"A veces sientes la sensación de estar acorralando a la naturaleza y que ésta va a contestar"
Manuel Ballester Boix, a quien se concedió el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias 1982 el pasado viernes día 21, nació en Barcelona en 1919. Licenciado en Ciencias Químicas en 1944, ingresa como investigador en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ese mismo año, aunque él dice que en realidad entró como "aprendiz de investigador". Sus principales aportaciones en el campo de la física se centran en el desarrollo de la química perclororgánica y en el descubrimiento de los radicales libres inertes. Ha publicado cuatro libros: dos en Estados Unidos, uno en el Reino Unido, y el cuarto y último en España, titulado Química orgánica física. Fundamentos y espectrometría (1978).
Pregunta. Usted es prácticamente el pionero de la química perclororgánica. ¿Cómo llegó a interesarse por ella?Respuesta. Fue en parte una casualidad. Cuando estaba haciendo mi tesis doctoral, que apenas tenía que ver con ella, el doctor Paqual me pidió que investigara la posibilidad de obtener un determinado percloro. Entonces ni. él ni yo sabíamos que este campo de la química había sido considerado estéril por los científicos. Naturalmente, fracasé. Acabé mi tesis doctoral y fui a Estados Unidos para ampliar estudios; a mi vuelta, como la falta de instrumental me impedía trabajar sobre los mecanismos de reacción en química orgánica física, me dediqué a tratar de demostrar que, efectivamente, la química perclororgánica era estéril. En el curso de los experimentos cometí un grave error y resultó que eso abrió un campo que era riquísimo. Ahora bien, en el origen hay un error, que es como se producen casi siempre los descubrimientos.
P. ¿En qué consistía exactamente el descubrimiento?
R. En mostrar la posibilidad de sustituir determinados átomos de hidrógeno por otros de cloro en las moléculas orgánicas. El cloro era un elemento apenas explorado. Tras conseguir algunos elementos, como el percloro etileno, el tetracloruro de carbono y el exaclorobenceno, la cosa quedó parada y se dictaminó la imposibilidad de seguir avanzando. La causa de tal opinión derivaba de que el átomo de cloro es mucho más grande que el átomo de hidrógeno y, debido a ello, no cabía en la molécula. Yo quedé sorprendido cuando comprobé el error, y es que el descubrimiento siempre sorprende al químico. Hay veces que tienes la sensación de que estás acorralando a la naturaleza, sometiéndola a un interrogatorio a través de los experimentos por uno y otro lado, y que, por tanto, la naturaleza va a acabar contestando algo. Y entonces, no siempre, pero a veces, responde, y la respuesta es algo insólito, porque la investigación procedía por descarte de posibilidades. Yo he tenido la suerte de ser sor prendido dos veces, y las dos veces con respuestas inesperadas e insólitas.
Motivos para un premio
P. La primera produce la apertura de la química perclororgánica; la segunda, los radicales libres inertes.
R. En efecto. Este es el motivo esencial de que me hayan dado el premio Príncipe de Asturias 1982
P. ¿Qué son exactamente los radicales libres inertes?
R. El carbono es, como es sabido, el elemento esencial de las sustancias orgánicas. Tiene cuatro valencias, que se unen entre sí formando cadenas. Y cada una de las valencias dispone de cuatro puntos de enlace que se unen a otras sustancias. Un radical libre de carbono es un radical que tiene átomos de carbono trivalentes, es un átomo monstruoso. Esto le hace inestable -a veces su vida no alcanza la millonésima de segundo- y le confiere una enorme agresividad física, por lo que no puede llegar a formar materia. Hasta mediados de los años sesenta no se lograron radicales libres con cierta estabilidad, que en ningún caso superó las ocho horas. Paralelamente se demostró que estos radicales intervenían como sustancias intermedias en procesos como la polimerización y también en algunos procesos vitales y patológicos. Nosotros empezamos a trabajar en experimentos destinados a demostrar que determinadas reacciones químicas pasaban a través de un radical libre que podíamos detectar a través de productos residuales. Variamos la. molécula e intentamos aumentar su estabilidad. Cuando lo conseguimos no acabábamos de creerlo. Recuerdo que pedí al doctor Codina, de la Universidad de Barcelona, que me dejara utilizar su electroimán para comprobarlo, y dio positivo. La sorpresa fue mucho más grande cuando resultó que en condiciones ambientales duraba más de ocho horas. Luego hemos podido establecer que su duración es de un siglo por lo menos y, por tanto, tiene una estabilidad superior a las sustancias de carbono normales.
