Libertad y liberalismo
En estos últimos tiempos se habla del nexo forzoso entre libertad y liberalismo, o sea, un concepto filosófico y otro político-ideológico. También se afirma que sólo los liberales, con club o sin él, defienden la libertad. Un ilustre novelista de ideas progresistas sostenía en La Vanguardia que sin liberalismo no hay libertad propiamente dicha. Otro brillante escritor reaccionario afirmaba, en Abc, que el liberalismo es incompatible con la democracia y los partidos políticos. En consecuencia, los socialdemócratas, keynesianos, socialistas y demócratas de toda laya que propugnan la intervención del Estado amenazan la libertad, como si ésta no pudiese subsistir sin el liberalismo. La verdad es, precisamente, todo lo contrario: donde impera el liberalismo más absoluto desaparece la libertad real humana y, a veces, hasta la política. Nos atreveríamos a afirmar que el liberalismo es la deformación ideológica o mixtificación de la idea revolucionaria liberal de la libertad humana. Pero indaguemos la génesis de los conceptos libertad y liberalismo.La libertad es una afirmación de la independencia subjetiva frente a todo poder ajeno y omnipotente. Libre es el que se gobierna a sí mismo y para ello hay que tener un centro interior, un pensamiento que nos dirija, es decir, un Yo, "negación concreta de creatura y, por eso mismo, de Dios" (García Bacca). Debemos a Descartes este descubrimiento del Yo como libertad infinita. Bajo el aparente dualismo cartesiano alienta la unidad viviente del hombre. Pensamiento y voluntad integran la omnipotencia del Yo, la libertad del hombre frente a la sumisión, al capricho irracional del azar, a la arbitrariedad encarnada o personificada. Libre es el que no se siente siervo del señor.
Ahora bien, como el Yo es pura conciencia de sí mismo, representándose o imaginándose, es sólo un proyecto de libertad. El Yo corporal y carnal es el que existe verdaderamente, no el que piensa o quiere. Ese otro Yo ideal, cartesiano, es, como dijo con mucha gracia y donaire Unamuno, una meditación solitaria consigo mismo, el fruto de un encierro holandés al calor de la estufa. Claude Adrien Helvétius, en su obra De L'esprit, demuestra que el Yo es interés puro por el que nos movemos y somos, es decir, un apetito de poseer, lo que prueba la materialidad del espíritu humano. Este materialismo francés completó el idealismo cartesiano de la libertad. En consecuencia, sólo son libres los seres capaces de cumplir libremente sus deseos, sin trabas ni coacciones exteriores.
Así nació la libertad humana como condición de la libertad política. Pero no basta este descubrimiento. Hay que luchar por la liberación. Ya no es Dios que, al oprimir al hombre, le priva de su libertad; es el mecanismo coercitivo de la sociedad feudal que le ahogaba. La libertad cartesiana, metafísica, colectiva, humana, fue base de la libertad física, individual, que nos afecta a todos como seres de cuerpo y hueso animal que somos, con intereses muy particulares que cumplir. Así, el empirismo anglosajón de Locke y Hobbes descubre que el egoísmo es un secreto impulso común a todo ser humano. Egoísta es la criatura que necesita realizar sus fines; pero como éstos pueden oponerse a otros diferentes, los individuos deben unirse para luchar juntos por su libertad contra la tiranía. La revolución se convierte, entonces, en el principio supremo de una libertad absoluta, trascendente. Para Hegel, "sujeto es el sujeto revolucionario". "La libertad es revolución". Este es el sentido que Peter Weiss, en Marat-Sade, da a la revolución como idea de liberación humana que exige violencia. Así nacen históricamente al unísono la concepción de libertad con la de liberación humana.
