_
_
_
_
Reportaje:

Los seleccionados italianos recibidos como héroes

Juan Arias

Los "dioses" llegaron al aeropuerto militar de Cianpino de Roma a las 12.51 minutos de la mañana de ayer. Cuando el avión del presidente Pertini, que trajo a Italia a los campeones del mundo, apareció en el horizonte, desde los alrededores del aeropuerto estalló un grito de gloria y se vieron ondear más de 30.000 banderas.

Más información
Fiesta en varias ciudades del mundo
Desierto el premio al mejor jugador español

Policía y carabineros mantuvieron a la gente a trescientos metros de la pista, antes de que llegara el avión. Porra en mano y perros policías. Llega el avión. Los gritos de los italianos se sentían más fuertes que el ruido estrepitoso de los motores del DC-9 del regimiento 31 de la aeronáutica militar. Desde las ventanillas del avión, los jugadores y el presidente pudieron ya leer una pancarta enorme que decía: "El mundo se ha teñido de azul". Y una para Rossi en español: "Pablito, máximo goleador".Se abre la puerta del DC-9 y aparece Pertini. Con el mismo vestido azul y los mismos gestos espontáneos de alegría que pudieron observar la tarde del domingo más de mil millones de te le espectadores. Gritos de simpatía. Detrás aparece Bearzot con la copa en sus manos. Y como en un juego de pases en el campo de fútbol o como en una litúrgia laica, la copa de los campeones va pasando, mientras bajan del avión, de un jugador a otro, de Zoff a Causio, a Tardelli, a Cabrini. Los dos últimos que salieron fueron Bruno Conti y Paolo Rossi y fue de nuevo el delirio. Y no hubo carabinero ni policía ni perro capáz de parar a los hin chas que invadieron la pista Como llovido del cielo, Conti se encontró con un ramo de flores en sus manos. Se echó a llorar: "Nadie puede imaginar lo que es esta alegría", se limitó a decir. Y hasta las fuerzas del orden per dieron los estribos y abrazaban disimuladamenté a los campeones. Pero tuvieron que vérselas y deseárselas para que el entusias mo no acabara en tragedia y para que los aficionados no se acerca ran a los jugadores. La consigna era: "Nadie debe tocar a los dioses".

Llegada al Quirinal

Al Quirinal llegaron a la 13.30 horas. Y también allí se habían concentrado miles de aficionados para poder ver de cerca a estos héroes nacionales. Un comentarista de la radio dijo: "La plaza del Quirinal parece un pedazo del Ústadio Bernabéu de Madrid". Pertini quiso que los jugadores entraran por las escaleras de honor de la sala de los "Corazzieli". Se vio que Antognoni aún cojeaba. La gente en su entusiasmo confundía a los jugadores y a todos les mandaban besos. La copa la llevaba Rossi. Y fue tan grande la presión de los hinchas para poder tocar al "divino" que "el frágil Pablito de hierro" cayó a tierra con la copa en sus manos. Pertíní lo ayudó a levantarse. Pero también el presidente acabó perdiéndose entre la marea de gente. Era un hincha más. Como lo había sido en el avión durante el viaje, jugando a la escoba con Zoff contra Bearzot y Causio. Perdió Pertini y casi enfadado le dijo a Bearzot: "¡Que bárbaro, hasta aquí quieres ganar!".

Y durante todo el día los aficionados siguieron a los jugadores campeones paso a paso en todas sus etapas de festejos romanos. Y así otra gran concentración tuvo lugar en la plaza Colonna, delante del palacio Chigi de la presidencia del Gobierno, donde también el primer ministro Spadolini, que no había ido a Madrid para dejar toda la gloria al presidente Pertini, les preparó una gran fiesta.

