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Reportaje:Un año de socialismo a la francesa / 1

François Miterrand sería reelegido hoy presidente si se convocaran nuevas elecciones en Francia

Hace un año, a las ocho de la tarde, la plaza de la Bastilla parisiense, escenario de revoluciones y de sobresaltos progresistas, protagonizó, una vez más, un nuevo capítulo de la historia de Francia: François Mitterrand y con él el llamado pueblo de la izquierda habían ganado las elecciones presidenciales. Pocos días después, tras haber conquistado el poder ejecutivo, el Partido Socialista (PS) se apoderó también del legislativo al obtener la mayoría absoluta de los escaños en la Asamblea Nacional. En Francia y en el extranjero, los observadores políticos, diplomáticos, periodistas, augures profesionales, como los ciudadanos de a pie, cometieron el error político del siglo. Nadie había creído en la victoria de François Mitterrand frente al presidente saliente, Valéry Giscard d'Estaing. Y en medio de la expectación, del escepticismo, del temor, de la alegría o de la esperanza, comenzó el septenio bautizado con el patronímico de 'socialismo a la francesa'.

Tras veintitrés años de purgatorio en la oposición a las instituciones de la V República, fundada por el general Charles de Gaulle, los socialistas iniciaron la ruptura graduada con el capitalismo con su política de cambio, término casi metafísico que, al cabo de 365 días, se ha enraizado en la jerga popular de los galos.¿Qué piensan los ciudadanos de este país tras el primer año de reformas, de leyes, de decretos, de cambio, llevado a cabo por los socialistas, con esfuerzo y con voluntad encarnizada reconocidos y con desorden también? Todos los sondeos de opinión pública lo atestiguan: Mitterrand sería reelegido si hoy se convocaran nuevas elecciones. Por el contrario, la desconfianza, el escepticismo o el descontento prevalecen ante su política.

El hombre de Estado, François Mitterrand, ha ganado su batalla: los franceses, o una mayoría al menos, se reconocen en él. Pero la traducción de su política en la práctica, porque aún no ha dado resultados, o porque no ha respondido a la esperanza sembrada, inquieta o insatisface. El cambio no ha movilizado, y mucho menos entusiasmado, al electorado de izquierdas. Pero el apocalipsis económico y la desestabilización política profetizados por la derecha, a seis meses vista, un año después, es humo. Económica, política, comercial y diplomáticamente, Francia continúa siendo una potencia mundial.

Recital en el teatro Bobino

Esta noche, Mitterrand asistirá a un recital en el teatro Bobino. Catherine Ribeiro, una cantante de origen portugués, hija de emigrantes, muestrario escalofriante de la batalla grandiosa y sórdida de quien se abre paso en la vida a guantazos y a cuerpo gentil, es la elegida que, de la noche a la mañana, por obra y gracia del ungüento presidencial francés, a los treinta y pico años, se libera de "la ignorancia en la que me mantuvo la derecha durante dos lustros", reconoce ella misma.

Este será el único gesto comnemorativo, por parte de Mitterrand, de la histórica victoria de la izquierda. Otros dirigentes socialistas habían proyectado festejos en varias ciudades de provincias. Nadie quiere desbancar la fiesta nacional del 14 de julio, "pero el 10 de mayo tiene que ser algo parecido". A última hora, Mitterrand ha sido tajante: "No quiero mezclarme en nada".

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En un año, el socialismo a la francesa ha dejado de ser la esperanza del cambio para convertirse en carne y hueso de la vida de todos los días. El primer libro sobre La República del señor Mitterrand se afirma: "Valéry Giscard d'Estaing y Raymond Barre no eran lo suficientemente románticos para que se admitiera su rigor. François Mitterrand y Pierre Mauroy necesitan rigor para que se acepte su romanticismo. Los dos primeros no llegaron a captar lo que no tenían. Nada prueba que los dos segundos lleguen a descubrir lo que les falta".