En esta somera trayectoria histórica de la libertad de conciencia de Descartes hemos pasado a la conciencia de la libertad de la Revolución Francesa. La lucha de los libres egoísmos que combatían entre sí impuso el terror como única fórmula de armonía colectiva para afirmar, paradójicamente, la libertad. La Revolución Francesa representa el triunfo del Yo sublime, del Ser supremo, el Dios de la libertad. Pero, calmado el entusiasmo revolucionario, la libertad se limita a la propia del individuo consciente de sus fines. Y se vuelve a descender de la libertad absoluta, metafísica, revolucionaria, a la libertad como prosecución del bienestar, de la felicidad. Y comienza el reino de la economía, según Adam Smith, o la era del triunfo de los intereses privados, de las conciencias libres, separadas y autónomas. Hegel afirma que al reducirse la subjetividad a sus intereses materiales, la consecuencia es la lucha de todos contra todos, y el dominio será de quien posea más fuerza natural. Como cada uno sabe lo que más le conviene, la utilidad se convierte en guía o norma de interés. Sólo lo que resulta lucrativo, una vez experimentado en la práctica, es aceptable y valedero. En puridad de verdad, sólo son felices los que poseen, los que disfrutan de una pluasvalía o excedente después de satisfechas las necesidades vitales.
De esta libertad psicológica, que se deja llevar por el cálculo del interés y la racionalidad del apetito, nace el liberalismo moderno en su forma primitiva y brutal. No guarda relación con el concepto español de liberal, pues éste significa libre, desprendido, abierto, generoso, frente al servilismo abyecto deI absolutista. La libertad del liberalismo desencadena una "guerra civil de los nacidos", de los individuos en lucha por sus propios intereses enmascarados de ideologías. Hegel de nominó a esta sociedad atomizada "El Reino Animal del Espíritu". Sin embargo, la mano invisible de que hablaba Adam Smith concertó la dispersión o lucha encarnizada de los espíritus libres. "Man's self-interest is God's providence". Pero esta mano providencial dejó de amparar a los hombres. El liberalismo engendró las mayores miserias humanas: explotación del niño, de la mujer, del hombre, como nos describieron Dickens, Balzac, Fontane, Gorki. Frente a este horror y pobreza, que reaparece agudamente en la crisis de 1929, como consecuencia de un liberalismo desenfrenado, nació la sutil idea rooselvetiana, de origen hegeliano, de que el Estado tuviera una mayor participación, de la que el liberalismo pudiera asignarle, en la vida social. Así, los socialdemócratas, los keynesianos y los socialistas, en general, descubrieron que el Estado podía amparar a los débiles, restañar sus heridas y curar las llagas purulentas del liberalismo. El Estado se convirtió necesariamente en la suprema idea moral, en un protector de la libertad frente al poder de los fuertes tycones, los audaces cradores de riqueza.
Actualmente, los liberales siguen pensando que se puede volver a aquel reino primitivo, zoológico, de la libertad donde el Estado desaparezca como supremo juez moral y conciliador de antagonismos. Vana tentativa, destinada al fracaso. El propio Sartre, que forjó una nueva idea de libertad como conciencia cartesiana que se crea a sí misma desde la nada, topó en la soledad de la libertad con la presencia terrible y enigmática del Otro. Y de esta conciencia de libertad solitaria pasó a la de socialidad o libertad de todos.
En el prólogo que hizo a la obra de André Gorz Le Traître, Sartre se asombra al descubrir los odios que nos dividen, las pasiones que nos desgarran; pero, al mismo tiempo, concibe un mundo donde los yos divididos vayan tendiendo puentes hasta crear el Nosotros, el Todo-Uno, la unidad. Sin embargo, dice: "Rien n'est encore possible; aucun accord n'est en vue entre les bêtes experimentales; nos universaux nous sepárent: ils fournissent I'occassion permanente de massacres particuliers". Y añade: pero podemos hacer algo "pour rendre un peu moins injuste le régne de I'Injustice".
Conquistar la libertad es el fin último de la historia humana, el espíritu realizándose a sí mismo, como dijo Hegel. De hecho, esta libertad es la emancipación de todas las servidumbres que, desde la aurora del acontecer humano, han arrojado al hombre hasta nuestros días, el fin de todas las alienaciones: religiosa, política, económica, moral y hasta artístico-estética. Por el contrario, el liberalismo perpetúa la dominación salvaje y primitiva del hombre por el hombre, del fuerte sobre el débil, del vencedor sobre el vencido, de los vivos sobre los muertos.
La liberación humana es el verdadero objetivo, quizá remoto, pero inevitable, de la libertad, porque "de la posibilidad de realización de cada uno depende la realización de todos".
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