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Reportaje:

Calderero, sastre, soldado, espía

Médico, abogado, economista, ingeniero, eran las profesiones que soñaban para sus hijos los padres de la posguerra. Tres casos ilustran cómo hoy son, para muchos, un camino hacia el subempleo

Jorge M. Reverte

Las entrevistas se suceden como exactas repeticiones de un mismo rito. El primer gesto pudoroso de quien no se siente protagonista de ninguna historia que contenga ingredientes particulares, el exacto intento de justificación con el interlocutor porqué la biografía no está repleta de gestos notables. Y el asombro final ante la evidencia de que se trata de una bonita narración. Pasan los tres protagonistas del inicial "Pero si lo mío no tiene nada de particular" al gesto modesto de quien ha oído su propia historia completa, por primera vez, y se apercibe de que hay casi una novela detrás de todo lo que ha contado.-Además- dice Santiago Graiño, ingeniero de Minas, geólogo, 35 años de edad-, cuando la gente como nosotros está en situación de desempleo o subempleo es menos grave de lo que parece. Hay un apoyo mayor del que tienen, por ejemplo los jornaleros en Andalucía. Somos casi parados de lujo. Seguimos yendo al cine o tomando café. Eso sí, cada día debes más dinero y te vas sintiendo frustrado porque el horizonte se cierra progresivamente. Lo peor es cuando tienes que decidirte a coger cualquier cosa que no tenga que ver con tu profesión para poder comer.

Santiago Graiño vino de Chile en 1973. Allí estuvo al cargo de dos empresas mineras del cobre. El Instituto Español de Emigración le concedió una beca de dos años para estudiar la viabilidad de empresas mineras de pequeño tamaño.

-Esa beca me salvó. Así pude terminar Geológicas en la Complutense. Porque de la beca pude hacer muy poco. A nadie le interesaba en este país lo que yo quería, así que me tuve que dedicar a otras cosas. Cuando se me acabó la beca, entré a trabajar en Intecsa, una empresa de ingeniería que se contaba entre las mayores de Europa. Pero como la dedicación fundamental de la empresa era el desarrollo de las autopistas y las autopistas se vieron muy afectadas por la crisis, redujeron plantilla. Me fui, después de dos años de trabajo, con una indemnización y sin cobrar el desempleo. Allí iba como puta por rastrojo. Hacía de todo, cosas que tenían siempre que ver con lo mío, pero cambiando mucho.

Un bar en Malasaña

Santiago vio entonces la posibilidad de dedicarse a la universidad. Se ríe ahora al recordar cómo se las organizó para readaptar su vida:

-Puse un bar con otros socios. Pues claro, dónde iba a ser, en Malasaña. Pretendía trabajar en el bar, vivir de ello y dedicar el resto del tiempo a la universidad. Pero me di cuenta muy pronto de que para llevar un bar hace falta dedicarse de lleno, que no se puede estar cuatro horas y marcharse hasta el día siguiente, así que me retiré y comencé a buscar trabajo en lo mío. Santiago es el hombre perfecto para hacer una entrevista literaria, de esas que enseñaban en la Escuela de Periodismo. Hace pausas al hablar y chupa, a ritmo lento, de una pipa que se apaga cada pocos minutos.

-Había que comer. Mi compañera y yo teníamos un furgón viejo que habíamos transformado para pasar las vacaciones de un lado para otro. Sacamos todos los trastos y lo vaciamos para dedicarnos a transportar lo que fuera. Pilar es periodista y tampoco ganaba lo suficiente. Nos pasamos casi un año acarreando muebles, haciendo mudanzas particulares, llevando materiales; una vez hasta fuimos a Río Tinto por encargo de una empresa. Era duro, aunque los primeros meses fue divertido, pero luego fue solamente duro. Además, tenía sus riesgos, porque estábamos fuera de la legalidad, metidos de lleno en eso que está tan de moda de la economía subterránea. Otra vez hicimos incluso el empaquetado y transporte de Espamer, la feria esa del sello, ¿sabes lo que te digo? En uno de los portes llevábamos escolta policial, nosotros que estábamos en la ilegalidad absoluta... Así, hasta que nos salió lo de la enciclopedia. Entre Pilar, mi padre que está también parado, y yo, redactamos casi todos los artículos sobre geografía física de la Hachette-Castell. Hasta que se acabó.

