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Tribuna:GENTE DE LA CALLE
Tribuna
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El insolidario

Ser individualista es bonito. Uno se aleja de la masa y de su monotonía. Tiene un campo únicamente suyo, actúa de acuerdo con su gusto particular y no con el de la moda. Nadíe le dicta sus pensamientos, ideas o actos...Ser individualista es triste. Porque en general el individualista actúa no sólo, fuera de los demás, sino contra los demás. Va por su camino, es cierto, pero se olvida de ayudar a que otros lo realicen. Es insolidario.

En España hay muchos de ellos; están en todas las esquinas, en todos los establecimientos, en todos los espectáculos. Insolidario es quien deja su coche pegado a otro, impidiendo que el así encerrado pueda abrir la puerta para entrar en su automóvil, obligando a extrañas y difíciles maniobras para sacarlo.

Insolidario es el colón, el que se cuela en los comercios mientras los demás guardan disciplinadamente su turno. El colón tiene varias fórmulas para pasar por delante de los demás que esperan. Por ejemplo: cuando entra no pregunta quién es el último ni usa esa fórmula tan española y graciosa de "¿quién da la vez?". Y no lo pregunta porque prefiere sumergirse en la vaguedad de una situación en que no se perfilen demasiado los puestos. Así se irá acercando poco a poco al mostrador y de pronto intercalará, muy bajito, su petición entre las otras. Si pasa, bien, y si no, "como no sabía cuál era mi turno..., usted perdone".

Insolidario es el que en el cine o el teatro comenta en voz alta un punto particular del espectáculo. El hombre o la mujer está rodeado de gente que tiene derecho a escuchar al autor, a través de los personajes, pero eso al insolidario le interesa poco. Tiene ganas de decir algo y lo dice. Y si hay algún siseo, mira entre extrañado y ofendido hacia donde salió el extraño ruido. "¡Qué incorrección!", piensa. (¡El!)

Insolidario es la persona que tiene su casa limpia "corno chorros de oro", pero encuentra natural ensuciar la casa de todos; por ejemplo, un parque: "tíralo por ahí", a veces a dos metros de una papelera. El más increíble caso que conozco de ese tipo de insolidario me lo contó un taxista. La señora había subido con un niño de unos ocho años, al que le dio esta orden: "Niño, cómete ahora las patatas fritas, porque ya sabes que a papá no le gusta que le ensucies el coche".

La insolidaridad es un defecto clásico español. Su grito de guerra, su lema es: "El que venga detrás que arree". Durante varios años yo tuve la sensación de que esa característica había cambiado ante la labor que desempeñaban las asociaciones de vecinos. Porque una asociacion significa básicamente eso, unir fuerzas,-ceder algo cada uno -una contribución económica, un poco de tiempo- para obtener algo más importante que beneficie a todos por igual y de forma duradera. Mi gozo se fue al clásico pozo cuando con la llegada de la democracia esas asociaciones se desbandaron, demostrando que aquella gente se había unido sólo para una labor negativa (decir no al franquismo), y así aguantaron codo con codo los insultos de la Prensa oficial y las agresiones físicas de los grises. Pero cuando llegó la libertad y la asociación tuvo que afrontar su papel afirmativo y crear las reglas de la convivencia de todos los días, la dispersión fue inmediata. "Ahí voy a ir yo, a perder el tiempo en tonterías", se dijeron todos. Y pasan igualmente del partido político y de los sindicatos.Lo más curioso del caso es que el antisolidario es incapaz de aceptar incluso a otro insolidario. El que aparca mal se irrita extraordinariamente al descubrir que le han hecho la misma jugada; el que se cuela pone el grito en el cielo ante el que procura pasarle, y el que está en el cine se molesta muchísimo si alguien cerca le ha impedido con su comentario oír el matiz de la frase que en la pantalla decía el protagonista. Y se quejan altamente cuando no les solucionan los problemas el partido o el sindicato... a los que no apoyaron. Dicho de otra manera: el individualista es tan hostil al gremio, a la asociación, a la hermandad, que ni siquiera es capaz de aceptar una tácita organización en la que todos comulguen con el mismo principio de egoísmo exacerbado. A los demás Sartre les llamaba infierno, lo que quiere decir que le quemaba, le obsesionaba esa masa de enemigos que nos circundan. El insolidarío, en cambio, los ignora. Para él son el diluvio, como para Luis XIV. Pero si esto lo pedía cínicamente tras de su muerte, el insolidario lo prefiere ahora mismo... Para que se ahoguen todos y le dejen a él el mejor sitio en el estacionamiento, en el establecimiento; en la vida, en fin.

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