Billy Wilder y la esencia de la comedia
Un, dos, tres fue rodada por Billy Wilder en 1961. Las películas que la antecedieron fueron La tentación vive arriba y El apartamento, y las que la siguieron, Irma la dulce y Bésame, tonto. Cuatro obras maestras avalan, por detrás y por delante, a esta comedia de menores vuelos. Algo de esa maestría había de quedarse en ella. El momento en que Wilder la hizo es uno de los capítulos más fértiles de su carrera. Sin alcanzar la perfección de esas cuatro películas citadas, Un, dos, tres entra en el aliento de ellas, en su fuerza y su gracia, incomparables y demoledoras.Wilder es un genio del cine contemporáneo. Su raíz es clásica: un vienés formado en el periodismo alemán de los años inmediatamente anteriores al nazismo y que dio sus primeros pasos en el teatro dentro de la escuela de Max Reinhardt. Pasó al cine por el lado difícil, que es siempre el del guión, y se dio a conocer en Alemania por sus trabajos con Robert Siodmak. Fue también el guionista de un filme histórico en el expresionismo, Emilio y los detectives, de Gerhard Lamprecht, en 1932.
Un año después, Hitler se hizo con el poder y Wilder escapó a Francia, donde se dedicó al teatro e hizo su primera película, La mala semilla. Comenzó entonces el gran éxodo de los cineastas alemanes a Hollywood -Siodmak, Sirk, Lang, Freund, Dieterle, y tantos otros-, y la riada arrastró al desconocido Wilder, que pronto dejó de serlo. Charles Brackett, uno de los grandes guionistas de la marca Paramount, intuyó su talento e hizo equipo con él entre 1935 y 1940, en una docena de guiones magistrales, entre los que están La octava mujer de Barba Azul y Ninotchka, de Ernst Lubitsch.
Comenzó en 1942 a dirigir sus propios guiones. Los primeros, hasta 1950, los escribió en colaboración con Brackett. Esta colaboración terminó con El crepúsculo de los dioses, y tiene su punto más alto de popularidad en Días sin huella y El Gran Carnaval, rodadas en 1954 y 1951 respectivamente, con antológicas interpretaciones de Ray Milland y Kirk Douglas. En las siguientes películas cambió de guionistas hasta que, en 1959, encontró en I. A. L. Diamond su mejor otro yo en la construcción y desarrollo de historias, ideas, personajes y situaciones, e inició una prolongada colaboración con él. La primera película del tándem fue Con faldas y a lo loco, que inició el gran momento de Wilder, con los, filmes más arriba citados, a cuyo empuje pertenece Un, dos, tres. Esta serie de filmes constituye un derroche de genio, ingenio, amargura envuelta en risas, pesimismo lúcido y escepticismo eufórico, y es una gloria de la comedia y uno de los momentos de mayor inteligencia del cine.
En Un, dos, tres Wilder consigue, a un endiablado ritmo, poner en solfa y burlarse despiadadamente de la dialéctica de la guerra fría entre rusos y norteamericanos. Se ha dicho, y no mal, que se trata de una de las comedias de Wilder más próximas a Lubitsch. El frenético trasiego de situaciones es, en verdad, muy lubitschiano, como lo es la inversión de estas situaciones y su giro hacia variantes inesperadas y, casi siempre, de paredes adentro, con una inimitable asimilación cinematográfica de diseños pensados para el teatro.
El dúo entre James Cagney y Horst Buchholz, un representante en Berlín de la Coca Cola y un fanático leninista, terciado por una Pamela Tiffin en la línea de las heroínas tontas que tanto le gustan a Wilder -recordemos a Marilyn Monroe en Con faldas y a lo loco y La tentación vive arriba, a Shirley McLaine en El apartamento e Inna la dulce, o a Carol Burnett en Primera plana, entre otras-, tiene verdadera fuerza y gracia. Y sin llegar a los rizos de las grandes comedias antes citadas, tiene momentos de auténtico alarde. Wilder divierte y, de paso, machaca a tirios y troyanos con dardos Henos de veneno cínico y de rara violencia humorística. Es la esencia de la comedia.
Un, dos, tres se emite hoy a las 22.00 por la segunda cadena.
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