Así, a ras de tierra, y a quema ropa, un año más tarde, Francia continúa siendo tan racionalista, tan bella, tan rica, tan individualista, tan suya, tan dividida en derechas e izquierdas. Nada ha cambiado a, primera vista: quienes llegan a este país creyendo que van a encontrar algo socialista, colectivista, más generoso, más fácil o más enérgico se alegran, porque todo sigue igual, o simulan una lágrima metafórica por la misma razón.

En términos aritméticos, el cambio ya fue apenas perceptible a pesar del triunfo arrollador de la izquierda del año pasado: en 1978, la izquierda obtuvo en la primera vuelta de las elecciones legislativas, que perdió, el 40,05%, y en junio de 1981, el 40,08%. Las instituciones de la V República, el modo de escrutinio, los sufragios perdidos de los ecologistas y el abstencionismo de la derecha que dio la batalla por perdida con el triunfo de Mitterrand en las presidenciales, fueron quienes confirieron a la victoria socialista un carácter espectacular.

Históricamente, la dificultad del cambio en la sociedad francesa no es menor. Desde hace casi dos siglos, la. historia de Francia es la historia de dos bloques, de derechas e izquierdas. Estos dos bloques "forman parte del patrimonio, colectivo e individual, y, más o menos conscientemente, cada uno de nosotros hereda una sensibilidad y una cultura que lo identifican y lo sitúan en algún lugar del eje derecha-izquierda", explica René Remond, profesor universitario, politólogo y autor de Las derechas en Francia, texto irreemplazable en la materia desde hace un cuarto de siglo en este país.

Ese mismo autor matiza los efectos posibles del cambio encarnado por el socialismo a la francesa, al recordar la trayectoria, cambiante precisamente, de esos dos bloques que dividen la sociedad gala: "Durante mucho tiempo, y hasta una fecha aún cercana, las dos familias (derechas e izquierdas) se diferenciaban por su actitud respecto al pasado: la derecha se reconocía en su reverencia casi religiosa ante el pasado, mientras la izquierda se caracterizaba por su voluntad de crear lo nuevo.

Tradición y esperanza

Era una opción entre la fidelidad a la Francia tradicional y la esperanza en la Francia por edificar. Pero las posiciones respecto a ese eje, pasado-futuro, se han moLa derecha ya no rechaza el cambio, y se moderniza y le disputa a la izquierda la paternidad de las innovaciones. Por el contrario, la izquierda tiende a enraizarse más en el pasado, aunque sea el suyo propio: prodiga las seferencias a sus antepasados, honra a sus muertos, cuida las tumbas, visita los cementerios. ¿No es significativo que la liturgia concebida para celebrar la victoria de la izquierda (en mayo de 1981) culminase con una visita a los sepulcros subterráneos del Panteón? La piedad, en nuestros días, es una virtud tanto de izquierdas como de derechas".

Fundamentos del cambio

Pero un cambio se ha producido y los "fundamentos del mismo", como explica y repite el primer ministro, Pierre Mauroy, han sido asentados durante este primer año de mitterrandismo. El cambio más tangible y provechoso para el funcionamiento de la democracia francesa consiste en que casi dos generaciones de hombres políticos, tan preparados y competentes como los gaullistas y giscardianos, han accedido por primera vez al poder. La alternancia se ha producido por fin en la historia de las instituciones de la V República y, paradójicamente, estas últimas han sido afianzadas por quien las había combatido a muerte: la izquierda. Y entre la izquierda se encuentran los comunistas, que desde hace 36 años militaban en la oposición política más intransigente.

La píldora no fue "fácil de tragar" en Francia ni en el resto de los países industrializados; pero, un año después, en voz alta o en silencio, el equívoco de la alianza (comunistas-socialistas) es soportado, en espera de que las circunstancias favorezcan una ruptura, considerada como más que probable: "El partido comunista es un partido en el poder y no en el poder", recuerda el dirigente del PCF y director de su diario, L?Humanité, Roland Leroy, al conmemorar el primer año del socialismo a la francesa.