A las siete de la mañana ya no se encontraba en los quioscos un solo ejemplar de los tres diarios deportivos del país, que ayer do blaron su tirada. Y muchos iban con la radio en la mano. En un estanco cerca de la Plaza de San Juan la propietaria estaba escu chando al enviado especial de la Cadena-3 de la RAI, Mássimo de Luca que estaba transmitiendo su última crónica desde Madrid de la aventura del Mundial. Decía que los españoles se ha bían convertido aquella noche en italianos; que habían gozado con la victoria de los azzurri; que habían sido con los entusiastas hinchas italianos un río de cordialidad. Y escuchando esta crónica, la señora del estanco exclamó emocionada: "Yo se lo he dicho siempre a mis hijos: en el mundo nos quieren de verdad sólo lo españoles". Y se enjugó, pidiendo perdón, las lágrimas con la mano mientras daba con la otr a un señor un paquete de "Nazionali". Y el cociente de simpatía de los Reyes de España en este país ha subido el domingo como la fiebre en un gripazo. Se hablaba ayer de ellos hasta en los autobuses. A todos, pero sobr todo a las mujeres, les hizo una gran "tenerezza", como dicen aquí, el ver al joven, fuerte y alto Rey español llevar cogido por el brazo con tanto cariño al anciano, simpático y valiente Pertini, del cual entusiasman sus conversaciones en Madrid con los jugadores italianos. Son como pequeñas historias que ya corren de boca en boca y se cuentan en las familias. Como cuando delante de su madre le dijo a Paolo Rossi: "Mira, muchacho, tus goles son fabulosos. Cuando te vi en Francia jugar contra Polonia te decía: dispara, dispara, yo que soy un acérrimo partidario del desarme. Pero quiero recordarte que si tu marcas goles es porque tus compañeros trabajan para que tu lo consigas. Es mérito de todos. Y otra cosa, ten cuidado con tus piernas, muchacho mío, porque el otro día me di cuenta que te pegaban duro. Tu, apenas se te acerca uno salta, salta. Salta y dispara". Y se ríen hasta los niños.

El contagio con España fue tan fuerte en la noche del triunfo que los cientos de miles de personas que desfilaban como en una marcha alegre y solemne por las avenidas de las grandes ciudades gritaban a ritmo como en las plazas de toros: "O-lé, o-lé, l-ta-lia -o-lé". Salieron a la calle hasta los minusválidos con sus cochecitos y su gorro tricolor. Y era conmovedor ver como todos se preocupaban de que no fueran arrastrados por la marca de gente. Y de toda Italia se cuenta y no se acaba sobre las cosas que inventaron los aficionados. En Roma, por la calle de Corso, desde Plaza Venecia hasta Plaza del Popolo, como en una gran procesión que ocupaba toda la calle cerrada al tráfico, cuatro jóvenes llevaban en alto una gran caja de cartón. En cada esquina una vela encendida y una bandera: la argentina, la brasileña, la polaca y la alemana. Y en los cuatro costados de la caja estaba escrito: "Osario". En Venecia construyeron un elefante de tamaño natural todo pintado de verde que desfiló por los canales. En Calabria, en la ciudad de Tropea, cientos de jóvenes con los pechos desnudos improvisaron una samba monumental. Y en muchos sitios de las playas hubo baños colectivos, "vestidos", grandes y pequeños.

Y en Nápoles, ciudad famosa por la picaresca y la fantasía sin límite, en unos minutos los muros de la ciudad fueron empapelados con grandes esquelas fúnebres en las que se leía: "Damos la feliz noticia a la población de que la señora Alemania ha fallecido prematuramente. Descanse su alma en paz".

Y el mejor resumen del partido que refleja el estado de ánimo de los italianos que viven la victoria más que con arrogancia de héroes como fruito casi de un milagro, lo hizo ayer La Gaccetta dello Sport, con esta sola frase: "Un pancer rubio contra un angel azul: Rummenigge y Paolo Rossi. El Mundial escoge un partido y una estrella. Es la tarde del juicio universal. Italia gana, y el Bernabéu se viene abajo de aplausos". Como si dijera, venció la fragilidad. Dios escogió, para premiarlo, al "angel azul".

Y las banderas siguen aún en pie en todas las ventanas de las casas italiana.s. Nadie se atreve a quitarlas "nos parece aún un sueño", dice la gente. Y ya que todo ha sido como una gran Navidad, afirman, las dejaremos una semana más, como se hace con el Belén.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_