P. ¿Cuál es el motivo de esta superior estabilidad?
R. Pues se debe a que el esqueleto del carbono está protegido por el cloro. Esto hace que resista ataques exteriores de increíble virulencia, incluso que soporte una inmersión de veinticuatro horas en ácido sulfúrico concentrado. Por otra parte, tienen propiedades magnéticas y eléctricas, lo que abre un nuevo campo a la investigación, aunque posiblemente las aplicaciones amplias de los radicales inertes yo ya no llegue a verlas.
Aplicaciones de un descubrimiento
P. Sin embargo, usted ha iniciado ya la aplicación de los radicales libres inertes a determinados campos.
R. Sí, en estos momentos estamos trabajando con la Universidad de Arizona y con algunas universidades españolas para ver si pueden aplicarse a la hidrología. Y hasta el momento han mostrado buenos resultados en prospección petrolífera, ámbito en el que están desplazando con éxito a los sistemas tradicionales, el impopular de inyectar yodo radiactivo y el más antiguo de la fluorescencia. Es de esperar que también puedan aplicarse a la electrónica, en eso también trabajamos, y a la farmacología, aunque ahí apenas se ha investigado.
P. Usted lleva 38 años en el CSIC y ha estado también en centros extranjeros. ¿Cuál ha sido el desarrollo de la investigación en España y cuál es su situación actual?
R. Al principio era un desierto. Hay que tener en cuenta que entre nuestra guerra y la segunda guerra mundial estuvimos casi diez años aislados del resto del mundo. Pero, incluso a mi vuelta de Estados Unidos, la situación era penosa. No disponíamos ni de elementos ni de aparatos; en mi caso se añadía además el hecho de que era el único que investigaba en la química orgánica física. El aislamiento era total. En estas presenté un trabajo en un congreso de París y unos científicos americanos apreciaron la labor desarrollada Cuando volví a Barcelona encontré una carta preguntándome si aceptaríamos una ayuda económica para proseguir en la línea de investigación por cuenta de Estados Unidos de América. Era una ayuda sin condiciones, es decir, que las patentes no pasaban a ser americanas. Bien, en realidad sí había una condición: que no comunicáramos nuestros descubrimientos a los rusos. Como en aquella época la posible conexión con los rusos era de lo más remoto, aceptamos Empezamos a recibir dinero y pudimos crear una pequeña América en lo referente a material y becarios. Eso duró quince años, hasta que Nixon eliminó las ayudas federales a la investigación, incluso en el interior de Estados Unidos.
Falta de tradición científica
P. Es decir, que la ayuda espa ñola estuvo ausente, ni empresas ni Estado.
R. El Estado ha hecho algo, aunque insuficiente. Las empresas, más bien poco. Aquí no hay tradición científica; ni el público ni las empresas ni el Estado están sensibilizados al respecto. Las empresas además exigen del CSIC cosas imposibles, cosas que superan nuestras fuerzas, de por sí escasas debido a la falta de instrumentos y material.
P. ¿Hay solución para ello?
R. La solución es larga. Se necesitaría crear una ciencia potente, de la que surgiría una tecnología también potente. Para eso sería conveniente dedicar a la investigación un 4% del PNB, no de golpe, porque tampoco sabríamos qué hacer, pero sí de una forma planificada. Con eso se podría paliar el retraso evidente, pese a que hay investigadores de gran valía. Pero en lugar del 4% resulta que se in vierte un 0,3%. Es vergonzoso.
P. ¿Cuáles son las causas principales de esta situación?
R. Son de estructura. Como no hay una investigación a la que puedan pedírsele resultados de calidad, las empresas recurren a la investigación repetitiva o a la compra de patentes al extranjero. Y es comprensible y en nuestras circunstancias incluso lícito. Sería un crimen si tuviéramos una investigación como la de Alemania o Estados Unidos. Pero no es el caso. Y resulta lamentable que no sea así. La culpa es de toda la sociedad. Este es un país de una cultura única: la literaria, que se puede hacer con un papel y un bolígrafo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.