Profunda división en la opinión francesa sobre el 'cambio' impulsado por Mitterrand
Ayer, justamente un año después de la victoria del "socialismo a la firancesa" las dos Francias, la de derechas y la de izquierdas, hicieron balance sobre este período de manera implacable, aparentemente irreconciliable. El diario conservador Le Figaro, portavoz furibundo de la derecha derrotada por el mitterrandismo, resumió: "Al cabo de un año, el fracaso del régimen socialista es flagrante". El diario, también parisiense, Le Matin, expresó su ferviente apoyo al nuevo poder: "Un año después, una cosa parece cierta: con la izquierda en el poder, a pesar de sus dudas y, a veces, de sus errores, el conjunto de los franceses está mejor protegido y mejor gobernado". La Francia profunda se muestra también dividida y cada cual espera que el tiempo le dé la razón.
La escena se desarrolla uno de los últimos días de abril pasado en una moderna sala de espera de la estación de Lyon de París, destinada a los viajeros con destino a Grenoble, Avignon, Belfort. Un centenar de personas escaso. Es la hora del almuerzo en este país. Una pareja de enamorados come un emparedado y hace un crucigrama al alimón. Medio sorprendidos o asustados se miran, frunciendo el ceño al ser preguntados: "¿Qué es el socialismo a la francesa?" Ella, tras un segundo de duda: "No sé". El, tras un instante de reflexión dice: "Debe de ser Mitterrand, creo yo". "¿Qué ha cambiado para ustedes desde que hace un año el presidente, François Mitterrand, está en el poder?" Los dos a la vez, sin dudas: "Nada". "¿Por quién votarían hoy si hubiese elecciones a la presidencia?" El hombre, más seguro que hace unos momentos: "Eso ya lo veríamos, pero no por Mitterrand".Dos golfillos vestidos de rokeros pobres, sucios, toscos, en paro, se divierten con un papel y un lápiz, jugando a ver quién escribe su firma de manera más enrevesada: "La política es una mierda. Nosotros lo que queremos es pasta y chavalas. Y déjenos en paz". Una joven lee la revista femenina Elle, y se disculpa por no querer hablar con el periodista. Otra pareja: El lee Fútbol, revista deportiva, y ella un semanario del corazón: "¿El cambio? mucha palabrería". Un señor con pinta de viajante o de cuadro medio, Alain Gastinau, opina: "Voté por Mitterrand, y lo haría de nuevo hoy. Yo no tengo nada que ver con el socialismo, pero Mitterrand no es socialista y, sobre todo, de Giscard d'Estaing estábamos hasta la coronilla. Era un pretencioso repugnante".
Opiniones contrastantes
Momentos después, a 260 kilómetros por hora, en el tren de largo recorrido más rápido del mundo, el TGV (tren de gran velocidad), camino de Lyon. A la hora del postre, el camarero del TGV se empeña en que debe traer otro bollo de pan para ayudar al queso: "No, no se moleste: con este trocito me basta". "No se preocupe, le traigo otro bollo". Y lo trae. Comentario del comensal: "Es usted muy generoso, como si hubiese votado por Mitterrand". El camarero replica: "De ninguna manera. No vote por Mitterrand, y este tipo de generosidad es de derechas". "¿El cambio?". "El único cambio, para mí, es que el ministro de Transportes es el comunista, Charles Fitterman, y yo detesto eso".
Otro viajero, Christian Cardot, comerciante en Nantes espresa una opinión contraria: "Voté por la izquierda contra la derecha, y contra Giscard en primer lugar. Para mí, el cambio, de hecho, es el aumento de los impuestos, pero no me quejo demasiado. Ya sé que muchos tienen miedo de los comunistas y de los socialistas más sectarios. Yo conrio en mi país, en su sensatez. Desde que se habla tanto del cambio representado por la política de Mitterrand he meditado. Lo que ha cambiado es Francia desde la última guerra. Y en estos momentos, el hombre que necesita Francia es Mitterrand. Otro día, puede ser otro".
La misma idea del interlocutor del TGV aparece en El Nuevo Poder, libro de actualidad política francesa elaborado por Bernard Villeneuve y François Henri de Vireu. Hace apenas un cuarto de siglo, cuando el gaullismo instauró la V República y, con ella, el capítulo contemporáneo galo, Francia aún vivía al ritmo del Angelus. En la Francia de 1958, los trenes se paraban en los pueblos más minúsculos. Hoy, el TGV, en dos horas y media, hace el trayecto París-Lyon, de un tirón. Las escuelas de esos pueblecitos estaban llenas de adolescentes, y los agricultores triplicaban el número de cuadros.
Incidencia de la crisis
Hoy, la relación es exactamente la inversa. Durante la década de los años sesenta, en Francia, cada diez minutos, un agricultor abandonaba el campo en busca de las fábricas. En 1958, el aborto era un crimen en este país, la píldora contraceptiva no existía, 25.000 niños recién nacidos morían ipso facto. Los 188 kilómetros de autopistas existentes en aquella época eran como un "monumento nacional" que se visitaba los días de fiesta. Al inicio de la V República, Francia consumía dos veces más de carbón que de petróleo. Y la natalidad era del 18%, mientras que actualmente es el 14% actualmente. El número de retirados ascendía a tres millones largos y hoy a más de once millones. Se trabajaba 45,5 horas por semana y hoy, 39. Había 96.000 parados y hoy, dos millones.
