Los rojos
Ahora que celebran o anuncian su fiesta anual en la Casa de Campo, me parece que es el momento de hablar de los rojos, de plantearse los rojos, esa heraldica inversa y flameante de que se vistió nuestra nacida democracia, y que ahora dejamos morir mientras nos abrochamos un botón más de la chaqueta, porque se resfría uno mucho con el tema de los rojos.La gran legitimación de esta democracia parece que fue la legalización de los rojos, no por lo que los rojos pudieran pesar, posar, pisar en la vida española, sino, mayormente, porque legalizando a los rojos, por una punta, y a los ultras que quisieron hacerlo, por otra, acotábamos iiuestro territorio, levantábamos nuestra empalizada ideológica y ya sabíamos todos a qué atenernos y hasta dónde podía uno alejarse: cantando sin que se lo comiera el lobo. Carrillo era un leguario que marcaba distancias, como Fraga era otro aquel Fraga abiertamente franquista, que vistió el alma de Franco con el cuerpo notarial / municipal de Arias Navarro-, y entre ambos leguarios, inás o menos, podía reunirse el senado de los viejos y encender sus hogueras de paz la tribu de los jóvenes. Hoy, no. Hoy los rojos ya no son los rojos; se les glosa como criptonitas indiferentemente tolerados en nuestro sistema de herradura parlamentaria, cuando lo cierto es que siguen haciendo la misma oferta social y democrática que hacían en el 77. Pero se les ha ido gente por la derecha / izquierda. Los rojos están prácticamente esposados con los grilletes inerciales, atávicos y demenciales de una comida franquista de tarro de cuarenta años y una incultura nacional que no sabe quién fue antes, si Marx o Lenin, como no saben qué fue primero, si el huevo o la gallina.
Ningún analista ni politólogo cree hoy que los rojos, aquí y ahora, tengan mucho que hacer en la movida electoral, pero desde el infrarrojerío a la derecha de ganchillo hay como una sonrisa complacíente, aplaciente, condescendiente, indiferente:
-Claro, sin Moscú es que no son nada.
Ayer mismo eran espías envenenados de Moscú, cobras con chaqueta de la Moda fresca, apestados, y hoy, insostenible la teoría de su dependencia moscovita, son unos pobres hombres, revolucionarios nostálgicos, abrumados por la caspa de la Historia, a quienes incluso Moscú ha retirado el saludo. Moscú se cambia de acera cuando ve venir a Santiago Carrillo. Lo que me parece que no han pensado los disidentes de derecha / izquierda (la mejor manera de no tener que salirse de un partído, experiencia siempre traumafizante, es no entrar jamás en él), es que, cuando entre todos -críticos, renovadores, liquidadores, prosoviéticos, proestalinistas y protontos- hayan terminado con lo rojo, cuando lo rojo se haya hecho soluble en la nada de esta democracia que se nadifica sartrian'amente, habremos perdido otro punto de referencia, y uno de los más claros, fijos e históricos. No solamente ya no se quiere jugar a la democracia, sino que están dejando la cancha convertida en un solar. Se llevan los palos y mojo¡¡es. Aboliendo la más modesta legitimación democrática -los rojos, un suponer-, se está aboliendo la democracia misma, poco a poco.
Ya que a los rojos se les ha distribuido, en nuestro juego democrático, un papel demoniaco, prolonguemos ese reduccionismo: la derecha necesita de la izquierda como el cielo del infierno y el bien del mal. Para ser centrista, liberal, socialdemócrata, socialista, conservador, dignamente, hace falta, más a la izquierda, una referencia dialéctica, una reserva,espiritual, aunque en Embassy parezoa una cosa de mal gusto. Lo dijo Neruda.- "Para no caer en el hielo (la nada), dejadme el derecho al mal gusto".
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