El Estado
Sarao de políticos en mi jardín. Ponencia: el Estado. El Estado, como abstracción, es una cosa que ya no gusta a nadie, tras cuarenta años de saturación de estatalismo. Estatalismo/estalinismo son palabras paredañas (la pared es la barra tipográfica), no sólo fonéticamente. Don Juan Carlos y la Constitución quieren meter la mayor cantidad de democracia en la menor cantidad de Estado.La realidad de los políticos ya es otra cosa. La gran derecha española recela del Estado intervencionista porque quiere "el salvajismo del capital", como dice Adolfo Suárez. La izquierda recela ya de todos los Estados, que son formidables y espantosas máquinas, pirámides de Egipto erigidas para detener el paso del tiempo y del cielo. Los peatonales, pasotas y acratillas se acogen, sin saberlo, a la fórmula de Ortega: "El Estado es el guardia que me pone la multa". El Estado de las Autonomías era una cosa que sonaba confederativa y se decía mucho hace unos años. La derecha/derecha confunde al Estado consigo misma. Cree más que nadie en el Estado, pero a condición de que el Estado sean las cien familias. Fraga Iribarne, en cuanto tuviese un poco más de poder, diría una cosa muy suya, corrigiendo al rey francés:
-El Estado es mío.
Al citado Suárez, político de dura crin, le falta una idea general del Estado para ser un verdadero estadista. En cuanto a Calvo Sotelo y la UCD, son más estatalistas que estadistas. Parecen entender el Estado como el bargueño de la abuela, que se van heredando las grandes familias.
Por mi jardín anda una gata joven, hospiciana y hambrienta. Le vamos poniendo comida, sin intentar capturarla, para que coja confianza. El Estado, de hecho, es hoy todo lo contrario: de la reforma fiscal, que tanto costó sacar y que tan poco gustaba al Gobierno, quien se beneficia hoy es el Gobierno, que está recaudando mucho más (y más ordenadamente) que antes de Fernández-Ordóñez, y no da nada a cambio. Así le ha ido en el hondo Sur. Pepe, el motorista, que tiene que operarse de los tímpanos urgentemente, se encuentra con noventa operables delante, en el Seguro. "No hay nada que hacer hasta después del verano". Pero las leyes de Hacienda, y por supuesto la española, suponen las correspondientes contraprestaciones estatales. El centro es la fórmula magistral para dejar el Estado a medias.
La izquierda quisiera un Estado desestatalizado en lo social, razonablemente intervencionista en lo económico, pero la metáfora final de Marx era abolir el Estado, como Fourier, y los países del "marxismo real" lo que han hecho es meter una inmensa burocracia bajo los cebollones de los Romanoff y convertir Bizancio en una teratológica oficina.
Lo que se intentaba en España, tras matar al dictador de muerte natural, era tan fino que me parece gravísimo error dejarlo en las manos rudas de los estadistas profesionales: un Estado reducido, estilizado casi en una sola persona, y eucarísticamente repartido en lo federacional. Pero ni los políticos de Madrid bordan la seda, ni los políticos autonómicos saben que la cosa va de seda intelectual, y no de cretona local.
De modo que el invento está saliendo sólo a medias. Lo que ha querido presentarse como pugna de identidades autonómicas, no es sino pugna social: en las zonas de España más pobres somos socialistas, y en las zonas prósperas votamos burgués/conservador y hasta Pujol. En Andalucía, a la vista está.
También la Biblia laica tenía razón. Sólo la izquierda intelectual viene a coincidir con la Corona -Jesús, qué tiempos, ya es que no hay costumbres- en la idea de poco Estado y mucha democracia. A mi gata salvaje le ponemos comida, pero ella se busca la vida.
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