Fue el último trabajo. Pasaron los meses y ya no salió nada más.

-Bueno, perdón, sí salió, pero tan mal pagado que no valía casi la pena si había otra opción. En julio del año pasado nos fuimos a Mozambique con unas condiciones de trabajo tentadoras. Profesionalmente, la experiencia fue muy positiva. Estaba al cargo de lo relacionado con la minería del carbón, en lo referido a la Geología. Pero, desde el punto de vista laboral fue una catástrofe. Pasaban cosas muy divertidas si las piensas ahora. Negociábamos préstamos de millones de dólares al tiempo que no cobrábamos el sueldo. Allí hay una burocracia enorme y una desorganización no menor. No teníamos casa, teníamos que vivir en un hotel. Y a Pilar no le dieron trabajo, aunque lo habían prometido. Allí, si no trabajas, te suicidas, porque no hay otra cosa que hacer, y Pilar se vino a España de nuevo. Yo seguí unos meses más, hasta que me harté. No sólo no compensaba desde el punto de vista material, es que había un grave riesgo físico. Los camiones que enviaba a las minas comenzaban a no llegar, luego pasaba lo mismo con los envíos por ferrocarril. Yo iba a los sitios en avión, cuando podía. Fue una experiencia muy interesante, pero cuando llevas unos meses, no puedes más.

Santiago volvió hace un mes. Desde entonces, se dedica a buscar trabajo de lo que sea. Ocupación que alterna con el cambio de aparcamiento de un coche para que no se pase de la limitación horaria impuesta por el Ayuntamiento. Cada hora y media ha de salir y ponerlo en otro lado, hasta que haya terminado de arreglar los papeles. Es el inconveniente de vivir en un piso prestado en un barrio sometido a la limitación horaria:

-Pero compensa. Si no, no aguantaríamos. Ahora estoy buscando lo que sea. Es posible que me vaya a México o Colombia. Puede que salgan cosas en esos sitios.

Dos por uno

Pedro Ramón es médico. Tiene veintisiete años y acabó la carrera hace ya cuatro. No muestra ningún entusiasmo ante la llegada del fotógrafo. ("Si no hay más remedio...".) Pero tampoco pone reparos para contar la propia historia. Explica, eso sí, como obligado preámbulo, que ser médico ya no es lo que era, que se acabó aquello de la casta privilegiada, que no hay ya posibilidades de que el título se convierta en un trampolín para acceder a una vida cómoda de perpetuo desahogo. Dice que en Madrid hay más de 1.500 médicos parados y que en toda España hay casi 20.000, que su historia no es nada especial, que él, además, es un privilegiado, porque su mujer es también médico y que cuando uno no tiene trabajo, tiene el otro, y así van tirando.

-El primer trabajo que conseguí sí que tuvo gracia. Un mes y pico después de acabar la carrera conseguí una suplencia en un ambulatorio del pueblo de Vallecas. Pero, al llegar, resultó que la plaza la tenía ocupada otra compañera. Tenía dos puestos a la vez, lo que es ilegal, con el mismo número. Lo que hizo fue conseguir otro número diferente y convertirse, por obra y gracia de la picaresca, en dos personas al mismo tiempo. Así que, a los dos días de llegar, se me acabó el empleo. Fue un buen comienzo.

El de la comisión de parados del Colegio de Médicos de Madrid que asiste a la entrevista se hace cómplice y ambos se ríen de la situación ante la perplejidad del entrevistador. "¿Te parece escandaloso? Pues no has oído nada todavía. Esto es también de lo más normalito".

-Así que -continúa- me estuve sin trabajo hasta octubre, cuando me salió otra suplencia como médico de guardia en una clínica privada. Trabajaba 42 horas semanales y me pagaban 20.000 pesetas al mes. Un mes después de conseguirlo, me tuve que ir a la mili hasta el verano del año siguiente.

