Público extranjero cruel e ignorante en Las Ventas
El público que acudió a ver la poco atrayente novillada ofrecida ayer en Las Ventas procedía, en elevado porcentaje, de más allá de las fronteras. De los de casa sólo estábamos los tres o cuatro que cumplíamos un deber informativo y el veterano Valderrama, que se apunta a todas.Este público se comportó toda la tarde a tono con su desconocimiento del espectáculo. Lo malo de esta ignorancia es que, a veces, deriva hacia la crueldad, como ocurrió durante el tercio de banderillas del cuarto novillo. Era el bicho de muy feo estilo y esperaba peligrosamente a los banderilleros, que se veían obligados a pasar en falso una y otra vez. Esta prudente actitud era acogida con risas y sonoros abucheos, hasta que el novillo envió a El Chuli a la enfermería.
Plaza de Las Ventas
11 de julio. Novillos de Apolinar Soriano, bien presentados, mansos y broncos.Manolo Montes: silencio, silencio. Román Lucero: silencio, aplausos. Pedro Santiponce: vuelta, aplausos.
De los tres novilleros destacó el valor y el buen gusto de Pedro Santiponce, que en el tercero logró algún muletazo con largura y mando. Banderilleó vulgarmente, con el saltito que El Soro parece haber lanzado como modelo a sus compañeros, y nos impidió ver a Orteguita, que iba de auxiliar en su cuadrilla. En el sexto volvió a exhibir las mismas maneras, pero el novillo, que embestía con la cara muy alta, no colaboró. De todos modos, conviene darle un margen de esperanza.
Manolo Montes, que también debutaba, no supo sobreponerse a las dificultades de sus novillos. Por su falta de mando, sufrió múltiples achuchones y desarmes en el primero y se empeñó en inútil porfía con el cuarto, cuando el novillo pedía una lidia sin relumbrones.
Román Lucero se dio cuenta por dónde iban los tiros. Como, con su toreo torpe y basto no lograba llegar con fuerza al extraño público, recurrió en el quinto a los alardes de tremedismo, con capote, banderillas y muleta, con lo que consiguió hacerse ovacionar e incluso escuchar algún olé con acento destemplado, pues los extranjeros que, seguramente por no ser aficionados al fútbol, se habían decidido a acudir a la plaza madrileña se permitían, de vez en vez, estos alardes de jalear a los novilleros con actitudes y voces típicamente españolas.
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