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Tribuna:Israel, hoy / 1
Tribuna
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'No más Massada', símbolo de la nacion judía

La pérdida de la fortaleza de Massada hace veinte siglos significa el fin de la resistencia del pueblo hebreo frente a los invasores extranjeros y el comienzo de la diáspora judía. Los nuevos soldados israelíes acuden a ella y prestan su juramento con tres palabras: "No más Massada". Es todo un símbolo de la nación judía que resume su objetivo principal, la super vivencia a cualquier precio.

A cuatro kilómetros del mar Muerto, y en medio del desierto de judea se alza una imponente mole de cuatrocientos inetros de altura. En su cima, desde la que se observan perfectamente las montañas de Jordania, al otro lado del mar Muerto, se encuentran los restos de una impresionante fortaleza mandada construir en el siglo I por Herodes el Grande para asegurarse un refugio seguro contra sus enemigos en Jerusalén.La fortaleza-palacio no fue nunca utilizada por Herodes. Pero sí por los restos de las huestes judías que se sublevaron contra los romanos y cuya acción provocó la toma y destrucción de Jerusalén en el año setenta de nuestra era.

Durante tres años, del 70 al 73, un grupo de judíos que no llegaba al millar resistió el asedio romano. Cuando, por fin, en el año 73, la legiones del emperador Tito consiguieron tomar la fortaleza sólo encontraron cadáveres. Los defensores habían decidido darse muerte antes de caer en manos de los conquistadores. El nombre de la fortaleza es Massada (del hebreo Metzuda, o lugar fuerte).

Veinte siglos después de la caída de Massada, el Estado de Israel recuerda el fin de la resistencia contra el invasor extranjero y el conúenzo de la Diáspora con una ceremonia simple y sencilla, pero no por eso inrienos impresionante. Cada vez que los reclutas de un nuevo reemplazo terminan su período de instrucción suben con sus oficiales a la cima de la montaña. Una vez arriba, forman en la explanada, entre las ruinas, y profieren un juramento de tres palabras, pero que resume el espíritu de los habitantes del nuevo Eretz Yisrael (de la nueva tierra de Israel): "No más Massada".

No más Massada, no más suicidios colectivos, no más holocaustos -seis millones de judíos sacrificados-, defensa a ultranza del Estado de Israel, aunque para ello se tenga que ir a acciones ofensivas impopulares en todo el mundo, como la reciente de Líbano. "El mundo se tiene que dar cuenta", nos dice el profesor Alfredo Tovías, del departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad hebrea de Jerusalén, "y, en particular, los países árabes, que nosotros no estamos aquí como los cruzados que un día llegaban y al otro se marchaban. Estamos aquí para permanecer".

Camp David

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Permanecer, construir, edificar, transformar los desiertos en oasis, exportar ciencia y tecnología, estudiar, trabajar. Todo esto es lo que se encuentra el visitante extranjero en el Israel de hoy, un pequeño Estado, cuya preocupación principal es la supervivencia y su mayor anhelo la consecución de la paz con sus vecinos, que le libre de la abrumadora carga de tener que dedicar el 40% de su presupuesto a gastos de defensa.

En este sentido, y dentro de este sentimiento que anima a la mayoría del pueblo de Israel, que, como toda democracia -la única en el Próximo y Medio Oriente-, también cuenta con ultras que hablan al visitante de fronteras bíblicas quiméricas, en Israel se considera que los acuerdos de Camp David, suscritos entre Israel y Egipto, en 1979, con Estados Unidos como país garante de los mismos, constituyen un hecho histórico en las relaciones de la nación judía con el pueblo árabe. "En 1973", sigue diciendo el profesor Tovías, "Egipto constituía para Israel una amenaza mayor que la, Organización para la Liberación de Palestina (OLP) puede constituirlo hoy. Cuando Sadat decidió, en un gesto histórico, visitar Jerusalén, en 1977, los israelíes no podían creerlo. Y, sin embargo, el milagro se produjo. Israel tiene en estos momentos un tratado de paz con la más poderosa nación árabe".

