La paloma y el halcón
EL CONSEJO Político de UCD terminó a trancas y barrancas su sesión de terapia de grupo, que ni siquiera ha ofrecido la novedad de aflorar conflictos políticos o enfrentamientos ideológicos originales. La freudiana sensación del dejà vu prestó aspectos tan irreales como aburridos a ese ritual en el que las tendencias, corrientes, fracciones o corrillos se atacaban entre sí con el propósito básico de mejorar sus posiciones relativas respecto al centro del poder.No es frecuente: que un partido en el Gobierno practique la autofagia hasta destruirse ni tampoco resulta habitual que el líder que lo condujo por dos veces a la victoria ante las urnas, derrotó una moción de censura parlamentaria de la oposición y ganó una moción de confianza en el Congreso sea defenestrado por sus seguidores, incapaces luego, de añadidura, de ponerse de acuerdo sobre la persona de su sucesor. En este registro de sucesos insólitos también tiene cabida que los derrotados en el congreso de Palma inviertan los resultados de sus votaciones utilizando como punto de apoyo para ese apalancamiento la Presidencia del Gobierno, sustituyan en noviembre de 1981 al presidente y al secretario general democráticamente electos diez meses antes y ni siquiera se planteen la posibilidad de convocar un congreso extraordinario al que se le asigne la tarea de normalizar formalmente los cambios. Pero esta lista de curiosidades queda ahora enriquecida por la petición de poderes extraordinarios, que suponen la declaración del estado de excepción en UCD, exigidos por el nuevo presidente del partido, portavoz, hace menos de año y medio, de la corriente entonces minoritaria que pedía democracia interna, dirección colegiada, elaboración colectiva de las decisiones, estatuto de tolerancia para las tendencias, protección de las minorías y participación de las bases en la discusión de líneas y programas.
Landelino Lavilla ha desempeñado con buen criterio y neutralidad sus funciones como presidente del Congreso. Las razones de la mutación de una paloma de la democracia interna en un halcón de los poderes extraordinarios no son fáciles de adivinar, sobre todo cuando se recuerda que el propio Lavilla secundó a Leopoldo Calvo Sotelo para negarle a Adolfo Suárez el regreso a la presidencia de UCD con atribuciones sin duda grandes, pero no parece que tanto como él mismo solicita. El presidente tendrá el derecho a nombrar personalmente, y sin consulta a ningún órgano colegiado, al secretario general, a los miembros del secretariado y a nuevos componentes del Ejecutivo. También quiere reservarse la potestad de presentar a los miembros del comité electoral, del que depende la formalización de las listas de candidatos al Congreso y al Senado. Posee plenas facultades para dirimir los conflictos internos provinciales, que incluyen la posibilidad de disolver comités y de nombrar gestoras. Estos poderes extraordinarios durarán dos meses. Nada se dice acerca de la forma en que este estado de sitio desembocará en una etapa de normalidad, pero queda en claro que Leopoldo Calvo Sotelo sería automáticamente el sucesor de su sucesor si a éste le fallara el pulso o le flaqueara la moral.
Landelino Lavilla se declara a favor del pluralismo interno, pero contrario a las tendencias organizadas, al reparto de cotas de poder y a los pactos internos. Sobre la doble militancia, la postura del presidente es también doble: se puede aceptar conceptualmente, pero tal vez haya que rechazarla prácticamente. Desea una clarificación programática, pero por ahora la oscuridad se cierne sobre el programa de UCD. El misterio también rodea a los vehículos de comunicación entre el presidente de UCD y el presidente del Gobierno, sin que pueda adivinarse a quién corresponde la última palabra en cuestiones tan decisivas como la renovación ministerial. Las coaliciones electorales no quedan excluidas ni tampoco los acuerdos poselectorales, pero el conocimiento de las siglas eventualmente merecedoras de esas alianzas pertenece al secreto del sumario.
Hay demasiada ambigüedad, imprecisión y vaguedad en la presentación de todo esto para ser optimistas sobre el futuro del partido del Gobierno. Hay dudas también sobre la propia personalidad de su nuevo presidente. Lavilla, dicho sea en su honor, es la cosa menos parecida a un líder carismático que imaginar quepa. La reciente y estrepitosa derrota de UCD en Jaén dejó en claro que su especialidad no son las campañas electorales ni los mítines populares. Es un hombre de leyes, un magnífico orador parlamentario, un escrupuloso administrador de reglamentos y un hombre de bien, pero sus connotaciones personales añaden rasgos inequívocos de confesionalismo religioso y una relación nada despreciable con los centros de poder de la gran Banca.
Un vistazo del panorama lleva de modo continuo, y desde hace días, a la misma conclusión. Las soluciones que se ofrecen a UCD no acaban de convencer a un electorado cansado de tanta conspiración de pasillos, tanto caciquismo y tanto pequeño y egoísta interés puesto en juego a la hora de recomponer el partido. Los análisis que en él se hacen son realizados frecuentemente desde la necesidad del mantenimiento en el poder de determinadas personas, no desde una oferta racional y política de una derecha democrática. La sola suposición de que se pretende realizar un recambio ministerial a pocos meses hasta de las elecciones es abochornante. Pues resulta evidente que de lo que se trata no es tanto de gobernar mejor -¿que puede hacer un ministro nuevo en unas pocas semanas?-, sino de utilizar los cargos públicos como sistema momentáneo de apaciguamiento interno en el partido y como eficaz palanca de poder en la campaña electoral. Por esa razón, y aun rechazando las concepciones conspirativas de la historia, resulta dificil no contemplar la hipótesis de que la extraña designación de Landelino Lavilla como administrador del estado de sitio dentro de UCD no se proponga, en última instancia, más que proseguir la voladura controlada del centrismo. A fin de que los escombros de su edificio sean obligados por la fuerza de los hechos a integrarse en esa alianza de la gran derecha que Calvo Sotelo, a sabiendas o involuntariamente, ha estado favoreciendo desde que bajo la tutela de Suárez, y con la oposición de Lavilla, accedió a la presidencia el Gobierno.
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