Avalancha de reformas

Pero el cambio ha consistido, sobre todo, en la avalancha de reformas, leyes, decretos realizados o en curso de realización que aspiran a edificar, con el tiempo, una sociedad francesa menos desigual más libre, y que le sirva de modelo al resto de Occidente para escapar al colectivismo comunista y al capitalismo salvaje, sin parecerse sin embargo, a la socialdemocracia de los países nórdicos y germánicos, que los socialistas y comunistas franceses, en su mayoría consideran como un alivio encontrado por el capitalismo.

Durante un año, el Gobierno de Mitterrand ha trabajado día y no che: el sector nacionalizado, que ya representaba el 11% del Producto Nacional Bruto, ha pasado a cerca del 20% con la total estatalización de cinco grandes grupos industriales y del crédito. Una ley de descentralización afectará, a más largo plazo, al comportamiento de una sociedad jacobina, cen tralizadora. El impuesto sobre la grandes fortunas que rebasan lo tres millones de francos (50 millo nes de pesetas) será aplicado en breve. Una nueva ley fiscal ser aprobada el próximo otoño. La pena de muerte ha sido suprimid y también los tribunales de excep ción incluidos los militares. La se mana laboral va a ser reducid hasta 35 horas semanales, en lo años próximos y la jubilación ser efectiva a partir de los sesent años. Unos 150.000 empleos van ser creados en la función pública al tiempo que serán garantizado nuevos derechos a los trabajado res en la empresa y los salario más bajos serán aumentados en un 50% este año. Los derechos de las mujeres serán equiparados en todo a los de los hombres y los emigrantes tendrán también más derechos. La medicina está siendo reformada. La radiotelevisión goza de un nuevo estatuto al tiempo que se lleva a cabo un espectacular despliegue en favor de la cultura y de la innovación tecnológica, etcétera. La política exterior está basada en la paz y en una Francia abierta al mundo, más solidaria con el Tercer Mundo pero también más vinculada a la Alianza Atlántica al tiempo que señala con el dedo a su enemigo: el Este dirigido por la Unión Soviética.

Todos estos cambios ya son un hecho, o lo serán no tardando. Y no es más que el comienzo. Un panegirista del socialismo a la francesa, Jean Daniel, director del semanario Le Nouvel Observateur, advierte que ese socialismo hay que inventarlo en cada instante y constituye un desafío porque no existe ejemplo: "No deja de ser una valentonada el nacionalizar intensamente en una economía mixta, y reconquistar el mercado interior en un sistema comunitario, y reformar el orden internacional respetando la solidaridad atlántica, y descubrir en las tecnologías del futuro el medio de revigorizar los valores humanistas".

La obsesión económica

Toda esta aventura, en marcha, reposa un año después sobre la misma interrogante: la economía. Los dirigentes lo saben, les obsesiona el hecho, y los expertos nacionales y extranjeros, como cada uno de los ciudadanos franceses de 1982, de derechas o de izquierdas, lo repiten como un latiguillo implacable: "El problema es la inflación y el paro", es decir, el éxito o el fracaso de la doctrina económico-social de Mitterrand.

Conviene recordar los postulados de esa doctrina: reactivación de la producción sin lesionar los grandes equilibrios (comercio exterior, la divisa, reservas, etcétera) y reduciendo las desigualdades sociales para frenar, antes todo, el paro. Es decir, pasar de la austeridad de la economía anterior, próxima al monetarismo, dirigida por el entonces primer ministro Raymond Barre, a las teorías de Keynes, según las cuales se activa el crecimiento jugando con el déficit presupuestario.

Teniendo en cuenta que la economía francesa continúa siendo un mercado abierto a la competencia internacional, es menester tener en cuenta que, en el mismo período de tiempo, los principales países occidentales han recorrido el camino inverso, amarrándose a la austeridad con el fin de doblegar la inflación a costa incluso del aumento del desempleo. Resultado: mientras estos países parecen en vías de llegar a controlar el aumento de precios -tres veces menor en Alemania Occidental que aquí- Francia patina.

