sido el conjunto quizá más unido interiormente de todos los equipos y a la vez el que ha jugado con mayor inteligencia. Esta es una importante razón para comprender la diferencia de rendimiento entre Italia y España, partiendo ambas de clubes con un nivel competitivo semejante.
Esta es una razón, pero sin duda no la única. Los jugadores españoles independientemente de que, como todo el mundo ha visto, se comportaran muy por debajo de sus posibilidades, no tienen hoy el nivel técnico de sus colegas italianos. Sólo puedo juzgar a la selección desde una posición de espectador porque no dispongo de la información suficiente para conocer las causas que han originado la pobreza de su actuación. Han actuado, qué duda cabe, por debajo de sus facultades. Han salido al campo agarrotados y si una alegación para exculparles ha sido la de la presión ambiental creo yo que son necesarios más datos para enjuiciar lo que ha sucedido. Es de suponer que como cualquier equipo, el español tendría su sistema de juego pero se ha desarrollado mal, tanto individual como colectivamente.
Muchas cosas habrán de cambiarse para que la marcha de la selección en el futuro no resulte decepcionante. En España los intereses de los clubes son demasiado fuertes y prevalecen en exceso sobre los intereses de la selección.
Se olvida que el triunfo de la selección es simultáneamente el triunfo del fútbol nacional. Hoy se llega a la primera división sin la preparación física y técnica que deberían adquirir los jugadores desde niños.
No es sólo el comportamiento de los directivos de club o la competencia del entrenador lo que ha de ponerse en cuestión. Tendría que ser revisado el sistema educativo actual que no deja a nuestros hijos tiempo para la música, el arte o los juegos después de terminar los horarios escolares.
Puede pensarse que la reforma del sistema educativo, la creación de suficientes instalaciones deportivas y la promoción del fútbol desde los niveles infantiles es un programa a muy largo plazo. Para mí, sin embargo, no hay posibilidad de otro camino si se quiere mejorar el fútbol nacional, sea para un tiempo más próximo o más lejano. Y todos, desde los aficionados a los directivos, desde los entrenadores a los periodistas, debíamos contribuir también a valorar menos los resultados que la calidad del fútbol que se practique.
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