El otro aprovecha la pausa y el inevitable recuerdo de los tiempos de servicio militar, plagados siempre de entrañables anécdotas, para extraer del fondo de pulcras carpetas de plástico prolijos informes sobre los 18.000 médicos parados y la situación privilegiada en que algunos se mantienen.

Es preciso interrumpirle, apelando al rigor de la conversación, para conseguir que Pedro Ramón continúe con su historia. Con un cierto deje de rencor en los ojillos guarda los papeles y se pone a expurgar otros, dispuesto a volver a la carga en cualquier momento.

-Y al volver de la mili -consigue Pedro Ramón tomar la palabra-, ya me llevé el primer anticipo. Estuve desde julio hasta septiembre entusiasmado con dos suplencias consecutivas del Seguro en Orcasitas y el barrio del Niño Jesús. En una me pagaron 65.000, y en la otra, 50.000 pesetas. Pero se acabó el verano y no volví a conseguir nada hasta julio del siguiente año. Diez meses sin dar un palo al agua. Era desesperante.

-Eso, a lo mejor, es porque no te anduviste listo. Porque yo he tenido algunos empleos de lo más estupendos. Como el de la casa de socorro de General Ricardos. El titular de la plaza se la dejaba a un segundo y se quedaba con una parte del sueldo. Este, a su vez, a un tercero. Yo era el cuarto de la lista, y no sé ni cómo se llamaba el primero. Cada uno se iba quedando con una porción del sueldo, y a mí me llegaba una miseria por hacer todo el trabajo. Eso sí que era un comercio bien montado. El Colegio nunca se ha dignado investigar esas cosas en serio.

El doctor Ramón experimenta un ataque de humildad ante la exposición de su compañero:

-¿Lo ves? Si mi historia no tiene importancia. Coge a otro que te pueda dar datos más llamativos. Bueno, vale, continúo; pero no sé por qué te parece tan interesante: en julio de 1980 volví a animarme. Parecía que las cosas se arreglaban. Durante el verano encontré trabajo de sobra. Dos suplencias del Seguro en los mismos ambulatorios que el año anterior y una suplencia en una clínica privada que había en la avenida de la Ciudad de Barcelona. Cada trabajo, un mes. Por el último me pagaban 80.000 pesetas. Mes y medio de trabajo por una consulta y avisos de urgencia. Era un empleo cómodo, aunque carecía de interés profesional. En tres meses había ganado unas 200.000 pesetas y me parecía nadar en oro.

-¡Ja! En oro.

La voz del de la comisión de parados suena ahora con especial impertinencia:

-Este -dice refiriéndose a Pedro- no sabe lo que es nadar en oro. Te voy a enseñar lo que se puede hacer en esta profesión. Mira, aquí lo tengo. Podrías hacer un reportaje de denuncia. Mira este cuadro. ¿Que no quieres ningún cuadro? Bueno, bueno, no te pongas así. De acuerdo, yo te iré dando los datos que te valgan. Pero el caso de éste no tiene tanto interés, dicho sea con todos los respetos. ¿Interés cotidiano? Si tú lo dices...

Hace una nueva pausa, que aprovecha el doctor Ramón para continuar su historia:

-Por dónde iba. Ah, sí. Luego estuve otra vez en paro hasta enero de 1981. Estuve un mes con una nueva suplencia del Seguro. Y en febrero encontré un trabajo de 20.000 pesetas al mes en una clínica de adelgazamiento. Me encargaba de hacer los reconocimientos a los que acudían a la consulta. Trabajaba una hora por las tardes, y la mañana de los sábados, entera. En marzo encontré otra cosa en la Telefónica. Allí estaba tres horas diarias como segundo ayudante de Traumatología. Me pagaban otras 20.000. O sea que me plantaba en las 40.000 pesetas mensuales con dos trabajos, lo que no me llegaba para nada. Otras veces me ha ido mejor. Por ejemplo, mi último empleo sí que estaba bien. Tuve una suplencia en una casa de socorro desde julio hasta diciembre y me pagaban unas 90.000 limpias. Como Pilar, mi mujer, consiguió otra suplencia al tiempo, nos poníamos en casi las 200.000.