El tratado de paz con Egipto ha superado hasta ahora la terrible prueba de fuego de la invasión de Líbano y, por eso, Israel cree que no hay otro proceso que no sea el de Camp David para resolver el problema de Oriente Próximo.

Es cierto que Egipto se encuentra, por ahora, aislado, incluso entre los países moderados árabes, a causa del tratado de paz con Israel. Pero en Jerusalén se considera que, poco a poco, otros países árabes seguirán la senda marcada por Egipto.

"Los problemas de esta zona", explica el secretario general de la Knesset e historiador militar, Netanel Lorch, "son complicados y difíciles, mucho más complicados y difíciles de lo que se cree en Europa, donde hay una gran tendencia a simplificar los hechos". "Por ejemplo", añade, "dos países moderados y dos monarquías (la jordana y la saudí) han estado veinticinco años sin relaciones. Hay que tener mucha paciencia añade.

La devolución del Sinaí

Existen dos formas de resolver los problemas de la zona: abordarlos todos de una vez o intentar, aprovechando la coyuntura, tratar de resolverlos uno a uno a medida que se presentan. Estados Unidos, con el Plan Rogers de 1970, intentó la primera fórmula, que fracasé. Henry Kissinger fue el patrocinador de la segunda, que es la que en última instancia se está imponiendo. Mucha gente olvida que -contra lo que pueda parecer y, desde el punto de vista de política interior, que al fin y al cabo es lo que cuenta en una democracia como Israel- la nación judía es la gran perdedora de los acuerdos de Camp David. Para conseguir la paz con Egipto, Israel ha tenido que ceder más de 60.000 kilómetros cuadrados de su territorio, todo el Sinaí (conquistados en la guerra de los seis días, de 1967), incluidos los yacimientos petrolíferos de la zona, que hubieran convertido este año a Israel en un país exportador de crudos.

Sin esos yacimientos petrolíferos, Israel ha pasado de ser una nación autosuficiente a tener que importar este año el 95% de los productos petrolíferos que precisa para su subsistencia. Si a eso se añade el precio político interior pagado por el desalojo de las colonias judías en el Sinaí, en el que ha tenido que emplearse a fondo el Ejército israelí, y el hecho de que Egipto recupere sus fronteras anteriores a 1967, a lo que hay que añadir una sustancial ayuda militar y económica americana, que le puede convertir en pocos años otra vez en la nación líder del mundo árabe, se puede comprobar quién ha ganado y quién ha perdido más en los acuerdos de Camp David.

En opinión del general retirado Arie Shalev, vicedirector del Instituto de Estudios Estratégicos de la Universidad de Tel Aviv y ex comandante militar de la ribera occidental del Jordán (6.000 kilómetros cuadrados que cubren el territorio de Judea y Samaria), Israel debe mostrar la máxima flexibilidad en sus negociaciones ahora, "ya que en un plazo de cinco años se encontrará en una situación peor".

"En el plano militar", dice, "nuestro Ejército activo es limitado a causa de nuestra pequeña población y dependemos, sobre todo, de los reservistas. A los árabes les pasa lo contrario. Financieramente hemos Regado al máximo en la cantidad que podemos asignar a gastos de defensa. A los árabes les pasa lo contrario. Y en el plano político internacional, mientras la famosa Resolución 242 del Consejo de Seguridad hablaba sólo de los refugiados palestinos, los acuerdos de Camp David, suscritos por Israel, ya reconocen explícitamente, en un documento firmado por nuestro país y con la garantía de Estados Unidos, los legítimos derechos del pueblo palestino. Por otra parte, en el futuro vamos a perder la superioridad en armamento a consecuencia de la transferencia de tecnología militar americana a algunos países árabes, como, por ejemplo, la venta reciente de AWACS a Arabia Saudí".

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