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El rechazo del trabajo

Uno sale de ver la última película de Francesco Rosi, el antaño inteligente autor de Salvatore Giuliano. Otro naufragio más -piensa- en la mediocridad ambiental; en la mala fe, tal vez. Y van... ¡Ni se sabe! Luego uno reflexiona. La estupidez, se dice, puede, apurando mucho tal vez, ser considerada como una simple patología personal -transitoria o permanente-. La estupidificación de quien un día ha sido lúcido; riguroso, no. Inevitablemente, espejo de un irse a pique colectivo, la conjunción de embotamiento narrativo, delicuescencia concentual y fundamental deshonestidad política que atraviesa ese patético intento de "pensar el terrorismo" que es Tre fratelli nos afecta, en cierto modo muy profundo, a todos. A todos, al menos, cuantos creímos un día -y seguimos hoy empeñados en creer, aun cuando sea a contracorriente, desde el escepticismo y la desesperanza- que sólo el comunismo puede situar el marco de una vida cuando menos tolerable, y que, en su ausencia, sólo la lucha -intransigente, en la medida misma que desesperanzada- por una alternativa revolucionaria nos proporciona, al menos, ya que no otra cosa, la estética última (¿y hay acaso otra ética revolucionaria que la radical estética?) de rechazar esta mugre cotidiana de la complicidad, del diario doblegarse ante una realidad infinitamente indigna, insoportable. Determinadas derrotas -ya que la derrota es inevitable- son, al menos, hermosas. Sólo por ellas vale la pena apostar.Porque si la derrota, en efecto, se ha hecho parte de nosotros, nos posee, es nosotros, modos hay muy distintos de vivirla: desde la elaboración autosatisfecha del autor de Trefratelli, si, pero también desde la contumacia intransigente y lúcida de los hombres del proceso del 7 de junio en Roma. Tengo a la vista, cuando escribo -Y las tenía en la cabeza mientras soportaba la película de Rosi-, las palabras precisas de un Toni Negri que, desde la cárcel de Rebibbia, se apresta a arrostrar Ia forma jurídica de la consagración de esa derrota misma, tras la que Rosi emprende el camino del confortable retorno al hogar patrio del omnipresente Estado. Tras esas líneas, tres años de prisión provisional, un proceso kafkiano del que, uno a uno, todos los cargos materiales (implicación en el caso Moro complicidad con las Brigadas Rojas ... ), especialmente exhibidos en abril de 1979, han ido esfumándose como recurrentes pesadillas de un funcionario borracho. Tres años que han aguzado la pluma, quizá ahora como algo más escéptico, pero no por ello menos decididamente combativa, del autor de La forma Stato. "El otoño alemán", escribía Negri en estos inicios de abril que preceden inmediatamente a su juicio, "está aquí, entre nosotros, ya transitado, con todos los desastres políticos que de él deriven. Es ahora la totalidad del marco político la que bascula a la derecha: no es ya una lucha, sino sólo una toma general de posición que abarca a todas las instituciones, desde el Estado hasta los partidos y sindicatos, a cada corporación y al modo mismo de vivir. Una especie de 1968 a la inversa".

1968 a la inversa, sin duda, lo que se está produciendo en el, hasta hace tan sólo unos años, radical mundo de la izquierda intelectual italiana. 1968 a la inversa, su silencio, su fundamental cobardía, cuando no su abierta invocación a la juridicidad del linchamiento, en todo lo-referente al caso Negri (que es, en un sentido más amplio, el caso A utonomía Operaia). Complicidad, en todo caso, con la voluntad explícita de tipificar el delito de opinión política, el delito de ideología, que subyace a todo este monstruoso montaje. Una complicidad que Rosi, por cuenta propia, asume y sintetiza a través de los labios del personaje central de su película: "No hay otra alternativa: o defensa de las Brigadas Rojas o defensa del Es

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tado, de este Estado... El rechazo del trabajo (rifiuto del lavoro), que vosotros preconizáis, es ya terrorismo".

El rfiuto del lavoro. Ahí se juega todo el fondo de la cuestión. Cabrá, al menos, a Francesco Rosi el mérito, de dudoso buen gusto, pero mérito al fin, de haber llamado a las cosas por su nombre. Negri (la Autonomía Operaia) ha de ser catalogado como terrorista por haber osado teorizar, hasta sus últimas consecuencias, algo que es hoy la esencia misma de cualquier marxismo que se quiera revolucionario (o, simplemente, riguroso): que comunismo es rechazo del trabajo. Todo va a girar, en los alegatos fiscales que se inician el 7 de junio, en torno a esas tres sencillas palabras, en las que una generación entera de jóvenes militantes postsesentaiochistas ha sabido reconocerse como en un espejo. Durante algo más de una década -en la Universidad de Padua, primero; luejo, desde la cárcel-, Toni Negri no se ha ocupado de otra cosa que de cumplimentar ese análisis teórico esencial que nos permita comprender que, frente a todas las pesadillas esta anovistas de nuevo y viejo cuño, el comunismo no puede consistir sino en la aniquilación de esa odiosa relación de explotación y muerte que constituye el constructo social llamado fuerza del trabajo, el constructo social llamado proletario; que nos permita plantear el rechazo militante del mundo de la sordidez embrutecida de la fábrica, oculto tras de los cantos humanistas de la ideología burguesa que ensalza la "dignidad sagrada del trabajo". El trabajo, esa función de la relación de dominio despótico llamada capital, no es más que mugre y opresión, explotación sistemática, arrebatami ento puro y simple del propio tiempo de vida. No hay más que una. opción liberadora para el proletario: dejar de serlo, abolir, de una vez por todas, esa forma suprema del despotismo burgués que es la imposición de la condición proletaria. "El comunismo es el no trabajo", ha formulado Negri, en tesis provocativa y exactísima. Y el Estado, del que de este modo se ha declarado enemigo inconciliable, ha sabido detectar muy bien el peligro.

El viejo Bertolt Brecht, tan sabio, tan cínico, lo sabía a la perfección: "... llamar a derrocar todo el orden existente parece terrible. / Pero lo que existe no es orden. Recurrir a la violencia / parece malo. Pero, como lo que constantemente se ejerce es violencia, pues tampoco es nada especial...". Tal vez hoy nosotros tengamos tendencia a olvidarlo -hasta que los sables, claro, vienen, de tarde en tarde, a recordárnoslo-. Pero quede bien claro que nos jugamos mucho todos en el proceso Toni Negri, un proceso que no parece tener otra función que la de dar un escarmiento ejemplar y contundente a los intelectuales que, en plena desbandada de las fuerzas progresistas supervivientes de la larga década que siguió a 1968, osen aún empecinarse en frivolidades comunistas de cualquier tipo. En suma, nos hallamos -son sus exactas palabrasante el intento de "santificar la consolidación reaccionaria de la escena política" mediante el exterminio intelectual -y, si fuera preciso, físico- de todos cuantos, con el lejano maestro alemán, seguimos pensando, pese a todo, en medio de la derrota, que "el comienzo es la exigencia mínima / ... lo más inmediato, lo normal, lo razonable".

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