La añorada prosperidad

Y, de igual manera, los demás indicadores económicos amenazan el futuro: el paro continúa aumentando (dos millones), aunque en proporciones ligeramente inferiores a las de los grandes países industrializados. El deficit del comercio exterior se calcula que alcanzará un déficit de 70.000 millones de francos al final de 1982 (20.000 millones, Alemania Occidental; 10.000 en Japón, y equilibrio en el caso de EE UU y Gran Bretaña). El franco fue devaluado en un 3% y se teme otra devaluación.

El déficit presupuestario, calculado en 95.000 millones de francos, será, en realidad, de unos 120.000 millones. Las inversiones decrecen en todos los países, pero de manera más acentuada en Francia (menos 7%), y se estima que la banca de Francia, en un año, ha perdido 50.000 millones de francos de sus reservas, que ascendían a 300.000 millones en mayo de 1981.

"El estado de gracia se mantiene en los sondeos, pero no en las cuentas", resume un experto. "Si a veces hay algo que echo de menos, es el que no hayamos gobernado en un período de abundancia, como los gaullistas. Pero no nos quejamos. Si los tiempos no fueran duros, no habríamos llegado al poder", dice el primer ministro, Mauroy, de igual manera que el propio Mitterrand, hace tres días, le confiaba a un periodista que, en definitiva, "la izquierda administra los mismos desequilibrios que la derecha", y reconocía también las dificultades presentes y futuras, porque "la izquierda no puede llegar al poder más que cuando la sociedad francesa está en crisis".

Tras un año de experiencia, la esperanza del socialismo a la francesa y del cambio, como lo dicen los sondeos, es Mitterrand. Un ejecutivo parisiense se denuncia ese hecho y clarifica: "Sí; la gente votaría por Mitterrand otra vez, pero no por los socialistas. Mitterrand inspira confianza, seguridad. Pero de la política de gran parte de los socialistas y de los comunistas no se quiere saber nada". En todo caso, hoy Mitterrand es el alfa y el omega de todo: su trayectoria y las instituciones de la V República así lo quieren.

Su trayectoria: el niño buenecito, hijo de una familia burguesa católica y practicante, interno en los frailes, aconsejado en sus primeros pasos parisienses por el super católico militante François Mauriac. El hombre moderado de la IV República, enterrado políticamente, con solemnidad, por primera vez, cuando De Gaulle barrió a los politicastros de la posguerra en 1958. El hombre nuevo que renació como combatiente supremo contra la Constitución gaullista, contra la elección del presidente por sufragio universal, contra la política de energía nuclear, contra la bomba atómica. El hombre que volvió a ser enterrado definitivamente durante las barricadas de la revolución de mayo de 1968, el Mitterrand que resucitó por enésima vez en 1971 para declararse socialista y fundir en su PS todos los matices y corrientes de la izquierda no comunista. El literato que se ha negado a aprender idiomas y, hasta última hora, a flirtear con los complejos arcanos de la economía. El político profesional, nuevamente enterrado por los comunistas en 1978, cuando estos últimos decidieron romper la unión de la izquierda, que en 1981, supo aprovechar su experiencia y ponerse en manos del publicista Jacques Seguela para que inventara la fuerza tranquila y así superar a Giscard d'Estaing en el momento justo: este hombre, que hoy goza la ambición de su vida, obstinado, tenaz, maniobrero fino, enigmático, tan nutrido por Mauriac, Saint John Perse y Bernanos como por Guesde, Marx o Jaures, ¿no será capaz de darle la vuelta a la tortilla? Algunos lo piensan.

Cambiar la lógica occidental y la mundial

El, en todo caso, confía en todo lo que combatió y detestó: el traje de monarca republicano que De Gaulle cortó a su medida al inventar la V República, y "que a mí me va perfectamente", confía el propio Mitterrand. Días pasados, un médico latinoamericano, Sergio Jarquin, que trabaja en el hospital Edouard Herriot, de Lyon, en el curso de un periplo a través de eso que se llama la Francia profunda, nos aseguraba: "Yo creo que sí, que Mitterrand puede cambiar la lógica occidental y la mundial".

Los conciudadanos del presidente, cartesianos a su manera y muy ricos aún, a pesar de la crisis, no son tan optimistas.

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