Este cambio de la sociedad francesa, paralelo al de los demás países industrializados, ¿fue percibido y explicado por los antecesore! de Mitterrand? El presidente saliente hace un año, Valery Giscard d'Estaing, desde la pequeña pantalla de televisión, tranquilizaba en 1975 a sus conciudadanos en vísperas del veraneo: "Deseo que disfrutéis las vacaciones sin inquietudes. No hay ninguna razón para preocuparse en Francia". Esto ocurría año y medio después del primer "choque" petrolífero. Un año después, el mismo Giscard insistía: "El acontecimiento más importante de este año es económico. El relanzamiento de la actividad económica significa el final de la crisis. En 1930, la crisis duró seis años. Nosotros la hemos superado en dieciocho meses".
Sin embargo, en 1976, Francia contaba con 800.000 parados. Cuando Giscard perdió la presidencia, hace un año, había el doble.
El cambio en Lyon, la segunda gran ciudad francesa, después de París, dirigida por la derecha, capital comercial de primer orden (8.000 pequeñas empresas y sede de, multinacionales), centro mundial de investigación sobre el cáncer, centro hospitalario único en Europa por su capacidad (11.000 camas), núcleo científico y técnico (15.000 investigadores).
Tres jovencitas de diecisiete abriles, estudiantes, no votaron en consecuencia hace un año. Se ruborizan, no les interesa dar sus nombres; una de ellas habla. Las otras dos asienten con la cabeza, o con sonrisas, mientras desayunan en una cafetería del Lapicero, como se le llama a la torre comercial más alta de la ciudad: "La política no nos interesa por ahora. Hay otras cosas más interesantes. Si tuviésemos que votar sería un lío. El cambio no ha significado nada para nosotras". Christine, empleada en una agencia de viajes: "No voté el año pasado porque viajaba en esa época. Al cabo de un año hay cosas positivas y negativas. Yo diría que es interesante la experiencia, ya veremos. La gente votó por Mitterrand porque tenía ganas de cambiar. Hoy, Mitterrand volvería a ganar".
Insatisfacción y espera
En el club de Prensa de la ciudad, este corresponsal conversó con Claude Regent (corresponsal del diario Le Monde, en Lyon), Françoise Vacher (periodista de El Progreso), Jean François Cullafroz (profesor y sindicalista de izquierdas) y Pierre Chevassu, representante en la ciudad de Europa 1, una de las tres grandes emisoras nacionales. Todos ellos votaron por Mitterrand. "La palabra «cambio» ha perdido eficacia, porque nada ha cambiado en la vida cotidiana de las gentes", coinciden todos.
Marie Agnes Bemadis, secretaria del club manifiesta: "Yo voté por Mitterrand y no puedo decir que esté satisfecha, pero no hay restricción de libertades y es muy importante el interés del nuevo poder por la cultura. Esto la gente no lo nota aún, pero sí los creadores". Cullafroz: "La insatisfacción cunde en la vida de todos los días. No hay cambio. No se ha conseguido el poder popular que necesita el Gobierno para mantenerse. No hay movilización".
Unánimemente dicen todos: "Lo que ocurre también es que la derecha, explota al máximo cualquier fallo del Gobierno y mucha gente lo cree, se amedranta. Es lo que ocurre con la pretendida enfermedad de Mitterrand. A pesar de esto, aquí, el presidente y Mauroy, el primer ministro, se han impuesto". Françoise: "Las mujeres esperábamos más. Ahora es gratis el aborto, pero eso es poco". Regnet: "Lo que es de anotar también es que, hoy, todo mundo está convencido de que Mitterrand ganaría de nuevo, y eso se debe en parte a que muchas gentes que le tenían miedo a la izquierda, ahora, al ver que el socialismo no es el colectivismo, han perdido ese miedo". Todos a la una: "El nuevo poder será juzgado por el éxito o el fracaso económico. Por eso, la gente espera, y por eso no se sabe lo que va a pasar". Otra conclusión unánime: "Para realizar el cambio hay que batirse mucho. Y está ocurriendo lo contrario, porque se espera que la izquierda lo dé todo. Es el peligro de una sociedad asistida".
Lyon es la capital mundial del bien comer. Y Paul Bocusse es su prima donna. En cuanto oye citar de EL PAIS, como un rayo, dice presente", habla bien de su colega vasco, Juan Mari Arzac, hace una demostración más de lo que también es (un águila de la publicidad) y no se sabe si zumbón o en serio, se explica con la seguridad de un tributo entusiasmado: "Mire usted, el cambio, para mí, ha sido un éxito. El último año he realizado el 45% más de cifras de negocios. Los franceses han decidido comerse el dinero. En vez de meter su dinero en el banco, lo gastan en Chez Bocusse. Un éxito".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.