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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una semana de diálogo con Europa

LA SEMANA entrante han de tener lugar dos negociaciones de extraordinaria importancia para la política exterior española. Una, con el presidente francés Mitterrand, de visita oficial en España, sobre los términos de colaboración entre ambos países en el desarrollo de las relaciones bilaterales. La segunda, a nivel de ministros de Asuntos Exteriores, entre el de España y el del Reino Unido, en Portugal, respecto al futuro de Gibraltar y la apertura de la verja.En el caso de las relaciones con Francia, como el mismo presidente reconoce en una conversación que publicamos hoy con el director de EL PAIS, las cuestiones del terrorismo vasco y del Mercado Común acaparan la atención de los dos gobiernos y han generado notables dificultades en las relaciones bilaterales. Mitterrand tiene en sus declaraciones palabras favorables para el proceso democrático español, que considera es necesario apoyar, y se muestra dispuesto a discutir sobre las cuestiones más candentes entre ambos países. El hecho de que esta visita se haya hecho por voluntad expresa del propio presidente galo puede poner de relieve la voluntad de entendimiento que parece aflorar al otro lado de los Pirineos. Las circunstancias, empero, no son propicias al optimismo. Las dificultades esenciales que se le plantean a España en el terreno comunitario proceden de los celos y la competencia francesa lo mismo en materia agrícola que en la pesca y en cuestiones industriales -como las que afectan a los productos siderúrgicos-. Los enfrientamientos de agricultores franceses con camioneros españoles en el invierno pasado no fueron sino la expresión enconada de un problema que es de vital resolución si queremos integrarnos en Europa. La crisis interna de las Comunidades, tanto en lo que se refiere a las cuestiones de su financiación como en el tema de los precios agrícolas, no es, por lo demás, algo inventado ni un pretexto para perjudicar a España. Pero la realidad objetiva es que España sale perjudicada y que, seis años después de comenzado el proceso democrático, las posiciones españolas en este tema apenas han avanzado un palmo. Mitterrand encontrará en el presidente del Gobierno español un experto conocedor de los asuntos comunitarios, a los que atendió como ministro durante el gobierno Suárez, pero es preciso no ser demasiado optimistas en lo que se refiere a la obtención de resultados prácticos a corto plazo.

La cuestión vasca parece preocuparle, a juzgar por sus declaraciones, mucho más al presidente francés, celoso igualmente de la pobre imagen que su país y su Gobierno tienen en los medios de comunicación hispanos a partir de la cobertura de que gozan los etarras en la frontera francesa de los Pirineos occidentales. De sus palabras se deduce una voluntad de entendimiento y diálogo que es de esperar arroje resultados positivos después de la visita. El escepticismo español, sin embargo, se encuentra bien fundado: idéntica o parecida disposición de ánimo colaborador mostró el anterior ocupante del Elíseo, sin que pueda decirse que esta disposición tuviera resultados prácticos. Las recientes detenciones de etarras en el sur de Francia, incluida la de uno de los cabecillas de la organización terrorista, Txomin, pueden hacer suponer que las autoridades francesas están más decididas a enfrentar seriamente el problema de ETA. La erupción de un terrorismo de nuevo cuño en el país vecino, después de la llegada de los socialistas al poder, les habrá permítido además comprender mejor la naturaleza del problerna que el terrorismo vasco supone para la democracia, española. La queja del presidente en el sentido de que "España siempre anda echando la culpa a Francia" de problemas que los españoles tendríamos que resolver por nosotros mismos, aun respondiendo quizás a un sentimiento extendido en el país vecino, resulta en gran medida injusta, y es probablemente fruto de un desconocimiento puntual de la cuestión. Pues tan ridículo sería suponer que sólo de Francia depende la solución al terrorismo etarra, como que éste puede ser erradicado sin una colaboración eficaz y efectiva al otro lado de la frontera. Esperemos, en cualquier caso, que de esta visita de Estado surjan algo más que palabras.

Recién termine la visita del presidente galo, el próximo día 25 deben encontrarse en Sintra los ministros de Asuntos Exteriores británico y español para conversar nuevamente sobre Gibraltar. El conflicto de las Malvinas resulta un mal precedente a la hora de suponer que será fácil descubrir una voluntad auténticamente negociadora por parte británica. El temor de que la verja no llegue a abrirse y de que las conversaciones sean aplazadas o suspendidas de nuevo está patente en ambas capitales. Y el ministro Pérez Llorca tendrá que desplegar toda su habilidad diplomática si no quiere volver de Portugal con las manos vacías.

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Estos contenciosos con dos de las principales potencias europeas que, por otra parte, son ya aliadas de España en el marco de la OTAN, subrayan con rasgos peyorativos el carácter de incertidumbre y desasosiego que envuelve a las relaciones internacionales de nuestro país. Esta semana puede ser desde luego crucial para el desarrollo de la condición europea de España -al margen declaraciones de facilón signo propagandístico-. La debilidad interna del Gobierno Calvo Sotelo y la confusión general en la que se desenvuelve la política internacional no constituyen el mejor momento para estas negociaciones. Pero, si bien se mira, en política, el mejor momento nunca existe.

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