-¿Y cuánto te duró? Seis meses. ¿Y qué haces ahora? Estás en paro. Te estás comiendo malamente los ahorros. Llevas otra vez cuatro meses parado, así que no te des aires. Mira lo que es ganar dinero.

El de la comisión abre de nuevo una de las carpetas y extrae prodigiosas listas de médicos pulcramente redactadas, plagadas de líneas verticales y horizontales que encajonan cada nombre en un sin fin de guarismos y de contracciones nominales. Y no puede ocultar su decepción al verse otra vez rechazado. El entrevistado aprovecha el momentáneo desaliento de su compañero para concluir:

-Lo peor de todo es que no puedes ejercer con seriedad. No aprendes nada yendo de un lado para otro. Eso cuando tienes dónde ir. Y tú, déjate de cuadros y más cuadros.

Opositor pertinaz

Carlos Pérez es el benjamín del muestreo. Tiene veinticinco años y hace dos que terminó con buenas calificaciones la carrera de Económicas. En Carlos se da una característica nueva: es un mutante. Jamás ha pensado que sea posible encontrar trabajo de economista.

-Lo mío son las oposiciones. Me he presentado a todo lo que sale en las convocatorias oficiales. Hombre, te exagero un poco cuando digo lo de que nunca he pensado ejercer de economista, pero es que prefiero no hacerme ilusiones para no darme la bofetada más gorda.

Su especialidad son los ayuntamientos. Es como una máquina computadora. Aprieta un invisible botón de su memoria y se descubre un imaginario panel en el que se muestran ordenadamente los empleos a los que puede optar: bombero, policía municipal, auxiliar administrativo, contable, sin descuidar por ello las ventas ambulantes, la colocación de enciclopedias casa a casa.

-Estuve un tiempo vendiendo enciclopedias por las casas. Tenías que aprenderte de memoria un rollo en el que le explicabas al hipotético comprador que no le ibas a vender nada. Era un rollo muy científico, muy a la americana. En un momento dado, te tenías que parar y hacer de forma casual una pregunta: "¿Sabe usted qué serpiente mató a Cleopatra?" Los clientes te decían, muy seguros, que un áspid, y entonces tú sonreías, abrías la página nosecuantos y le decías: "Se equivoca: era una cobra egipcia. Cosas como ésta las podrá aprender en nuestra enciclopedia". Los tíos se quedaban con un cabreo fino, porque se me notaba de lejos que estaba todo preparado para hacerles caer en la trampa. No coloqué ni una; para eso hay que valer.

La decisión definitiva de abandonar las enciclopedias la tomé un día en el que un cliente contestó correctamente a las dos preguntas incluidas en el texto memorizado. Luego resultó que el cliente había sido vendedor de la misma casa y le confesó que él tampoco había vendido nada en todo el tiempo que dedicó al oficio.

-Luego, me eché a las oposiciones, con ocasionales trabajos intermedios, como lo del censo, que me tiré un mes y pico haciendo encuestas en un pueblo y al final me quedaron limpias poco más de 10.000 pesetas. Una miseria. Pero ser licenciado universitario tiene sus límites, muy marcados:

-Resulta que te vas a examinar para auxiliar administrativo y, todo el mundo escribe a máquina mejor que tú. Así que lo normal es que te carguen en la primera prueba. Presenté también los papeles para bombero. Pero en ésas me desanimaron.

Advertido de que todo corre por cuenta del entrevistador, se toma una modesta caña y guiña el ojo al decir que "todo corre por cuenta de la empresa, ¿eh?". Al poco, se le unen su novia y una pareja de jóvenes. Rosa está despedida de una empresa textil. Luis Juan, licenciado en Historia, trabaja como temporero en la molienda del aceite en Ubeda, mientras prepara oposiciones para secretario de ayuntamiento. Todos al unísono describen un horrendo panorama:

-Somos el lumpen, tío. La única que tiene trabajo es ésta -y sefíala a su novia.

-Te llamas Pilar, ¿verdad?

-Sí. ¿Cómo lo sabes?

Psh.

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